Tras casi treinta años en la cúspide del poder israelí, Benjamín Netanyahu se ha ganado a pulso el apodo de “el mago” por su habilidad para esquivar problemas y sacar conejos de la chistera en el momento adecuado dejando a todos con la boca abierta y sin capacidad de reaccionar. El apodo le encaja como un guante. Netanyahu es resuelto y escurridizo como una pescadilla. Se las sabe todas, no en vano desde los años 90 condiciona la vida política de su país. Lleva tanto tiempo en esto que cuando muchos de los jóvenes que hoy están luchando en Gaza ni siquiera habían nacido, él ya había sido primer ministro, un cargo que ha ocupado en tres periodos diferentes: de 1996 a 1999, de 2009 a 2021 y de 2022 hasta el momento presente. Con el tiempo, y conforme iba cumpliendo años, se ha ido haciendo más maniobrero y peligroso. Esa es la razón por la que, en un golpe de mano inesperado, recuperó el cargo en diciembre de 2022 gracias a una coalición de partidos de derecha y religiosos.
Pues bien, la guerra en Gaza y las negociaciones para la liberación de los 130 rehenes que aún retiene Hamás en Gaza están poniendo a prueba esas habilidades. El acuerdo que estaba negociando en Qatar se desmoronó de golpe la semana pasada cuando Netanyahu retiró al equipo negociador israelí. Ese tipo de jugadas es muy suyo. Se levanta de la mesa y deja al otro con la palabra en la boca forzándole a buscar el modo para que se vuelva a sentar. Lo de sentarse de nuevo lo hará, pero no será en Qatar, sino en El Cairo. Entretanto tiene problemas dentro de su propio gobierno y la calle en contra. Los israelíes ven como esta guerra se prolonga (seis meses hará el día 8) sin que se hayan conseguido ninguno de los dos objetivos iniciales de Israel: la destrucción de Hamás y la liberación de los rehenes.
Las familias de los rehenes israelíes no quieren esperar más. La semana pasada escribieron una carta a Joe Biden para que presionase a Netanyahu y le forzase a llegar a un acuerdo que contemple su liberación inmediata. La popularidad del primer ministro anda por los suelos y un movimiento de protesta que ya antes de la guerra llenó las calles de Israel con manifestaciones multitudinarias, ha resurgido para exigir la liberación de los rehenes y la celebración de nuevas elecciones.
El Tribunal Supremo prohibió al Gobierno pagar subsidios a estudiantes ultraortodoxos que no tienen, además, que ir al ejército por una serie de disposiciones legales que les ahorran el trámite del alistamiento debido a sus creencias religiosas
Netanyahu también tiene dificultades con sus socios de Gobierno, que se niegan a cualquier tipo de acuerdo con Hamas. Eso sí, dentro del gabinete de guerra que creo poco después de los atentados de octubre también hay partidarios de llegar a un acuerdo de liberación de los rehenes, aunque sea a un coste alto. Se encuentra, por tanto, entre varios fuegos: uno el de la calle, que ya le era hostil antes y que le dio una tregua al comenzar la guerra, otro el de sus socios conservadores y religiosos que no quieren saber nada de acuerdos con Hamas, y, por último, gente como Benny Gantz, un exmilitar liberal que se midió contra él en las elecciones de 2019, 2020 y 2021 y que representa el sentir de muchos israelíes.
Se encuentra en medio de algo parecido a una tormenta perfecta ya que, para colmo de males, la semana pasada, el Tribunal Supremo prohibió al Gobierno pagar subsidios a estudiantes ultraortodoxos que no tienen, además, que ir al ejército por una serie de disposiciones legales que les ahorran el trámite del alistamiento debido a sus creencias religiosas. La cuestión es importante para los socios religiosos de Netanyahu y podría conducir a una ruptura de la coalición. Los privilegios de esta minoría religiosa es algo que los israelíes laicos, que son la mayoría, vienen denunciando desde hace mucho tiempo, por lo que el asunto ha ocupado mucho espacio en los periódicos. No entienden que se libren del servicio militar y tampoco entienden que reciban generosas subvenciones sólo por rezar.
Pero lo que realmente se le ha atragantado a Netanyahu es la guerra de Gaza. Su objetivo de una victoria total está ya prácticamente fuera de su alcance con o sin guerra. Aunque Hamás ha sido severamente golpeado por la ofensiva israelí, es probable que el grupo sobreviva como movimiento social o quizá como grupo terrorista debilitado pero activo. En el Gabinete, el grupo liderado por Gantz quiere llegar a un acuerdo para resolver lo de los rehenes, que es lo que más angustia genera entre los israelíes. Quien se opone a él es Netanyahu que, aunque desea la liberación, no le vale cualquier acuerdo, necesita uno que mantenga unido a su gobierno y que no le perjudique entre los votantes de derecha cuando se convoquen elecciones. Porque Netanyahu a pesar de que cumplirá 75 años en octubre, quiere seguir en el poder todo el tiempo que le sea posible.
Dentro de Israel no entienden por qué la guerra se está prolongando tanto. El Gobierno ha empleado medio millón de efectivos en la operación y el coste en términos económicos está siendo muy alto
Los de Hamas saben de sus urgencias y quieren sacar el máximo partido al acuerdo. Eso es algo que también le exige su principal aliado, EE.UU., que ya no sabe cómo decirle que acabe con lo de Gaza cuanto antes, que aquello es un sindiós y que, aparte de haberlo destruido todo, los gazatíes se están muriendo de hambre. La tensión creciente con el Gobierno estadounidense le sirve para congraciarse con sus bases, que no ven a Joe Biden con buenos ojos, le consideran un demócrata débil y esperan que en unos meses gane las elecciones Donald Trump. Acusan a Biden de entrometerse y de debilitar la posición negociadora israelí forzándoles a llegar a acuerdos lesivos para sus intereses. La relación entre Israel y EE.UU. es muy cercana, también en el plano humano, por lo que las evoluciones de la campaña electoral estadounidense se siguen muy de cerca.
Pero el tiempo se le acaba. De hecho, se le ha acabado ya. Dentro de Israel no entienden por qué la guerra se está prolongando tanto. El Gobierno ha empleado medio millón de efectivos en la operación y el coste en términos económicos está siendo muy alto. También en términos humanos. Aparte de las víctimas mortales del aciago 7 de octubre y los rehenes capturados, han muerto casi 700 militares y unos 10.000 han resultado heridos. Para los gazatíes es muchísimo peor. Las víctimas mortales se estiman en 32.000 personas y la situación en el interior de la franja va más allá de la emergencia humanitaria. Todo está en ruinas y la ayuda exterior entra con cuentagotas.
Israel ya aceptó un alto el fuego temporal en noviembre durante una semana en la que se liberaron más de 100 rehenes junto con 240 prisioneros palestinos. Con la mediación de Estados Unidos, Qatar y Egipto, las negociaciones para llegar a otro acuerdo se han prolongado durante meses, centrándose en la propuesta respaldada por Estados Unidos de pausar los combates durante mes y medio para solucionar de una vez la cuestión de los rehenes.
Eso es incompatible con el objetivo declarado de la victoria total. Las negociaciones llevan semanas estancadas debido a las exigencias de Hamás de liberar a presos palestinos que cumplen cadena perpetua en cárceles israelíes. Piden también que se elimine un importante puesto de control que permitiría a todos los palestinos regresar al norte de Gaza durante el alto el fuego. Los israelíes temen que eso permitiría entrar a hombres en edad militar lo que complicaría aún más las cosas.
Extraños equilibrios parlamentarios
El jueves, el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya ordenó a Israel garantizar la “provisión sin obstáculos” de servicios básicos y asistencia humanitaria a los civiles de Gaza. La orden del tribunal se produjo a resultas de un caso que Sudáfrica presentó en diciembre acusando a Israel de violar la convención sobre genocidio en sus operaciones en Gaza. El tribunal también exigió la liberación inmediata e incondicional de los rehenes secuestrados por Hamás en su ataque del 7 de octubre. Sus órdenes son jurídicamente vinculantes, aunque carece de los medios para hacer cumplir los fallos.
De modo que lo que diga este tribunal es, en principio, un brindis al sol, pero añade una capa de presión sobre Netanyahu, ya que sus enemigos pueden esgrimir un argumento más para acabar con él. No sabemos cuánto tiempo resistirá esta presión. Todo depende de que mantenga su mayoría parlamentaria y en eso siempre se demostró un as. El mapa político israelí lleva muchos años fragmentado, lo que obligó a Netanyahu desde el principio a gobernar con socios parlamentarios haciendo extraños equilibrios. Sabe que ellos también se quieren mantener en el poder y juega con eso mismo. Su baza principal es erigirse como un personaje imprescindible. Sabe que le odian, pero que, al mismo tiempo, le necesitan.
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