Hoy mismo se terminan las votaciones de la II Asamblea Ciudadana de Podemos, el denominado Vistalegre II, un verdadero acontecimiento político en la medida en que condicionará el futuro de nuestra joven formación política; un proyecto que, a pesar de todos sus innegables defectos, ha logrado cambiar -quizás, de forma irreversible- el paisaje político y social de nuestro país. Si está leyendo este texto, es probable que le interese el significado de este proceso, más allá de si ha votado o no, o qué elecciones haya realizado en las diferentes cuestiones sometidas al voto de nuestros inscritos e inscritas: la Secretaría General, el Consejo Ciudadano y los documentos político, organizativo, ético y de igualdad. Como se sabe, las elecciones tienen carácter independiente y, por lo tanto, cada elector puede combinar documentos de diferentes equipos o votar a miembros de las distintas candidaturas al Consejo Ciudadano.
Lo cierto es que, desde la desafortunada consulta de diciembre acerca de sus reglas, planteada en clave plebiscitaria, han corrido ríos de tinta sobre nuestro particular proceso, generando un inmenso e innecesario ruido mediático en torno a él, que ha producido una enorme desafección y un fuerte extrañamiento entre nuestra gente. Decepción, hartazgo o incomprensión son algunas de las palabras más repetidas y que mejor podrían definir el clima interno durante este proceso. Más allá de la inevitable simplificación que imponen los formatos televisivos y las redes sociales, algo hemos hecho mal. A falta de reglas y tiempos adecuados para el debate político, un error fundamental han sido las declaraciones estridentes dedicadas a sembrar cizaña y a presentar cualquier conato de debate como una mera pugna por el liderazgo. En realidad, el objeto del debate tiene una naturaleza muy distinta y, por supuesto, consecuencias mucho más hondas.
Aunque se deciden cuestiones cruciales como la composición del máximo órgano de dirección o el rumbo político, nuestra tesis fuerte es que Podemos se encuentra fundamentalmente ante una encrucijada organizativa: recuperar el espíritu del 15-M con más democracia o ser continuistas con “el modelo monárquico” de Vistalegre I. Ahí tanto el documento organizativo de 'Recuperar la Ilusión' y 'Profundización Democrática' como el de 'Podemos en Movimiento' apuestan nítidamente por superar Vistalegre I con diferencias pero coincidiendo en lo fundamental. Por el contrario, ese modelo “monárquico” es aún tímidamente defendido en aspectos sustanciales por Podemos Para Todas, el equipo de Pablo Iglesias.
No se trata de que, por ejemplo, tener una dirección plural o el destino de nuestro rumbo político no sean cuestiones decisivas. Sobre este último hay, sin duda, diferencias políticas importantes entre los distintos proyectos como se ha expuesto negro sobre blanco en los documentos, pero también es cierto que muchas de ellas no son estratégicas y ello no por casualidad, sino porque a estas alturas del siglo XXI las fuerzas transformadoras tienen tremendas dificultades para plantearse escenarios realistas más allá del capitalismo realmente existente. Como decía -no sin ironía- el filósofo esloveno Slavoj Zizek, “es fácil imaginarse el fin del mundo [...] pero no somos capaces de imaginarnos el fin del capitalismo”.
Giros tácticos bruscos
Pero volvamos al dilema que nos ocupa y empecemos por los orígenes, que siempre ayudan a esclarecer las cosas. Podemos es fruto de una hipótesis intelectual y política que se fraguó durante años y se aplicó a la realidad de forma apasionada y concienzuda. En un momento de claro reflujo social, pretendió recoger e impulsar los anhelos y las esperanzas de una mayoría de nuestro pueblo, expresadas ya en el 15-M, para -dándoles una forma de partido “monárquica”- orientarlas a un fin muy concreto: ganar las elecciones generales para cambiar España. Para ello, el equipo dirigente en Vistalegre I apostó por la construcción de una organización fuertemente centralizada, con una concentración de poderes extraordinaria en la figura del Secretario General -y de manera derivada en las personas de su confianza-, con la capacidad de avanzar rápidamente y dar giros tácticos bruscos en función del cambio de las circunstancias, priorizando la acción por encima de la deliberación y el corto plazo electoral frente a la tarea más lenta de construcción popular: se trató de la famosa “máquina de guerra electoral”.
Esta apuesta tuvo como contrapartida necesaria la generación de una cultura política excesivamente tendente a la homogeneidad, poco crítica en relación con las acciones de la propia organización y obsesionada con identificar en todas partes el germen de la división. En un momento en el que esa “máquina de guerra electoral” no solo aparece como innecesaria sino que parece haberse vuelto en nuestra contra, hay un amplio consenso en la organización -al menos en las manifestaciones públicas- por superar este modo de enfrentarse a la cuestión del partido y, en definitiva, de afrontar la gestión del poder. Sin embargo, tanto el balance de la anterior etapa, la localización de sus éxitos y de sus fracasos como el análisis de la coyuntura actual resultan fundamentales para las diferentes posiciones en liza.
Desde nuestro punto de vista, la crisis de régimen sigue abierta, a pesar de que se haya cerrado en falso la cuestión gubernamental con un Gobierno débil del PP y el suicido asistido del PSOE y, por consiguiente, del sistema bipartidista tal y como lo conocíamos en España. Por lo tanto, esta nueva fase debería seguir estando caracterizada por la ofensiva de Podemos, es decir, por su capacidad para ocupar la centralidad de la política desde los diferentes frentes y marcarle la agenda al resto de formaciones políticas, obligándoles a moverse o a quedar retratadas permanentemente. Sin embargo, este carácter ofensivo tiene que desarrollarse más allá de la política electoral y afrontar tareas que, hasta ahora, habían sido postergadas: la construcción de comunidad en los barrios, los pueblos y los municipios, la batalla cultural y la formación intensiva de cuadros han de estar entre nuestras prioridades. Estamos ante un momento de expansión y de apertura en el que nuestra obligación como fuerza política, si queremos configurar un bloque histórico capaz de sostener un Gobierno del cambio, requiere una organización más democrática, más amable y con mayor capacidad de integración.
Tiene que terminar la lógica del plebiscito, de la simple adhesión a una figura carismática para dar paso a una lógica del empoderamiento de las bases
Ahora, Podemos es un gigante con pies de barro, una organización enorme y compleja, formada por centenares de cargos públicos, un ingente presupuesto y miles de militantes, pero sin tiempo para haber asentado sus cimientos. Necesitamos que deje de serlo y ser capaces de echar raíces sólidas en los territorios para seguir ensanchando este proyecto de transformación y ello sólo es posible con más democracia y con deliberación. En definitiva, tiene que terminar la lógica del plebiscito, esto es, de la simple adhesión de las bases a una figura carismática para dar paso a una lógica del empoderamiento de los consejos municipales, los círculos y de las bases en general. Esto no puede ser sólo una consigna o un consenso a nivel discursivo, sino que tiene que verse contemplado en medidas y prácticas concretas para dar lugar a una nueva cultura organizativa de cooperación y con vocación de consensos.
Por todo ello, desde Recuperar la Ilusión proponemos el ajuste de los porcentajes de las iniciativas de base al 3%, para que nuestros inscritos e inscritas puedan ejercer su capacidad de decisión, así como el blindaje de las consultas, tras un período de deliberación y debate, para cuestiones cruciales como acuerdos de gobierno o pactos de investidura. Porque una organización verdaderamente democrática es aquella que no depende de la voluntad de nadie en concreto, ni siquiera de su Secretario General, sino que se dota de mecanismos formales y de contrapesos para asegurar su funcionamiento. En este sentido es republicana, porque la gobiernan las leyes y no los hombres. Resulta asimismo fundamental dotarse de normas comunes conocidas y respetadas por todos, así como de mecanismos que garanticen su cumplimiento desde la más estricta imparcialidad y rigor; en este sentido la Comisión de Garantías debe ser para Podemos un órgano efectivamente independiente y transparente, y no una correa de transmisión de los intereses de las ejecutivas, como ocurre en otros partidos.
Salvarse de sí mismo
La desconcentración del poder es otro de los requisitos fundamentales de una organización verdaderamente republicana, para lo cual resultan fundamentales la limitación de cargos y la descentralización de competencias y recursos. Pero la democracia no solamente es una apuesta metodológica para tener una organización más justa e inclusiva, sino que es un motor fundamental para que los diferentes planteamientos que se hallan en el interior de Podemos dialoguen y se resuelvan de maneras productivas. Con este nuevo campo de juego, estamos seguros de que diferencias que ahora han parecido irreconciliables podrían convertirse en perspectivas complementarias que nos harían revivir la pluralidad como una fortaleza y no como un riesgo siempre a punto de dar por finiquitado a Podemos. En esta hora decisiva Podemos tiene que salvarse de sí mismo. No tiene que decidir entre dos nombres propios, tiene que decidir si continúa por la senda monárquica, reproduciendo las dinámicas que nos están desangrando en este proceso interno y nos conducen al callejón sin salida del todo o nada permanente; o si, por el contrario, emprende la senda de su republicanización, la única capaz de conducirnos a la reconciliación, construyendo la unidad desde la diversidad mediante deliberación, la única capaz de levantar una organización a la altura de 5 millones de votantes y de un pueblo que nos espera.
Rodrigo Amírola - Candidato al Consejo Ciudadano por el equipo 'Recuperar la Ilusión'.
César González Mendoza - Redactor del documento organizativo de 'Recuperar la Ilusión'.
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