Año 1978, la Transición, la aprobación de la Constitución. Aquellos fueron los símbolos que definieron una etapa de la política española reciente. Ya no estamos ahí. Estamos donde estamos en parte por toda esa cultura política que surgió tras la dictadura, pero hoy nuestros símbolos constituyentes son otros. Hay nuevas ideas y nuevos proyectos que definen el marco en el que hoy se desarrolla el juego político. Y no entenderlo, ser incapaz de detectar esta nueva etapa, es salir a perder.
La Transición tuvo en González su figura política principal, pero aquella época y aquel PSOE no se entenderían sin Alfonso Guerra. Hoy tenemos a Sánchez y antes tuvimos a Zapatero, pero esta época no se entendería sin la figura del tan añorado Alfredo Pérez Rubalcaba.
Rubalcaba dejó dos ideas que han permeado nuestra cultura política. Las dos fueron pronunciadas en el contexto del terrorismo. La primera de ellas -no en sentido cronológico- hacía referencia a ETA, el brazo terrorista de la izquierda abertzale. “O bombas o votos”, proponía Rubalcaba. Lógicamente, cuando las bombas ya no les fueron útiles aceptaron encantados los votos. La única propuesta aceptable a aquella izquierda abertzale, que es la nuestra, debería haber sido: “Ni bombas ni votos”. Un movimiento como la izquierda abertzale, hoy encarnado en el tan alabado EH Bildu, debería haberse encontrado una única respuesta por parte del Estado y de la sociedad española: su eliminación absoluta. No se negocia con terroristas, y mucho menos se les ofrece una salida digna para que puedan continuar su proyecto después de haber asesinado a más de 800 personas. Pero es lo que se hizo, y hoy la izquierda abertzale suma sus votos a los del Gobierno del PSOE.
La segunda de esas ideas apareció pocas horas después de que los españoles sufriéramos uno de los peores ataques terroristas de nuestra historia. “Los ciudadanos españoles españoles se merecen un Gobierno que no les mienta”. Y a pocas horas de que los españoles fueran a votar en unas elecciones generales. En plena jornada de reflexión. Toda la historia reciente de España comienza a partir de ese momento.
Todo estaría permitido en política, siempre que se respetase lo sagrado: sus votos. Así, el Estatut de 2006, arropado por el PSC y el PSOE porque “lo votaron los catalanes”
El año 1978 fue la fecha que dio inicio a una nueva época después de casi cuarenta años de dictadura. En 2004 dio inicio a la siguiente. Todo lo que vino después sólo se entiende si se comprende el significado real y profundo de aquella declaración de Alfredo Pérez Rubalcaba. Todo estaría permitido en política, siempre que se respetase lo sagrado: sus votos. Así, el Estatut de 2006, arropado por el PSC y el PSOE porque “lo votaron los catalanes”. Así el proceso golpista de 2017, porque “lo demandaron los catalanes”. Y así todo este nuevo proceso ampliado, con La Ser haciendo las veces de TV3, en el que los socialistas vuelven a repetir la misma idea que ya defendieron hace cinco años en Pineda de Mar y en Madrid: “Lo ha votado la gente, las urnas son sagradas”.
Les han votado muchos ciudadanos españoles, efectivamente. A ellos, a Podemos, a ERC y a Bildu. Han aceptado incluso esta coalición permanente que aún se define ingenuamente como “Gobierno Frankenstein”, cuando se trata de la alianza más natural de la izquierda española. Los han votado con el deseo de que hagan precisamente lo que están haciendo: iniciar un proceso constituyente sin iniciar un proceso constituyente. Y los han votado para eso incluso aunque no sepan lo que es eso, porque el objetivo es mucho más simple: que la izquierda controle las instituciones de manera arbitraria, sin someterse a ningún control externo, y mucho menos al control parlamentario de la oposición y al control de las leyes y los tribunales. Están por encima de eso, porque lo contrario sería reconocer que están por debajo de eso.
El mapa de este nuevo ciclo político muestra una X, como en la anterior etapa, pero no se trata de Sánchez. Tampoco se trata del referendum, el cuchillo romo de Damocles que pende sobre nosotros. No se trata de algo material, sino de algo formal. La X señala el momento en que en España se comenzó a normalizar la tiranía de una mayoría. No hubo ya más límite que el aritmético. Si podemos gobernar, todo vale; si no podemos, todo está permitido.
Ha normalizado a ERC y a Bildu. Ha brindado con Otegi. Ha indultado a criminales políticos. Ha reformado el delito de malversación para beneficiar a esos mismos criminales políticos
Los ciudadanos españoles se merecían un Gobierno que no les mintiera, prometía Rubalcaba en la jornada de reflexión. Desde entonces el PSOE ha sido una máquina dedicada a corromper la política española. Ha robado, y ha usado parte de lo robado para alimentar a sus votantes y a sus servidores. Ha normalizado a ERC y a Bildu. Ha brindado con Otegi. Ha indultado a criminales políticos. Ha reformado el delito de malversación para beneficiar a esos mismos criminales políticos, a los que ha convertido en socios. Ha despreciado los procedimientos básicos en la delicadísima tarea de crear y cambiar las leyes. Ha fomentado la desobediencia. Ha legitimado el golpe de Estado. Ha sembrado el odio hacia todos aquellos que decidieron no formar parte de su proyecto. Ha llamado fascistas a PP, Ciudadanos y Vox. Ha enseñado un cuchillo ensangrentado en una campaña electoral como muestra de lo que vendría si ellos no ganaban. Han colocado a Tezanos para movilizar votantes indecisos en las elecciones. Y han mentido, claro. Pero eso es lo de menos. Porque es lo menos grave, pero sobre todo porque no engañan a nadie. Quien vota hoy el PSOE vota todo esto; conscientemente.
Ya no estamos en la España de 1978. Estamos en una peor en buena parte por culpa de todos los errores y todos los complejos que se asumieron en 1978. Aquel consenso entre progresistas y conservadores, entre la izquierda y la derecha, se ha roto. Y lo ha roto el PSOE para poner en su lugar un consenso nuevo. La España de 2004 no es la que une en algunas cuestiones básicas a Alianza Popular, al PSOE y al PCE, sino la que une al PSOE, a Bildu, a Podemos y a ERC. Fuera de ese consenso quedan, por suerte, algunos partidos. Si tardan en darse cuenta de la dimensión y la fortaleza de ese nuevo consenso que pretende expulsarlos de la vida política española, acabarán lógicamente en los márgenes de la vida política española; por los votos o por las leyes.
Ya sólo queda esperar los resultados de las próximas elecciones generales. No habrá ninguna excusa: quienes voten para que continúe este viaje hacia la tiranía sabrán perfectamente lo que están haciendo.
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