Se cuenta que cuando, en 1980, Tarradellas, presidente provisional de la restaurada Generalitat de Cataluña, convocó las primeras elecciones al Parlamento de Cataluña tras la llegada de la democracia, los aspirantes a presidir el Gobierno catalán le visitaron en el Palacio de la Generalitat. Cuando se marcharon, uno de los asesores del presidente le preguntó: “¿Y quién cree usted que ganará?” Tarradellas, después de un largo comentario, contestó: “Ganará Jordi Pujol”. Intrigados, le pidieron que explicara su pronóstico. “Porque fue el único que se interesó por saber cómo era la vivienda oficial del Presidente de Cataluña”, contestó el veterano político.
En Madrid puede ocurrir algo parecido si algunos de los candidatos siguen intentando ocultar que sus destinos no están en las instituciones de la comunidad autónoma, sino en otros menesteres. Nadie vota a quienes van a las elecciones sabiendo que terminaran en otras dependencias distintas de las autonómicas.
El votante sabe perfectamente cuándo un candidato se presenta a unas elecciones por razones que nada tienen que ver con la suerte de los ciudadanos a los que se les pide el voto. Si un candidato afirma que sus objetivos son los de tirar de la manta para meter en la cárcel a los gobernantes que someten su gestión al criterio de los electores, o para salvar a su partido de la hecatombe que anuncian las encuestas, es seguro que solo recibirá el voto de los que buscan venganza o de los hooligans de ese partido; el resto de electores votará a formaciones políticas que traten de buscar mantas para tapar a todo aquel que vive en la intemperie de la injusticia, de la desigualdad, de la falta de oportunidades, de la ambición de llevar adelante sus sueños. Tirar de la manta para sancionar la ignominia es una medida democrática e higiénicamente necesaria, pero no es un programa para acoger a la sociedad invisible madrileña, esa que trabaja todos los días y que posibilita que Madrid haya ocupado la primera posición en el ranking regional, y que está deseando que alguien escuche sus sueños y los aliente y acompañe.
El candidato a dirigir la autonomía madrileña no solo debe parecer que quiere presidirla, sino que tiene que parecer que la va a presidir
Por eso, algún candidato que aspira a presidir la comunidad autónoma de Madrid debería dejar meridianamente claro que su objetivo es comprometerse con la suerte de los madrileños cualquiera que sea el resultado de las elecciones del próximo 4 de mayo. Si todos dicen que no se imaginan a Iglesias sentado en su escaño autonómico es porque se sabe que no va a esas elecciones con la idea de comprometerse con los madrileños. A algún otro habría que decirle que una cosa es representar papeles distintos o contradictorios en el teatro y otra cosa es representar papeles diferentes en la política en plan correpartidos. Como se dice con frecuencia, “la mujer del Cesar no solo debe ser honrada, sino parecerlo” y el candidato a dirigir la autonomía madrileña no solo debe parecer que quiere presidirla, sino que tiene que parecer que la va a presidir.
Y ese parecido se difumina cuando se pueda creer que si no se sale elegido presidente, su destino no será el de diputado de la oposición, sino el de Defensor del Pueblo. Quien únicamente puede eliminar esa impresión es el PSOE anunciando el nombre de su candidato para esa función que ejerce en estos momentos de forma tan extraordinaria el socialista Francisco Fernández Marugán.
La Comunidad de Madrid, con un presidente como Gabilondo y un alcalde como Almeida, podría ser el espejo en el que nos miráramos todos aquellos demócratas que añoramos los tiempos en los que las crisis se solucionaban con el acuerdo
Dicho esto, añado que Gabilondo es, junto a la candidata de Más Madrid, el mejor presidente que podría tener Madrid. La comunidad en la que tiene asiento la capital de España no debe ser el lugar donde se afilen los puñales para ver quién mata políticamente a quien. La Comunidad madrileña no debe convertirse en un ring de boxeo, porque bastante boxeo vamos a tener con los independentistas volviendo a la política de la deslealtad y el enfrentamiento. La Comunidad de Madrid, con un presidente como Gabilondo y un alcalde como Almeida, podría ser el espejo en el que nos miráramos todos aquellos demócratas que añoramos los tiempos en los que las peores crisis se solucionaban con el acuerdo y no con el insulto, el desprecio o la negación del otro. Pero para ello, el candidato socialista debe abandonar el papel del soso árbitro de la pelea que los pandilleros de una y otra esquina están ya protagonizando. En el fútbol, los hinchas están dispuestos a gastar unas cuantas decenas de euros para comprar las camisetas de la marca que usan los eternos rivales Messi o Ronaldo, pero, que se sepa, nadie da un euro por comprar las camisetas de la marca que usan los árbitros de futbol por muy bien que arbitren.
Ahora que, de nuevo, los partidos intentan atraer al votante, apelo a la responsabilidad de los madrileños para que entre todos sean capaces de sacar de la política a quienes actúan en ella sin el respeto a lo que de ellos se espera. El madrileño sabrá lo que tienen que hacer y los que no vivimos en esa comunidad respetaremos su decisión, pero si acaso sirviera de algo la opinión de un reservista de la política, háganme caso y voten a un partido que les haga saber que no está en posesión de toda la verdad, que duda en ocasiones y que esas dudas está dispuesto a someterlas a debate y, a ser posible, al consenso.
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