La decisión del presidente de la República de Italia de encargar a Mario Draghi la formación de un Gobierno de emergencia nacional, de alto nivel técnico y no político (sic), para enfrentar los problemas del país debería hacernos cavilar sobre las capacidades de las democracias representativas para ofrecer a sus naciones la seguridad y el bienestar perdidos desde que en 2008 se desató una crisis financiera global, agravada en 2020 con una pandemia que está desencuadernando la sanidad y la economía del mundo.
Y es por ello que las diferentes sociedades buscan respuestas, a veces trufadas de deseos milagrosos, que estimulan la promoción de taumaturgos de diferente signo, ya autoritarios a la vieja usanza, como es el caso reciente de Birmania con la vuelta al poder del Ejército, ya de guante blanco, más propios de las cada vez más debilitadas democracias tradicionales, como es el caso en Europa de aquellas que forman la Unión Europea. Nos vamos adentrando sin pausa en las tierras movedizas de la desconfianza de los ciudadanos en sus gobernantes e instituciones que, en la mayoría de los casos, aparecen sobrepasados por los problemas; sin embargo, conviene afirmar que todo intento de arrumbar los valores democráticos en favor de presuntos taumaturgos o mesías no suelen acabar bien.
Es cierto que en Europa, especialmente en el Sur, llevamos demasiados años de crisis y que las naciones más afectadas han ido mostrando su descontento cada vez que han sido convocadas a las urnas. Y también es cierto que, a pesar de las advertencias emitidas por los ciudadanos, los gobernantes no han podido o no han sabido responder a ellas adecuadamente. Realmente tales comportamientos son, a mi juicio, un reflejo de la defensa del poder y del vértigo que suscitan aquellos cambios que podrían alterar las bases de un statu quo definido por la pérdida de soberanía de los Estados nacionales en beneficio de la supranacionalidad que, en teoría, se consideraba más eficaz para desenvolverse en la globalización. Tal apuesta doctrinal y política sigue en vigor, aunque los golpes de la realidad la van deteriorando progresivamente como se ha ido constatando durante la última década.
Aparecieron los partidos denominados populistas y agrupaciones electorales, como fue el caso de la República en marcha de Macron en Francia, cuyo denominador común era poner en solfa el sistema de partidos
Cuando se desató la crisis financiera en otoño de 2008, todas las miradas ciudadanas se volvieron hacia los Estados propios que, sin disponer de los medios necesarios, tuvieron que responder a las necesidades de sus países bien por la vía del endeudamiento o, en su caso, recurriendo a los famosos rescates de la UE que, además del endeudamiento consabido, conllevaban exigencias difíciles de ejecutar en economías débiles. La primera consecuencia visible fue que la política alumbró nuevos actores en la palestra: aparecieron los partidos denominados populistas y agrupaciones electorales, como fue el caso de la República en marcha de Macron en Francia, cuyo denominador común era poner en solfa el sistema de partidos y proponer un nuevo entendimiento de las políticas nacionales y europeas. Pero la falta de autocrítica y la arrogancia del poder de quienes aun con dificultades lo conservaban, unida a la falta de solidez y, por qué no decirlo, la frivolidad de muchos de los nuevos actores, han devenido, con la aparición de la pandemia, en un escenario infausto para la política y la economía europeas.
Urgencia de elecciones
La iniciativa del presidente Mattarella, con el encargo a Mario Draghi, que este ha aceptado, suena a dejà vu. Recuérdese cuando el presidente anterior, Giorgio Napolitano, recurrió a otro reputado economista y eurócrata, Mario Monti, en el año 2011, recibido también en olor de multitud. En el caso de Mario Draghi, anterior Gobernador del Banco Central Europeo y venerado representante del capitalismo financiero, el eco mediático va desde considerarlo salvador del euro a presentarlo como salvador de Italia. Por supuesto, se trata de un personaje experimentado y templado, lo que es muy de agradecer cuando la agitación es dueña de la política y de la sociedad, pero, para poner las cosas en su justo medio, no es lo mismo haber sido Gobernador del BCE, teniendo al poder alemán a su favor y no teniendo que responder ante parlamento alguno, que convertirse en presidente del Consejo de Ministros con la necesidad del apoyo parlamentario de partidos heterogéneos, cuyo único objetivo es ganar tiempo hasta las elecciones legislativas del próximo año. Es verdad que el conjunto de la derecha italiana quería elecciones ya, pero es posible que prefiera, como en su día hizo Forza Italia con Monti, apoyar ahora a Draghi para acelerar el desmantelamiento del Movimiento 5 Estrellas y ahondar la crisis del PD de Zingaretti.
La breve experiencia de Conti terminó y dio paso al triunfo sonado del Movimiento 5 Estrellas, cuya luz se ha ido apagando a la misma velocidad que se ha acentuado la crisis italiana. Algo parecido ha ocurrido en otros países, entre ellos el nuestro, y la noria del descontento sigue girando sin que se atisbe su final. Los Estados han sacrificado soberanía en aras de Bruselas y todos somos testigos de cuales han sido sus respuestas a los problemas desde el fatídico 2008. La más reciente, el espectáculo de las vacunas que, esta sí, puede explotar en las manos de los diferentes gobiernos. No sé qué hará Draghi, pero si sé que todo aquello que pretenda mantener las políticas ya envejecidas de la última década y que los Estados continúen en posición mendicante contribuirá al crecimiento del autoritarismo y al oscurecimiento de la democracia.
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