Cada vez que terminó de leer un periódico -el que sea-; cada vez que apago la radio después de escuchar las noticias -pocas, porque casi ninguna es nueva-, y dando por perdido al medio televisivo a la hora de contar con seriedad lo que pasa, me acuerdo de una frase, un testamente en realidad, que un familiar mío pronunció a punto de cumplir los 100 años y antes expirar: Todo es mentira. Al poco rato se murió. Y quiere creer uno que en paz. Por lo menos, con esa paz que da haber dicho una verdad absoluta antes de morirse, terminó su larga vida. Pero que todo sea mentira no significa que no exista una verdad, esta misma que les traigo aquí y sirve para titular la columna que el lector amable lee ahora. Todo es mentira, ¡que gran verdad!, en este mundo de arribistas y diletantes. Y no, miren, no estoy pensando en los de siempre, que también. Pienso en una parte de mi oficio, en la Universidad, en la Justicia, en las grandes empresas. Y en el fútbol.
La supercopa de la vergüenza
Aficionado a ese deporte como soy, declarado madridista y socio del club desde hace lustros, me pregunto todavía hoy cómo es posible que no hayamos hecho una reflexión sobre lo que supone jugar una devaluada Supercopa en un país cuya pronunciación provoca verdadera repugnancia. Si no fuera porque todo es mentira sería imposible entender semejante barbaridad, que se va a extender hasta 2030. Lo de la Supercopa de España en Arabia Saudí es una explosión que lleva directa a la locura y el desenfoque mental. Ese desenfoque está en la Federación, en los clubes que participan, en la afición que sigue el miserable espectáculo de un futbol miserable en un país miserable. Y no crean que lamento tanta redundancia.
Lo que va quedando de la marca España
Muchos remilgos tienen Sánchez y sus trompeteros porque VOX sea finalmente la muleta del PP para hacer gobiernos, pero ninguno a la hora de parar semejante espectáculo como el vivido la semana pasada. Que España -la marca España, que decían antes-, se haya visto rodeada de una chusma que lleva diamantes en la dentadura, que pisotea los más elementales derechos humanos sin que aquí, en el Gobierno o fuera de él nadie haya levantado la voz, da una idea cierta de nuestra verdadera catadura moral como país.
Uno cree que hay cosas que no se deben dudar por que deberían estar claras; cosas que no se discuten ni merecen reflexión alguna porque no hay nada que hacer ni negociar con un país gobernado gente que descuartiza literalmente a periodistas ligeramente críticos con el régimen. Sucede que Arabia Saudí es un mal compañero, pero un buen pagador. Son tantos los disparates que nos tragamos que uno más, el último, ya da igual.
Expertos en blanquear indeseables
Habrá quien diga y con razón, que, ya que hemos blanqueado en el Congreso y con todos los honores, a los herederos de ETA, poco cuesta hacerlo ahora con esos tipos que persiguen a las mujeres, a los homosexuales, a la disidencia política y religiosa. Un país serio con un presidente serio hubiera dicho algo. Por poco que fuera ya sería algo. Pero la fraternización televisada al mundo de una democracia como la española con una espantosa y cruenta dictadura es lo que deseaban los saudíes, y eso lo han conseguido por unos cuantos millones de euros.
Pensaba antes de escribir esta columna qué hubiera pasado si Florentino Pérez se hubiera negado a participar en el torneo. Estaba soñando, claro. Sólo hace falta reparar en la publicidad que lleva en sus camisetas el Real Madrid para confirmar que ya es tarde. Muy tarde, así que, como afirma Rubén Amón en Onda Cero, seguiremos yendo a ese “país de mierda” a jugar “una Supercopa de mierda” los próximos siete años.
El ejemplo australiano
Y sí, ya sé que esto es una historia y otra muy distinta lo que está ocurriendo con Novak Djokovic, aunque no dejan de ser ambas una cuestión de dinero y reputación nacional. Nunca pensé que por un rato me hubiera gustado ser australiano, pero esta es la verdad. Que un país trate al número uno del mundo del tenis como se merece, sin reparar en más argumentos que los que emplearía con un ciudadano común sin la pauta completa de la vacuna, es de agradecer. No va a jugar en Australia, y no jugará en Nueva York, ni en el Roland Garros de París. Le queda, eso sí, la posibilidad de que le monten un abierto en Arabia Saudí. Su representante puede llamar al presidente de la Federación Española de Fútbol, que en un abrir y cerrar de ojos le dirá cómo se hacen estas cosas.
Sánchez y Scholz, cara y cruz de la socialdemocracia
Los servicios de propaganda de La Moncloa han estado muy activos para dar cuenta de la visita del canciller alemán Olaf Scholz. Que si hay gran afinidad entre Sánchez y él, que si es el primer país que visita desde que es canciller, que se trata de un hito del resurgir de la socialdemocracia y no sabe uno cuantas cosas más. El turiferario de turno del Gobierno siempre tan activo juega con ventaja. Consciente de que tal y como está el país aquí se digiere todo, no conoce el pudor, y desde esa posición juega su baza. Pero todo vuelve a ser mentira.
Escribo sin saber si ambos mandatarios, como ahora se les llama, han dado una rueda de prensa, y si en esa rueda de prensa se han permitido las preguntas que los periodistas hayan estimado convenientes; si han sido limitadas o si alguna, como sucede a veces, ha sido inducida. Puedo equivocarme, pero no creo que haya habido oportunidad para una tan simple como esta: "Canciller Scholz, ¿puede decirnos cuáles son las similitudes de su gobierno de coalición con el español? ¿Puede decirnos si el devenir de su coalición depende de fuerzas que quieren romper Alemania o son herederas de grupos terroristas? ¿Puede decirnos si en caso de necesidad gobernaría con ellas?"
Como esa rueda de prensa no se ha producido en el momento en que estoy escribiendo puedo equivocarme. En España llevamos ya años en que las preguntas, incluso educadamente formuladas, se toman como un insulto. Por lo demás, no nos engañemos, no creo que la semana que viene tenga que pedirles perdón. Esa pregunta no ha sido formulada.
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