Una nueva carrera espacial al estilo de la que se libró durante la Guerra Fría ha vuelto a colocar a la Luna como objetivo prioritario de las grandes potencias. En aquel entonces los dos contendientes eran Estados Unidos y la Unión Soviética. La carrera tuvo lugar en la década de los sesenta y culminó con la llegada del hombre a la Luna en julio de 1969. Los soviéticos no podían igualar la hazaña y se retiraron de la competición. Durante los siguientes 20 años se siguió progresando poco a poco en el espacio. Se lanzaron las primeras estaciones espaciales tripuladas como las soviéticas Salyut y MIR y la estadounidense Skylab, y se estrenaron los primeros transbordadores espaciales, unas naves reutilizables en las que se tenían depositadas grandes esperanzas pero que, después de dos accidentes, se abandonaron. Los soviéticos desarrollaron su propio transbordador, el Buran, que sólo fue puesto en órbita una vez en 1988 cuando la URSS se encontraba en tiempo de descuento.
Para aquel entonces la carrera espacial hacía mucho tiempo que había terminado. Los presupuestos espaciales que destinaban los Gobiernos eran una fracción minúscula de lo que habían sido durante los sesenta. Se dio a la exploración espacial un enfoque más científico y menos político inaugurándose así la era de la cooperación. Proliferaron las misiones conjuntas y los transbordadores estadounidenses atracaban de forma rutinaria en la estación MIR soviética que fue desorbitada en 2001. Poco antes habían empezado a lanzarse a la órbita los primeros módulos de la Estación Espacial Internacional, un megaproyecto al que se sumaron, aparte de las agencias espaciales de EEUU y Rusia, la europea, la japonesa y la canadiense. La estación espacial internacional lleva 25 años allá arriba y es de grandes dimensiones. De hecho, es la estructura más costosa jamás fabricada por el ser humano. Tiene una tripulación permanente de seis personas y a bordo se han realizado infinidad de experimentos, aparte de obtener unas imágenes espectaculares de la superficie de la Tierra que toman los propios astronautas desde un ventanal al más puro estilo Halcón Milenario, que aportó la Agencia Espacial Europea y que tiene el sugerente nombre de “cupola”.
En esta nueva era el principal (y único) rival de EEUU ya no es Rusia, sino China, que ha hecho especial hincapié en su programa espacial desde hace diez años, cuando el Gobierno de Obama prohibió a la NASA cooperar con los chinos arguyendo motivos de seguridad nacional
El espacio se había convertido en algo rutinario y aburrido, una fuente inagotable de bellas fotografías del cosmos y experimentos que resultaban muy útiles a la comunidad científica. Pero era sólo una apariencia. Los chinos entraron con fuerza en la primera década del siglo y luego aparecieron multitud de empresas privadas dedicadas a este negocio. La más famosa de todas es SpaceX, fundada por Elon Musk hace 20 años y que ha desarrollado en este tiempo varios cohetes de la gama Falcon, motores como los Merlin o los Raptor, una cápsula, la Dragon, y una constelación de satélites de comunicaciones en órbita baja llamada Starlink.
En esta nueva era el principal (y único) rival de EEUU ya no es Rusia, sino China, que ha hecho especial hincapié en su programa espacial desde hace diez años, cuando el Gobierno de Obama prohibió a la NASA cooperar con los chinos arguyendo motivos de seguridad nacional. Prohibió incluso que astronautas chinos subiesen a la Estación Espacial Internacional. Al parecer les estaban robando las patentes con la excusa de la cooperación y el Gobierno dijo basta. Eso obligó a los chinos a ir por libre apoyándose en Rusia, cuya experiencia en el espacio es grande, aunque carece de presupuesto para sostener un programa espacial ambicioso. Después de superar una serie de hitos como poner el primer hombre en el espacio por medios propios (cosa que consiguieron en 2003), desarrollar su propia estación espacial (la Tiangong, que lanzaron en 2011), o colocar un rover en la superficie de Marte (lo hicieron hace dos años con la Zhurong “planeta de fuego”) se han propuesto levantar una base permanente en la Luna.
Hasta la fecha, sólo astronautas estadounidenses han pisado la superficie de la Luna, un total de 12 (de ahí que se les conozca como los 12 de la Luna). Lo hicieron en seis expediciones entre 1969 y 1972. Otros 12 han orbitado el satélite, ya sea a bordo de las misiones que lograron alunizar, misiones previas como la del Apolo 8 o misiones fallidas como la del Apolo 13. Nadie más de carne y hueso se ha acercado por allí en medio siglo. Ha pasado tanto tiempo que casi todos los que llegaron a la Luna han muerto ya. Sólo quedan dos con vida: Buzz Aldrin del Apolo 11 y Charles Duke del Apolo 16. Aldrin tiene 93 años, Duke 87 por lo que, por ley de vida, no les queda mucho tiempo entre nosotros. Durante décadas hubo poco interés en repetir la hazaña. Aquello era muy caro y se inscribía más en un certamen geopolítico que en cualquier otra cosa. Había que ganar a la URSS y no se escatimaron gastos. Para labores de simple exploración las sondas robóticas eran más económicas y mucho menos arriesgadas.
En esas estábamos cuando hace dos años China anunció que construiría junto a Rusia una base lunar e invitó a otros países interesados a participar en el proyecto. Pero Rusia es una potencia espacial en decadencia. El espacio es caro y al Kremlin no le sobra el dinero. Hace poco más de un mes, el 20 de agosto, la sonda rusa Luna 25 se estrelló contra la superficie lunar. Su plan era hacer el primer alunizaje en el polo sur del satélite, pero no lo consiguió. Rusia es, en definitiva, demasiado pobre como para meterse en grandes proyectos espaciales, pero el que tuvo, retuvo, así que sigue siendo importante en tanto que cuenta con cohetes y cápsulas como la Soyuz, una nave más probada para llevar carga y tripulantes hasta la órbita. Más allá de esto pocas novedades puede aportar. Tras la implosión de la Unión Soviética la financiación del programa espacial se redujo a lo mínimo imprescindible y los científicos y técnicos que lo hacían posible emigraron a América. Aunque Putin trató de revivirlo en los últimos años, es mucho lo que pide un programa espacial. Son décadas de inversiones millonarias a menudo de resultado incierto. Esa es la razón por la que una empresa como la de la exploración espacial sólo pueden permitírsela países muy ricos.
Los logros tecnológicos de China en el espacio han superado sobradamente a los de Rusia. Pero una cosa es enviar una sonda a la Luna o incluso a Marte, y otra bien distinta es establecer una base permanente en la Luna
La invasión de Ucrania y las consiguientes sanciones han complicado aún más los planes espaciales rusos. Las dudas sobre sus misiones lunares han ido a más por la imposición de controles y restricciones tecnológicas que afectan directamente al sector aeroespacial. Los logros tecnológicos de China en el espacio han superado sobradamente a los de Rusia. Pero una cosa es enviar una sonda a la Luna o incluso a Marte, y otra bien distinta es establecer una base permanente en la Luna. Para eso hacen falta socios. El primero en recurrir a eso fue EEUU, que poco después de llegar Trump a la presidencia puso en marcha el programa Artemisa cuyo objetivo es regresar a la Luna con viajes tripulados. Una vez hecho eso se lanzarían a por la siguiente meta, el planeta Marte, eterna promesa de la exploración espacial tripulada. Hasta la fecha se han sumado al programa 27 países: los principales de Europa, Japón, Australia, Canadá, la India, Arabia Saudita, Brasil, México, Colombia y Argentina.
Europeos y japoneses cuentan con sendas agencias espaciales bien financiadas y con mucha experiencia. La ESA tiene puerto espacial propio en la Guayana Francesa, lanzadores como el Ariane, un centro de operaciones en Alemania, otro de astronomía en España, uno de observación de la Tierra en Italia y una academia de formación de astronautas en Colonia. El plan de los asociados en Artemisa es regresar a la Luna en 2025, aunque la previsión quizá sea demasiado optimista ya que es mucho lo que queda por hacer y 2025 está a poco más de un año vista.
El primero que consiga colocar una colonia humana permanente en la Luna no sólo pasará a la historia, sino que tendrá una ventaja decisiva sobre los demás ya que habrá llevado a buen término una serie de desarrollos tecnológicos muy complejos
El programa Artemisa sentó muy mal en Pekín. El Gobierno chino acusó a EEUU de tener mentalidad de guerra fría y de apropiarse del espacio. Su plan de base permanente en la Luna es una respuesta al programa estadounidense, que ha sido capaz de aglutinar a muchos socios y casi todos muy ricos. China quiere hacer lo propio con lo que queda. Tiene a Rusia de su lado y también a Venezuela, que hace tres meses se subió al carro, pero Venezuela es un país muy pobre. Tiene una minúscula agencia espacial, la ABAE o Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales, una creación de Hugo Chávez que ha servido para enviar tres satélites a la órbita (el Simón Bolívar, el Miranda y el Sucre) y poco más, todo con cooperación china. Los tres fueron fabricados en China y lanzados en cohetes chinos.
El proyecto que tienen entre manos los chinos ahora, el de la base lunar permanente, son palabras mayores. Se necesitan muchos desarrollos tecnológicos para conseguir algo así, por eso se lo han llevado a la próxima década. La Luna es atractiva por cuatro razones. La primera porque está muy cerca (en términos espaciales, se entiende, está a 384.000 kilómetros, 30 veces el diámetro de la Tierra, que es de 12.700 kilometros). La segunda porque puede albergar recursos económicos que podrían explotarse, como, por ejemplo, el helio 3, un isótopo de helio que podría utilizarse en los reactores de fusión. Los científicos creen que en la superficie de la Luna abunda el helio 3, así que no habría más que ir a por él y luego hacer viable la fusión. Ambos proyectos son interesantes, pero a largo plazo. La tercera porque puede servir de base para futuras misiones como la de Marte. La gravedad allí es mucho menor que en la Tierra (en la Luna pesamos unas seis veces menos que en nuestro planeta) por lo que no se necesita tanto combustible para lanzar cohetes. Y la cuarta por una cuestión política de prestigio. El primero que consiga colocar una colonia humana permanente en la Luna no sólo pasará a la historia, sino que tendrá una ventaja decisiva sobre los demás ya que habrá llevado a buen término una serie de desarrollos tecnológicos muy complejos. Algo parecido a lo que sucedió con las misiones Apolo entre los 60 y los 70. En aquel entonces el campeón sería el primero en llegar, está vez será el primero que se quede.
Apoya TU periodismo independiente y crítico
Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación