Quizá sea sádico imaginar un asesinato, recrearlo y grabarlo en vídeo, pero de ese ejercicio han salido auténticas obras maestras. Recuerdo especialmente una escena de Muerte entre las flores, de los Coen, en la que se muestra a dos gángsteres sin cara subir por unas escaleras en paralelo, con las gabardinas a medio metro del suelo y las boquillas de sus fusiles, apuntando a los escalones. En el piso de arriba les espera su objetivo, un hombre que intuye lo que va a ocurrir, apaga el puro que fuma y coge una pistola para defenderse. De fondo, suena Danny Boy, el clásico irlandés que suele reproducirse en los funerales de los ciudadanos que mueren en Estados Unidos, pero proceden de ese país europeo. Una canción premonitoria.
Era domingo por la mañana cuando alguien podría haber entonado esa melodía y haber llamado a los Coen para que filmaran lo que ocurría. El diario La Razón (Planeta, Atresmedia) se había hecho con unos papeles de la CIA que afectaban a Felipe González, pues confirmaban que -presuntamente- siempre estuvo al tanto de los GAL.
Uno no busca en el baúl de los recuerdos si no espera regodearse en la nostalgia o encontrar trapos sucios, de ahí que se puede llegar a intuir que aquello era 'fuego amigo' que buscaba la muerte civil del expresidente. Máxime si se tiene en cuenta que, poco antes, se había referido al Gobierno como “el camarote de los Hermanos Marx”. La exclusiva era muy buena. La intención de quien movió esa información, fuera quien fuera, quizá no tanto.
La lógica invita a pensar que alguien había filtrado esos documentos para ajusticiar a González (y cualquier medio lo hubiera publicado). Imagine usted a los dos gángsteres con sus sub-fusiles en la mano, trepando por unas escaleras, abriendo de un golpe la puerta de una habitación y partiendo en mil pedazos un jarrón chino, antes de marcharse de forma sigilosa del lugar del crimen.
Segundo episodio
Unas horas después de que trascendiera esa noticia, Juan Luis Cebrián publicó una columna en El País que incluía la siguiente frase: “Hay quien piensa que el Gobierno es rehén de Venezuela debido a la presencia de Podemos, pero la mayor amenaza que puede esgrimir Caracas es desvelar la naturaleza oculta de las gestiones de Zapatero con Maduro o el origen de los millones de dólares depositados en Suiza por su antiguo embajador”.
Sigamos. Al poco de que se publicara ese artículo, este periódico reveló una primicia, y es el cambio en la Dirección de El País: Soledad Gallego-Díaz era sustituida por Javier Moreno. Este último, quien fuera director entre 2006 y 2014, con Cebrián como primer ejecutivo del grupo. Al día siguiente, el panfleto ‘podemita’ La Última Hora!, ataba cabos y titulaba así: Cebrián empuja la vuelta de Prisa a la derecha.
En resumen: Felipe González despotricó la pasada semana contra el Gobierno socialista, entre otras cosas, por asumir las dinámicas más nocivas de Pablo Iglesias. A los pocos días, La Razón, cuyo presidente mantuvo una fluida relación con el Gobierno de Rodríguez Zapatero, difundió una buena y sorprendente exclusiva sobre la implicación de González en los GAL. A las pocas horas, fuera o no casual, Cebrián lanzó un golpe a la mandíbula de Zapatero –quien prefirió a Jaume Roures durante sus mandatos- en su tribuna de El País. Después, trascendió el cambio en el despacho principal de ese periódico y alguien del entorno de Podemos dedujo, o temió: Prisa abandona la izquierda y vuelve Cebrián, cuya efigie, recordemos, apareció dibujada en el famoso Trama-bus.
Sonaba Danny Boy en los altavoces y pudiera parecer que alguien había disparado sus armas y estaba preparado para simular el llanto en un funeral. Sobra decir que todo esto despide el olor mefítico de la venganza, de la que se ejecuta a través de la prensa con páginas afiladas y párrafos envenenados. De la de toda la vida, vaya.
Son otros tiempos
Lo que ocurre es que este tipo de ajustes de cuentas no tienen el mismo efecto ahora que hace 30 años, cuando una portada de El País podía dejar grogui y contra las cuerdas a su objetivo. Sus autores todavía no lo saben, puesto que sus delirios de grandeza llevan a pensar que su palabra y la prensa tienen el mismo peso que cuando Felipe González, Jesús de Polanco y el rey simpático constituían la Santísima Trinidad de las Españas.
Por fortuna, la prensa ha perdido el monopolio de la información y eso ha provocado que la influencia de las cabeceras tradicionales se empequeñezca, en detrimento de internet. La televisión conserva su estatus de medio de masas -al contrario que los periódicos- pero su negocio también ha iniciado su decadencia. Dirán los legacy media que mantienen intacta su capacidad de remover los cimientos del sistema. Evidentemente, es falso. Primero, porque tras tantos años formando parte de los entramados de poder, se han convertido en parte de los mismos. Segundo, y lo más importante en el tema que nos ocupa, porque, aunque sus exclusivas corran por internet a gran velocidad, la realidad es que sus datos de audiencia están cebados con toneladas de noticias intrascendentes.
Por esta razón, las vendettas contra ‘viejas glorias’ como González tendrán una importancia relativa. De hecho, servirán para que se vuelva a hablar del personaje, es decir, para saciar el ego del expresidente en cuestión. Su repercusión sobre los ciudadanos será, por tanto, escasa, pues ni la prensa intimida como hace tres décadas ni la víctima de la venganza le importa casi nada a prácticamente nadie.
Pocos reconocen todo esto dentro del sector, pues como viven regodeándose en sus logros y observando los de su competencia, son incapaces de apreciar el bosque por encima de los árboles y, por tanto, de apreciar la pérdida de potencia de fuego de los medios. No hay más que analizar lo que ha ocurrido durante esta crisis: el Gobierno ha cometido múltiples y terribles errores que han sido relatados por los medios; y no hay encuesta que no encabecen los socialistas. Y no sólo la del CIS. Desde luego, la propaganda gubernamental tiene hoy mucha más relevancia que la información y la opinión de los diarios.
Ni que decir tiene que el peso de los Felipe González, los Juan Luis Cebrián y compañía, a los que se sitúa en el centro de tantas y tantas conspiraciones, es prácticamente nulo. Lo complicado, en este caso, es que ellos mismos asuman que ya no son los reyes del Mambo y que, como a tantos otros, no les queda mucho más que los coloquios y los saraos de postín. Pero para la ciudadanía están amortizados. De ahí que las venganzas que sufran o en las que participen sean, como dicen los repipis, peanuts.
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