La semana comenzaba con unas palabras de Arnaldo Otegi. Casi siempre son palabras que le dejan a uno descolocado. Mezclan una franqueza heladora con una incomprensión tan absoluta sobre lo que representan él y su movimiento político que tendemos a pensar que son impostadas. Pero es posible que no lo sean. Es posible que el trabajo de acomodo de tantos periodistas y compañeros de la política haya convertido la mente de Arnaldo Otegi en un manicomio de voces independientes.
Se refería en una entrevista en Radio Popular al caso Errejón. Le había dejado tocado, confesaba. En primer lugar porque cuesta mucho construir modelos de referencia, ser ejemplares en política, que es a lo que aspiran en la izquierda, y casos como éste derriban muy fácilmente esa ejemplaridad. En segundo lugar, continuaba Otegi, el caso Errejón venía a “certificar algo que el movimiento feminista permanentemente nos dice y que a veces nos cuesta creer: no hay que buscar monstruos, están al lado nuestro”.
Le cuesta creer a Arnaldo Otegi que hay monstruos a su lado. Y pretende que la izquierda dé lecciones de ejemplaridad. Hay monstruos a su lado, claro. Él es uno de ellos. Lidera un partido conformado por monstruos como él. Le cuesta creer que los monstruos son ellos, que la izquierda siempre ha idolatrado a los monstruos (Castro, Guevara, Lenin, Stalin, Hamás, Hezbolá). Y es normal. Porque la izquierda es oficialmente la que combate a los monstruos. Ternera, Txapote, aquel Otegi secuestrador y este Otegi orador, la “resistencia palestina” del 7 de octubre, los antifascistas de la universidad… La gran alianza global de la izquierda siempre se ha visto como una fuerza del bien. Y la sociedad no sólo se ha creído esa historia, sino que la ha reforzado. Por eso tantos españoles creen que es peor Abascal que Otegi; o al menos, no tendrían claro del todo a quién elegirían.
En España tenemos demasiadas voces empeñadas en defender lo peor. En recrearse en lo peor que podemos hacer. En cuestionar la grandeza y reivindicar la vileza. Lo estamos viendo estos días, por desgracia
Otegi ha quedado tocado porque cree que el fauno Errejón es el monstruo en su bando. Estoy convencido de que lo cree de verdad. Tenemos en España un problema con la ejemplaridad, con las voces que distorsionan, canalizan o fomentan un estado mental que conduce al desastre. Lo peor que hay en el ser humano no se puede eliminar. Siempre va a salir. Pero en España tenemos demasiadas voces empeñadas en defender lo peor. En recrearse en lo peor que podemos hacer. En cuestionar la grandeza y reivindicar la vileza. Lo estamos viendo estos días, por desgracia.
Un divulguencer escribía el jueves 31 un hilo en Twitter para defender a la gente que estaba entrando en los supermercados a llevarse lo que encontrara. Al cuarto tuit ya salió lo de siempre: “Por mí como si roban una tele de 80 pulgadas y una PS5, la verdad”. Se vieron muchos mensajes parecidos. El sistema, los oligarcas, el capitalismo, daba igual. El caso era celebrar los saqueos. Esos mismos días vimos imágenes de españoles montando guardia en sus pequeños negocios. Los monstruos de nuevo celebrados por la frivolidad de quienes manifiestan una clara voluntad de suicidarse en el cuerpo de otros.
La defensa de los saqueos rompe una de las líneas más necesarias para mantener en pie la gran ficción de la paz perpetua. Los saqueos llevan el terror a los pueblos, porque ni se centran sólo en las grandes superficies ni se cometen sólo por necesidad. La psique humana puede ser muy jodida. Por eso existe el mal, y no sólo el drama.
Gente anónima coordinada por un tuitero anónimo -de esos a los que siempre se les reprocha que “no dan la cara”- movilizando a una cantidad enorme de españoles anónimos dispuestos a dar su tiempo, su dinero y su comodidad por intentar aliviar el sufrimiento de sus compatriotas
Siempre es tiempo de monstruos, pero el inicio de noviembre es también, para los católicos, tiempo de santos. De vidas lo suficientemente buenas como para descansar ya en la presencia del Señor, y de vidas lo suficientemente abiertas a la presencia del Señor como para ser portadoras de un Bien radiante que transmite esa presencia. También podemos ser esto. Como en La Peste, en la tragedia de estos días también hemos visto lo mejor que hay en el ser humano. Es la huella de Dios, lo sepamos o no, lo creamos o no, lo que nos permite elegir el amor y el sacrificio frente a todas las distracciones autoindulgentes que nos mantienen en la indolencia y el cinismo. Un hombre solo golpeando una puerta durante un minuto, con el agua llegándole por la cintura, para salvar a una mujer y dos niños. Diez trabajadoras de una residencia de Sedaví subiendo por las escaleras, sin descanso, a más de cien ancianos que habrían muerto ahogados. Gente anónima coordinada por un tuitero anónimo -de esos a los que siempre se les reprocha que “no dan la cara”- movilizando a una cantidad enorme de españoles anónimos dispuestos a dar su tiempo, su dinero y su comodidad por intentar aliviar el sufrimiento de sus compatriotas.
Hay monstruos y hay muerte ahí fuera. Para ellos suelen ser las primeras palabras. Lo importante es que no tengan nunca la última.
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