No es sólo Sánchez, cuyo mandato se resume en cinco palabras: opacidad, abuso, autoritarismo, ineptocracia y traición. Pero habría sido imposible sin el centenario PSOE, que eligió la eutanasia. Dudo que vuelva a ser el partido de gobierno, con amplio apoyo social, favorito desde 1982, capaz de encadenar mayorías con breves interregnos de una derecha a la zaga.
La desaparición de un partido socialista grande no es tan rara. Tras ganar la presidencia con François Hollande en 2012, el francés se volatilizó en las generales de 2017, cuando pasó de 314 a 30 diputados. Hoy nadie cuenta con él. Ciertamente, el sistema electoral mayoritario ayudó al descalabro, pero su verdadero problema de fondo fue la pérdida masiva de votantes. En Italia, con un sistema proporcional, el PSI se hundió por la corrupción de la era Craxi, y los intentos de refundación de la Sinistra son impotentes contra los nuevos partidos. A diferencia de la socialdemocracia del norte, los socialistas latinos eligieron el populismo vagamente antisistema (y corrupto) y eso ha acabado con ellos. En España pasará igual a nuestro propio ritmo.
Sigue maniobrando, ahora para colocar a sus leales en un Grupo Parlamentario de Excombatientes del Fraudillo, pero el daño es mucho más profundo de lo que siquiera imagina
Sánchez ha consumido toda su gasolina electoral y de maniobra: la caja de promesas está vacía, y las mentiras ya provocan más risa y desprecio que asombro e indignación. Pronto veremos la profundidad de la caída, pero hasta Moncloa admite que Feijóo será el nuevo inquilino cuando le amenaza con las consecuencias de no aplicar la nueva Ley de Vivienda o cualquier otra. Pues el segundo gran error de Sánchez, tras Sánchez en sí mismo, es haber liquidado todas las combinaciones posibles de su plan para eternizarse en el Gobierno mediante un izquierdismo disparatado, basado en la demonización de la derecha, extrema por definición, y alianzas oportunistas que traiciona cuando le conviene. Sigue maniobrando, ahora para colocar a sus leales en un Grupo Parlamentario de Excombatientes del Fraudillo, pero el daño es mucho más profundo de lo que siquiera imagina.
El PSOE está en chasis y solo es otro partido populista corrupto; ha quemado aliados y socios (excepto, de momento, Bildu); la maraña de leyes identitarias que debían transformar la sociedad ha fracasado, y también la retórica guerracivilista contra la derecha franquista; se ha enajenado a sus posibles socios europeos, como acreditan su ridícula voluntaria renuncia a la OTAN y la cantinflesca aventura de implicar a Alemania contra la fresa de Huelva; pero, sobre todo, está perdiendo su base social y electoral.
Desaparecido como partido con un sistema de órganos colegiados representativos (Ejecutiva, Comité Federal), el PSOE sólo es la oficina de propaganda, reclutamiento y aplauso al Caudillo Sánchez. Las decisiones del PSOE son las de Sánchez, absolutamente egoístas y consultadas con un pequeño y mutable círculo de asesores sumisos. Los intentos de oposición de algunos barones son tardíos, oportunistas e insuficientes, como las llamadas de las viejas glorias jubiladas a tirar del freno ante el abismo. Tras Sánchez no vendrá el diluvio, sino el desierto. No hay refundación posible.
La renuncia socialista a pensar regaló el protagonismo del discurso oficial a los fabuladores del comunismo cuqui-woke, a los Pablos, Irenes, Echeniques, Pames y Iones
No se puede cambiar a Francisco Rubio Llorente por Jorge Javier Vázquez y esperar que lluevan las buenas ideas. Sin embargo, es lo que han hecho. Con Zapatero, el PSOE decidió renunciar a la socialdemocracia (secundaria en el partido de Largo Caballero, Prieto y Negrín) y sustituirla por políticas identitarias copiadas a los nacionalistas. El PSC fue el conejillo de indias, y el resultado otro partido nacionalista catalán de segunda. Pero el PSOE no dispone de un territorio irredento a liberar de España, como sus franquicias catalana y vasca así que, tras atacar la nación discutida y discutible, ¿a quién representa el PSOE? La renuncia socialista a pensar regaló el protagonismo del discurso oficial a los fabuladores del comunismo cuqui-woke, a los Pablos, Irenes, Echeniques, Pames y Iones. Incluso a un criminal como Otegi. El intento de dividir la nación de ciudadanos en grupos identitarios lingüísticos, sexuales, históricos o de cualquier otro tipo, a golpe de leyes identitarias tóxicas, no solo ha fracasado, sino que ha provocado la reacción renacionalizadora y conservadora que, en buena medida, representa Vox.
La alianza que se pretendía histórica ha resultado desastrosa. La socialdemocracia es incompatible con el neocomunismo woke de Podemos y demás sopa de letras, con el separatismo golpista y con la letal herencia de ETA. Desde luego, su primer objetivo era imponer el aislamiento de la derecha, tachada sistemáticamente de fascista, como cualquier crítica al nuevo discurso Frankenstein. Ampliaba el pacto catalán del Tinell a escala nacional obviando que España no es la Cataluña del 3%, con los resultados previsibles: que muchos votos socialistas irán al PP e incluso a Vox, repitiendo la migración electoral sucedida en Francia (del PCF y el PSF al FN) e Italia (del PCI y el PSD al turbio archipiélago Berlusconi). Y todo esto pone muy difícil a la futura izquierda suscribir pactos duraderos con el PP o quien sea, por debilidad electoral y porque el pacto requiere una mínima confianza en su autenticidad.
La clase media y los profesionales se hartan de inmovilismo, mentiras, corrupción y socios indecentes: ha ocurrido en Madrid, Andalucía, Extremadura y Aragón
La tragedia definitiva, resultado de lo anterior, es la pérdida de la base social y electoral. Un partido de gobierno no puede representar ante todo a los sectarios más atroces (Amparo Rubiales acusando de judío a Elías Bendodo), los abrazafarolas y los pedigüeños de pagas públicas. Y el problema viene de lejos. Hace décadas que el PSOE se fue convirtiendo en el partido de los sectores sociales menguantes: jubilados, empleados de bajo nivel de estudios y renta, vecinos de pequeñas y medianas ciudades conservadoras. Esta es, además, la constelación social que no duda en pasarse a un partido populista que les dé protección contra la competencia en ayudas sociales, es decir, la inmigración y las inversiones en innovación económica. Tampoco puedes traicionar causas tradicionales de la izquierda, como la del Sáhara Occidental, y rematar la traición votando en el Parlamento Europeo contra la libertad de prensa en Marruecos.
Entre tanto, la clase media y los profesionales se hartan de inmovilismo, mentiras, corrupción y socios indecentes: ha ocurrido en Madrid, Andalucía, Extremadura y Aragón. Y en Cataluña, País Vasco, Navarra, Galicia, Baleares o Valencia, la mutación a marca blanca nacionalista beneficia al original y vacía su reserva de votantes. El perezoso prejuicio de que jóvenes y jubilados son grupos adictos por edad y necesidad, susceptibles de ser sobornados con cine e interrail baratos, pasará factura. Sin partido, sin discurso, sin ideas, sin proyectos, y pronto sin votantes. Negro futuro el suyo.
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