Cuando se le pregunta a los votantes de Vox por qué se han decidido por el partido de Abascal, se mezclan varios sentimientos resumidos en uno solo: “He votado a Vox para que reviente todo de una vez”. Hasta ahora, esa pulsión venía tanto desde el nacionalismo vasco y catalán -en sus distintas versiones templadas o supremacistas- como desde la extrema izquierda que, a través de Podemos, canalizó la indignación por la crisis económica, echándole la culpa a la democracia liberal, a la que con retorcimiento definen como régimen del 78.
La novedad es que la exhumación de Franco ha hecho renacer aquel viejo sentimiento antisistema por la extrema derecha; el de aquellos que pretendieron prolongar la dictadura pero sin el autor de la obra. Hasta una década después de la muerte del recién exhumado no se disipó el fantasma del golpe de Estado que tuvo una aparición y varias conspiraciones. Las empresas de encuestas, al preguntar por el voto, obtienen con su cuestionario una valiosa información para poder explicar las tendencias. Por eso cada vez aciertan más, salvo que se esté a las órdenes del Gobierno de Sánchez.
A estas alturas, los sociólogos que desmenuzan las números tienen claro que el espectáculo organizado por Sánchez para trasladar el cadáver de Franco, con su antes y su después, fue el acelerador del voto de Vox. Bien es cierto que ya partía desde un porcentaje notable, tras los incidentes de la semana sin gobierno en las calles de Barcelona, después de la sentencia del Tribunal Supremo.
Como cualquier populismo europeo, Abascal suma causas distintas para aumentar la recolección de votos. A Franco y Cataluña hay que añadir su discurso contra la inmigración que entronca con partidos similares en Francia, Italia o Alemania. Las elecciones del 10 de noviembre de 2019 hay que recordarlas, por si acaso. Por lo que pueda suceder. La eliminación de Rivera por culpa de sus goles en propia meta –sumado a Casado, ambos hubieran ganado el pasado domingo- y el ascenso de Vox, limitando que el PP pueda ser alternativa, tenían una consecuencia prevista y que ha permanecido latente hasta 48 horas después de contarse los votos.
Sánchez ha tocado techo e Iglesias besa cada vez más suelo. En esta mezcla, solo falta ERC, a la que se la espera
El acuerdo entre Sánchez e Iglesias incluía volver a las urnas y tomar una decisión incluso antes de terminar el escrutinio de los votos. Unos días antes de las elecciones, Iglesias afirmaba en una entrevista que se retiraría de la política después de pasar por el Gobierno. Resulta que lo que parecía una declaración un poco altanera, prepotente y desahogada se ha convertido en una realidad. ¿Algo sabía ya Iglesias de lo que iba a suceder?
Aunque la excusa ha sido la subida de Vox, el móvil está en la supervivencia política de Sánchez y en la última oportunidad de Iglesias. Ambos están ya en declive, a la vista de los resultados. Sánchez ha tocado techo e Iglesias besa cada vez más suelo. En esta mezcla, solo falta Esquerra Republicana, pero de ese elemento ya se ocupa en Barcelona el líder del PSC, Miquel Iceta. Hasta la segunda votación de la investidura no dejarán el paso libre, como en las barricadas incendiarias de la AP-7.
La falacia de los impuestos a los ricos
El acuerdo de Sánchez e Iglesias -con el silencio cómplice de los barones socialistas Vara, Page y Lambán- va a mantener caliente la caldera de Vox a sabiendas de que así el PP nunca podrá ser alternativa en solitario. Al centro-derecha (PP y Ciudadanos) le toca reinventarse para sobrevivir entre un Gobierno y una oposición con populistas de extremos opuestos sacando los dientes.
La democracia del 78 va a ser sometida a otra prueba de esfuerzo. Desde la propia Monarquía, cuestionada por quien será vicepresidente del Gobierno, hasta el Poder Judicial con el que el independentismo catalán tiene una cuenta pendiente. Con una crisis económica en el horizonte es imposible hacer apuestas sobre la duración de este Gobierno. Sánchez es capaz de dar un giro brusco en cualquier momento. Nada le importa salvo que de cada movimiento salga indemne su propia posición personal. El precio, que lo paguen otros. Y en este caso todos los contribuyentes aunque digan que solo van a por los ricos. Esos ricos que no tienen patria, como dice Abascal citando a un fundador de la Falange que ya entonces pretendía que todo reventara de una vez.
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