Opinión

Una España con más acentos

Teresa Rodríguez, tras romper con Podemos, pretende reconstruir una especie de nacionalismo andaluz beligerante y diferencial

El encaje territorial español es complejo. Identidades, singularidades, acentos se conllevan, como diría Ortega, pero no siempre con la misma fluidez o intensidad. Si se analiza la agenda mediática y política de nuestra historia reciente, el vigor con el que las reivindicaciones nacionalistas/independentistas han acaparado protagonismo no ha sido siempre igual. Más bien ha fluctuado en función de otra variable que en todas las encuesta y modelos de predicción electoral resulta siempre la prioritaria: el bienestar de las familias y la marcha de la economía. Esta es la teoría que permite afirmar en estos momentos que la economía funciona y que los bolsillos de los españoles mejoran, motivo por el que estamos asistiendo al renacimiento del nacionalismo andaluz bajo el amparo de la escisión sureña de Podemos.

Las reivindicaciones nacionalistas se pueden considerar como una necesidad postmaterialista o de segundo orden, que se reavivan cuando la economía no es un problema y los indicadores crecen. Llevado a una supuesta pirámide de Maslow política, las demandas territoriales serían los últimos niveles de reconocimiento y autorealización a lo que una sociedad aspira. Según este psicólogo humanista, las personas, en este caso la sociedad, deben alcanzar determinados niveles de satisfacción en las necesidades básicas, fisiológicas, de seguridad… y una vez superadas, aspirar a metas relacionadas con la plenitud psíquica y emocional, es decir, con esa aspiración colectiva más relacionada con los intangibles de la identidad, si lo transponemos a la cosa política.

Esta teoría se confirma por dos vías: la mediática y la electoral. La de la agenda mediática es inmediata. Cuando la economía española ha sufrido alguna crisis económica, los contenidos que se disparan, y que por lo tanto interesan, son aquellos relacionados con la situación económica y con las consecuencias de la crisis: recortes sociales, datos de paro, descenso de las ventas, precios… En definitiva, el ciudadano está concernido por la narrativa de la crisis.

Cn contextos de crisis, los ciudadanos votan motivados fundamentalmente por su situación económica, y por tanto, eligen a partidos para gestionar ese periodo de dificultades

La segunda, la electoral, tarda un poco más en activarse, no es tan sensible como la de los medios de comunicación, pero es más duradera. Así pues, en contextos de crisis los ciudadanos votan motivados fundamentalmente por su situación económica, eligen a partidos para gestionar ese periodo de dificultades o para garantizar medidas de protección social; en definitiva, activación del eje ideológico puro y duro. Algo que confirman las encuestas de motivación de voto, donde la economía se sitúa en los puestos del ranking más elevados.

Pero cuando la economía no interesa es porque simplemente España va bien, como afirmó el expresidente Aznar. Es en ese momento cuando existe la posibilidad de que otras motivaciones de voto se activen, aquellas que tienen que ver los intangibles, como las aspiraciones de reconocimiento nacional. Y es por eso, que cabe afirmar que ahora, y a pesar, de los coletazos de las consecuencias de la crisis de la pasada década, que, si nace y se consolida una fuerza soberanista andaluza como la liderada por Teresa Rodríguez, ex líder de Podemos, es porque España vuelve a ir bien, pese a los que auguraban la llegada de las 7 plagas. La escisión de Podemos en Andalucía no elegirá el eje ideológico para competir con Iglesias por su izquierda, sino que competirá en el eje nacionalista, un eje fundamental en Cataluña o Euskadi.

El acento del Sur

El reto de Rodríguez es reconstruir un nacionalismo andaluz diferencial y, por lo tanto, que no abrace lo español, como el representado por el PSOE, sino que haga del acento del sur un elemento de reivindicación territorial, como el de Colau o las Mareas. Pero, además, estas ofertas nacionalistas no abandonan el eje ideológico, aunque no sea el prioritario, porque bajo los elementos singulares defienden mejoras para su territorio, como el caso de Teruel Existe, donde más que nacionalismo, podríamos hablar de territorialismo. La fragmentación política ha venido para quedarse y con ella, la parcelación territorial de la oferta política auspiciada por la filosofía de ese café para todos que nunca fue igual para todos, sino que variaba en función de los acentos de los comensales.

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