Joaquín Sabina es el penúltimo referente de la izquierda de toda la vida (aquella que buscaba el bien común y no incendiaba la convivencia) que se siente cada vez más alejado de la actual izquierda encarnada por Sánchez y Podemos, esa mercancía averiada, identitaria y reaccionaria, según la cual ya casi todos somos fachas, incluidos quienes seguimos siendo de izquierdas a pesar de ellos.
Sabina, observador de las cosas que nos pasan, acaba de decir que se siente cada vez menos de izquierdas: "Ahora ya no lo soy tanto porque tengo ojos y oídos y cabeza para ver lo que está pasando". E intuyo que no se refiere tanto a que el ideario clásico de la izquierda sea menos oportuno en estos tiempos que corren de globalización y liberalismo económico sino más bien al hecho obvio de que la actual izquierda no es la que conocimos y nos la han cambiado: ya no es universalista sino nacionalista, ya no es progresista sino reaccionaria, ya no es libertaria sino puritana y prohibicionista y ya no es ilustrada sino populista. Y me refiero a la oficial, la que gobierna en España y en otros países del mundo, no a la que pudo ser y está dejando de serlo.
La evolución personal de cada cual es, además de siempre respetable y casi siempre inevitable, consecuencia de sucesos históricos, experiencias vitales o cuestiones personales que a uno le han hecho ver las mismas cosas de distinta manera o porque las mismas cosas ya no le parecen las mismas. Así, personas que en su juventud fueron fervorosamente de izquierdas, con el paso de los años se hacen conservadores y de derechas; y, al contrario, aunque quizás en menor medida, jóvenes de derechas abrazan con el pasar de los años algunas reivindicaciones clásicas de la izquierda.
Sin embargo, en muchos de los casos que tenemos en mente, esos izquierdistas hoy considerados fachas por la Santa Inquisición de la Izquierda Reaccionaria, no son tantas personas que legítimamente evolucionaron y hoy piensan distinto que antes, sino personas que piensan más o menos parecido que siempre pero ya no reconocen a la izquierda de hoy día; y no la reconocen porque es la izquierda la que ha cambiado, traicionando algunos de sus postulados fundamentales y principios esenciales.
En lugar de defender un sistema fiscal justo, defiende regímenes fiscales insolidarios basados en derechos históricos que provocan el disparate de que los más pobres financien a los más ricos
La izquierda de toda la vida es universalista y aboga por ampliar los espacios comunes de convivencia en lugar de parcelarlos o dividirlos, reduciendo de esa forma su capacidad de influencia sobre los mercados y las multinacionales. Sin embargo, en la España de hoy basta que uno defienda la unidad de España y rechace frontalmente los nacionalismos que la ponen en peligro para que sea considerado de derechas, aunque defienda la redistribución de la riqueza, un sistema fiscal justo y progresivo, la igualdad ciudadana, mejores servicios públicos, la justicia social o la atención de los colectivos vulnerables. Precisamente todo aquello que ponen en cuestión las políticas de disgregación y de división de los nacionalistas.
La izquierda oficial actual, sin embargo, lejos de defender estos principios, los obvia, cuando no los contradice abiertamente. En lugar de defender un sistema fiscal justo y progresivo, defiende la pervivencia de regímenes fiscales insolidarios basados en derechos históricos que provocan el disparate mayúsculo de que los más pobres financien a los más ricos. La izquierda oficial actual blinda las políticas de imposición lingüística que se aplican en Cataluña y en otras partes de España, políticas que perjudican especialmente a los inmigrantes, a los trabajadores y a los ciudadanos con menos recursos.
La izquierda oficial critica con razón la privatización de los servicios públicos, pero valida la privatización del territorio político que defienden los nacionalistas. La izquierda oficial actual busca voluntariamente a sus aliados entre los populistas, los nacionalistas y los independentistas, toda esa pléyade de reaccionarios, en lugar de abrirse a dialogar con otras opciones liberales y democráticas más sensatas y razonables.
La izquierda oficial critica con razón la privatización de los servicios públicos, pero valida la privatización del territorio político que defienden los nacionalistas
La izquierda oficial actual busca ahora eliminar el delito de sedición para beneficiar a los que atacaron nuestro marco de convivencia y dirime si modificar el delito de malversación para beneficiar a sus corruptos, sin otro objetivo que mantenerse un tiempo más en la Moncloa, como si el fin justificara los medios. Es decir, en lugar de defender una justicia que asegure que todos tenemos los mismos derechos y seremos igualmente tratados, valida una especie de justicia estamental al servicio de los poderosos.
La izquierda oficial, en lugar de ocuparse de los derechos de la clase trabajadora, de los ciudadanos más desfavorecidos o de hacer factible la justicia social que siempre se propuso, se entretiene en recuperar fantasmas del pasado y dividir a la sociedad en buenos y malos, aprueba bodrios jurídicos por incapacidad o sectarismo o se entretiene en luchas identitarias que no le corresponden.
Es por estas cuestiones y algunas otras que personas de izquierdas hoy ya no se reconocen en ella, o están dejando de serlo, o lo son cada día menos. Y Sabina, como tantos otros, sorprendido por la deriva de la actual izquierda a la que apenas reconoce y en la que cada día se reconoce menos, ha verbalizado un sentimiento que sigue extendiéndose. Una cosa es que la izquierda deba adaptarse a los nuevos tiempos; otra, que se traicione a sí misma, que es lo que está ocurriendo.
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