Una mujer de 42 años sube a un autobús, como cada día, y toma asiento. Un par de paradas más tarde, el conductor detiene el vehículo, para exigirle a ella, y a otras dos mujeres más, que se levanten y cedan el asiento a tres hombres que viajan de pie. Pero la mujer no consiente en dejar libre su asiento. Es detenida por ello y, dos meses más tarde, acabará en el calabozo y pagando una multa.
La mujer se llamaba Rosa Parks y sabía que lo que hacía iba contra las leyes, pero seguramente lo que no sabía es que su acto de rebeldía sería la chispa necesaria para encender el movimiento americano contra las leyes discriminatorias hacia los negros. Porque sí, Rosa era negra, y la ley establecía que únicamente por tener su color de piel debía estar separada de los blancos en los espacios públicos y ceder su asiento a un blanco en el autobús. Baños separados, fuentes de agua para negros y blancos... Corría el año 1955 y los negros luchaban por ser iguales a los blancos ante la ley.
En 1996, a Rosa Parks le fue concedida la medalla presidencial de la Libertad y en 1999 el Congreso de los Estados Unidos le otorgó la medalla de oro, que es la máxima distinción civil del país. Falleció en 2005 y, por el aniversario de su fallecimiento, algunos autobuses en Estados Unidos pegan carteles en los asientos contando la breve historia de esta mujer recordando que “todo empezó en un autobús”, para que nadie se olvide de ella y de su lucha por los derechos civiles.
Pero la gente sí que se olvida, sí. Han pasado tan solo 70 años desde que Rosa llamara la atención de Martin Luther King y comenzaran juntos una lucha sin precedentes por la igualdad. Ni siquiera se han cumplido 20 años desde que esta mujer abandonó nuestro mundo. Y la gente se olvida.
Kamala Harris, en su carrera progresista contra Trump por la obtención de la presidencia del país, se reúne con 7 hombres negros y asiente firmemente mientras uno de ellos le exige que se redacten leyes solo para los negros: “No nos mezclen con el resto”. Kamala, sin dejar de asentir en ningún momento, responde: “Así es”. Escucho esto y en mi cabeza veo cómo Rosa Parks se revuelve en su memorable tumba.
Privilegios, como leyes distintas para los negros y no mezclarse con los blancos, porque ellos son diferentes y especiales. Seguramente es culpa de mi cerebro de blanca que yo no entiendo esto como luchar por la igualdad
Ella quería la igualdad ante la ley, no ser tratada de manera distinta al resto por su color de piel, quería poder acceder a los mismos espacios y los mismos derechos que los blancos. Rosa luchó por la igualdad. Y se consiguió.
Se consiguió para que, unas décadas más tarde, ciertas personas crearan asociaciones cuya única finalidad es convencernos a todos de que esa igualdad ante la ley es un espejismo y que en realidad son víctimas que necesitan privilegios. Privilegios, como leyes distintas para los negros y no mezclarse con los blancos, porque ellos son diferentes y especiales. Seguramente es culpa de mi cerebro de blanca que yo no entiendo esto como luchar por la igualdad.
La pregunta que surge de manera inmediata es si existe actualmente alguna ley en Estados Unidos que impida a un negro hacer lo mismo que un blanco. La respuesta, obviamente, y gracias a personas como Rosa Parks o Martin Luther King, es no. Pero esto no es suficiente. No basta con haber conseguido ser iguales ante la ley, tener los mismos derechos y oportunidades: hay gente que les odia solo porque son negros, hay gente racista que todavía los discrimina a día de hoy, aunque las leyes impongan lo contrario, así que la solución es crear más leyes que les concedan privilegios exclusivos por ser negros. Lo que parece imposible es aceptar que ya no son una minoría ni mucho menos discriminada y que siempre va a haber gente de mente pequeña y oscura que te odie por ser negro, mujer, homosexual, latino, chino, bajito, alto, gordo, flaco, pelirrojo, rubio, etc. Y ahí está el verdadero problema de todo: no aceptar el odio con la indiferencia que se merece y pretender que el Estado nos garantice que nadie nos puede odiar. El Estado ya ha garantizado que si alguien te discrimina será castigado, pero, por el amor de Dios, en qué momento alguien creyó que era buena idea que nuestros gobernantes intentaran controlar y legislar el odio de las personas.
Si no tuviera un cerebro heterosexual, si fuera homosexual, tampoco entendería las reivindicaciones de esos lobies que no quieren la igualdad que se les ha concedido tras muchos años de lucha, sino que quieren ser tratadas como víctimas y seres especiales
Quizá mi cerebro de blanca no me deja ver que tienen razón estos negros que se victimizan y exigen que se les considere especiales para poder tener privilegios ante la ley, pero mi cerebro de mujer tampoco me dice que tengan razón las feministas que exigen exactamente lo mismo respecto a las mujeres. Y me temo que, si no tuviera un cerebro heterosexual, si fuera homosexual, tampoco entendería las reivindicaciones de esos lobies y esas personas que no quieren la igualdad que se les ha concedido tras muchos años de lucha, sino que quieren ser tratadas y consideradas como víctimas y seres especiales o incluso inferiores que necesitan privilegios para estar destacarse por encima del resto, porque al mismo nivel ya estamos.
Todo empezó en un autobús, cuando una mujer decidió no consentir que la trataran como a alguien inferior ni diferente, para ser igual al resto. Y todo acabó en el momento en el que alguien decidió que necesitaba ser tratado como alguien inferior, especial o distinto al resto.
Lo lamento, tocaya, ya no somos iguales. Cada día más distintos, más alejados los unos de los otros y más segregados. Seguramente, esto no era lo que querías. Yo tampoco lo quiero, pero ni tan siquiera puedo bajarme del autobús.
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