Opinión

Thomas Jefferson en Galicia

Que un ser humano tenga derecho a buscar su propia felicidad no es ninguna ingenuidad sino un acto profundamente revolucionario

En el municipio pontevedrés de Oia han decidido crear una Concejalía de la Felicidad. Su alcaldesa, la popular Cristina Correa, ha decidido estrenar en España una iniciativa que ya existe en otros lugares del mundo y que cuenta con el apoyo de la Organización de las Naciones Unidas.

Por supuesto, cuando se ha conocido, tal decisión ha sido presentada como una curiosidad pintoresca, con tintes de cierta ingenuidad. No han faltado quienes lo han querido ver como un truco de marketing para conseguir notoriedad. Se comprueba nuevamente que el descreimiento y el cinismo tienen un enorme predicamento en España, como si fuesen atributos de la inteligencia, cuando en realidad lo suelen ser de la vanidad y del miedo.

La búsqueda de la felicidad no es, sin embargo, algo ajeno a la política, sino que es una pasión vinculada expresamente a la libertad del individuo desde hace más de dos siglos cuando, en 1776, se proclamó la declaración de independencia de los Estados Unidos de América, que cita expresamente esos tres derechos inalienables del ser humano: “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Así, los tres juntos.

De modo que la idea de la regidora gallega ni es una broma ni es nueva y, si se mira con la calma que merece, es obvio que conecta con los principios más hondos de la democracia. Que un ser humano tenga derecho a buscar su propia felicidad no es ninguna ingenuidad sino un acto profundamente revolucionario de liberación respecto al tiempo en que eran otros quienes se creían con derecho a decirles a los demás si podían ser o no felices, y de qué forma habían de hacerlo. Es decir, la forma en la que debían vivir.

Las principales amenazas a la felicidad tienen forma de patrias, de razas, de revoluciones ‘liberadoras’ o de guerras santas

En el siglo XVIII, cuando Thomas Jefferson y otros redactaron el texto proclamado en Filadelfia, las amenazas contra la libertad de las personas y, naturalmente, contra su felicidad venían de la mano de religiones totalitarias y monarquías absolutas, pero desde entonces han ido apareciendo otros enemigos de “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Lo han hecho en forma de patrias, de razas, de revoluciones “liberadoras” o de guerras santas. Monstruos siempre dispuestos a machacarnos la vida hoy a cambio de promesas de paraísos futuros en este o en otros mundos. Son tantos y tan grandes los enemigos que tiene la felicidad que, solo por eso, no merece que la tratemos con tanto desprecio y suficiencia.

Pero bajando a lo cotidiano, es obvio que no hace falta una concejalía municipal, ni siquiera su modesto presupuesto de 20.000 euros, para que los vecinos de Oia puedan ser felices, pero cualquier ayuda siempre viene bien en las tareas difíciles. Dice esa alcaldesa que lo que quiere es dar protagonismo a lo que importa, y vaya si tiene razón. Habla de muchas cosas: de promover que la gente viva con más calma y menos prisa, de enseñar a disfrutar del presente, de evitar que las personas mayores se sientan solas y de ayudar a los jóvenes a que tengan confianza en sí mismos. En definitiva, ayudar a los vecinos a gestionar mejor las emociones y su realización personal, ha resumido. Mucha tarea. La felicidad es, sin duda, una cosa personalísima pero sólo que alguien la vuelva a colocar en la agenda política, como hicieron los padres fundadores de los Estados Unidos es un “puntazo” para esa mujer y su equipo.

Es posible que la felicidad de sus vecinos, tan esquiva incluso para quienes somos responsables de la nuestra propia, se le resista a esa alcaldesa, pero a todos se nos ocurren miles de cosas en las que se habrá gastado mucho más de 20.000 euros de dinero público con resultados bien pobres para la vida de la gente. De hecho, la noticia sobre algo tan aparentemente humilde, pero tan verdaderamente importante, ha traído un hilo de aire fresco en un entorno tan cargado y agobiante como el que nos trae cada día la política. Solo eso ya merece aplauso.

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