Visité Santiago de Compostela este verano. A los políticos gallegos se les entiende todo cuando hablan porque lo hacen en el idioma común, en castellano. Cuando lo hacen en gallego, también se les entiende. Muchos de ellos a lo más que llegan es a sustituir el artículo “la” por la preposición “a”.
Después de haber estado 24 años expuesto a la mirada y comentarios del respetable, los más veteranos siguen reconociéndome dentro y fuera de mi región. En Galicia son muchos los gallegos que se dirigen a mí por la calle con absoluta normalidad y, en muchas ocasiones, con gran confianza y naturalidad. Vean si no las situaciones que viví en Santiago de Compostela. Estaba con mi mujer esperando en un paso de cebra a que el semáforo se pusiera en verde para dar preferencia de paso a los peatones. Debió ser de esos que tardan un siglo, porque algunos de los que esperaban, como nosotros, se lo saltaron ante la ausencia de vehículos de motor. Visto lo visto, decidimos romper la regla, con tan mala fortuna que una señora que estaba en la acera de enfrente me dijo con sorna y gracia: ”Pero, bueno, Sr. Ibarra, ¿usted tampoco respeta la norma?” Desde entonces no he vuelto a saltarme un semáforo ni siquiera a las cuatro de la madrugada, cuando por no pasar por la calle, no pasan ni los gatos.
Acudimos a una comida en La Coruña organizada por un querido amigo, al que fuimos a ver porque hace años estuvo muy vinculado a Extremadura y porque, desde entonces, mantenemos con su familia una buena amistad. Éramos unas cuarenta personas. Sentaos donde os apetezca, nos dijo el anfitrión. A mi lado se ubicó un señor, jubilado como yo, con algunos años más que yo, y educado y correcto en su forma de hablar y de comportarse. La charla estuvo muy animada y, además, resultó que coincidíamos en algunos asuntos relacionados con España. Él sabía quién era yo y yo descubrí, a lo largo del café posterior a la comida, quién era él. Me dijo –yo creo que sin maldad- que sus compañeros de profesión y los que están jubilados como él, se reúnen tres veces al año para almorzar; las fechas de las comidas son el 23 F, el 18 de julio y el 20 de noviembre.
¿De qué se ríe? Me preguntó, con cara de asombro. Es que el 23 de febrero de 1981 yo estaba secuestrado en el Congreso de los diputados por su admirado Tejero.
Para quienes no lo recuerden, el 23 F es la fecha conmemorativa del golpe de Estado que dio el Teniente Coronel Tejero y un grupo de guardias civiles a sus órdenes. El 18 de julio es la fecha que recuerda el alzamiento golpista contra la II República que derivó en una guerra civil. El 20 de noviembre fue el día en el que se anunció la muerte del dictador Franco. No pude evitar la carcajada. ¿De qué se ríe? Me preguntó, con cara de asombro. Es que el 23 de febrero de 1981 yo estaba secuestrado en el Congreso de los diputados por su admirado Tejero. “Bueno, Tejero obedecía órdenes muy superiores”, y, a continuación, la matraca de quién estaba o no en el meollo del golpe. “¿Y cómo han elegido esas fechas para reunirse a comer?”, le dije, ya más serio. “Bueno, porque son fechas muy señaladas y así no se olvida ninguno”. “¿Y no podían haber escogido el día de Galicia, el día de la aprobación de la Constitución y el día los Santos Inocentes?”, le dije mientras apuraba el excelente café de pota que nos sirvieron junto al postre. Me miró con cara de extrañeza y, seguro que pensó que yo no entendía nada.
A los más débiles siempre se los lleva la corriente y la mayoría se ahoga por la fuerza del agua y porque carecen de chalecos salvavidas.
Entendí todo. Y Suecia e Italia me lo han vuelto a aclarar con el resultado de sus recientísimas elecciones generales. Vamos por un camino que ya recorrieron nuestros padres y nuestros abuelos. Algunos pensarán que rompiendo puentes resulta más seguro mantener en tu orilla al electorado que te votó en ocasiones anteriores. Resulta difícil pasar al otro lado si los puentes se han volado. A los más débiles siempre se los lleva la corriente y la mayoría se ahoga por la fuerza del agua y porque carecen de chalecos salvavidas. Quienes tienen posibilidad de hacerlo, deberían tender puentes o si no pasarelas, para que los ciudadanos podamos saber que estamos unidos aunque estemos políticamente en orillas distintas.
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