Cuando esto pase y extendamos de nuevo las ciudades, los pueblos y los bares -sobre todo los bares-; cuando esto pase y la vida recogida en la cuarentena se despliegue por las calles, buscando el sol como si se boqueara en busca de aire; cuando esto pase y los balcones se queden vacíos; cuando esto pase y se nos presente el día ardiente, pidiendo que lo cojamos, habrá que hacer el triste inventario de lo perdido y darse cuenta de que nos quedamos cortos, de que nuestras cuentas y cálculos fallaron.
Es imposible hacer hoy un pronóstico. Si algo nos ha demostrado esta crisis, es que la realidad, aunque la ignoremos, no precisa de nuestra atención para prorrumpir en nuestras vidas. En su autonomía está su riesgo y también su oportunidad. Porque igual que nos ha golpeado con un virus, nos palmea la espalda con ejemplos de heroicidad y muestras de una caridad que creíamos muerta, asfixiada bajo la más renqueante solidaridad.
Recuento de pérdidas
Economistas y políticos hacen cálculos y aseguran que la economía irá durante unos años como un boxeador sonado, tambaleante y sin saber a dónde. Pero esto es sólo una parte; será sólo un capítulo del recuento de pérdidas. Aunque algunos comentaristas económicos no se lo crean, la realidad, la vida misma, no cabe en una proyección macroeconómica.
Para muchas generaciones, para la de todos los líderes políticos actuales, será la primera oportunidad realmente histórica; la primera de esas coyunturas que se presentan y les ofrecen la posibilidad de ser constructores reales de un nuevo tiempo. Porque, aún a falta de pronósticos, tenemos la intuición; y la intuición nos dice que el país que nos encontraremos será sustancialmente distinto al que dejamos cuando nos confinamos; habrá que reconstruirlo en muchos de sus sentidos; pero también y, sobre todo, habrá que construirlo, edificarlo de nuevo.
Los hombres y mujeres buenos que están, tendrán que mostrarse y los que no están, poblarlo todo, la política, las empresas, los medios, la realidad entera
Lo que nos encontremos será una de esas oportunidades para el patriotismo; una de esas situaciones en las que el país, como suelo común en el que vivimos y a cuyo porvenir hemos anudado el nuestro, exigirá sacrificios que hasta ahora sólo aparecían en retóricas aspaventeras y en relatos míticos. Los hombres y mujeres buenos que están, tendrán que mostrarse y los que no están, poblarlo todo, la política, las empresas, los medios, la realidad entera y, sacrificando su tranquilidad, su placidez y hasta su patrimonio, convertirse en escudos que pongan a resguardo a la sociedad de los sufrimientos que vendrán tras el Covid-19; capaces de echarse el país y a sus compatriotas a la espalda, y responder a los sacrificios de los españoles, con sacrificios redoblados. Hombres y mujeres profundamente realistas y por realistas, esperanzados.
Inmensos espacios vacíos
Porque cuando esto pase, los Bancos Centrales, el Congreso de los Diputados o el Gobierno tendrá una importancia trascendental, desde luego, pero insuficiente. Al contrario que en el libro, tenemos que atravesar una poterna que nos exige mantener y agigantar toda esperanza. Porque cuando esto pase, será de lo poco que realmente nos sea útil. Durante unos años todo será mudable y trémulo; tras las apretadas voluntades, determinadas a que la sociedad sobreviva, llegará la flojera del cansancio. Y la alegría de haberlo conseguido tendrá que hacerse hueco ante el páramo en el que se habrá convertido buena parte del bienestar en el que tanto creímos. Los hombres y mujeres buenos que están, tendrán que mostrarse y los que no están, poblarlo todo, la política, las empresas, los medios, la realidad entera.
Hombres y mujeres buenos que asuman que el tiempo habrá cambiado; que el presente discontinuo de instantes en permanente agonía y sin prosecución posible, ha dado paso a otro distinto en el que lo pretérito no es sólo nostalgia, sino convidado permanente en el presente; que el presente ansía ser futuro y que el futuro es una delicada mampostería que pide la distinción de lo diario para elevarse. Hombres y mujeres buenos, tan llenos de sentido que renieguen de rentables presentismos en favor de la valiosa trascendencia.
Hombres y mujeres buenos, como tótems de memoria frente a lo amnésico del bienestar, a los que no asuste el hueco que la realidad nos muestra entre lo que creímos ser y lo que en verdad somos; que sean capaces de llenar ese hueco con lo que queramos ser; capaces de hacer de la ambición, sacrificio y del sacrificio, vocación.
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