Opinión

Topuria y los corderos degollados

El luchador enamora a millones de españoles que saben que la vida es más dura de lo que nos cuentan

Hace más de diez años entrevisté a Eva Lootz, una artista austriaca residente en España cuya obra explora las conexiones entre materia y lenguaje. Esto me dijo a mitad de la charla: "España me pareció fascinante desde el principio. He asistido a cambios muy grandes. Por ejemplo, respecto a la visibilidad de las cosas, lo que se permite que llegue a los ojos y lo que no. A finales de los setenta ibas por los pueblos y te encontrabas estampas increíbles. Podías tropezar con verdaderas burbujas en las que se conservaba intacto un tiempo ancestral, de hace 200, 300 años… Palpabas con los dedos una sociedad anterior, no ya a la segunda revolución industrial, sino incluso a la primera”, explica.

¿Cómo fue cambiando eso? "En los años ochenta el rodillo del diseño pasó por encima del país. Las cabezas de los corderos degollados ya no se exhibían en los mercados. Cierto tipo de visibilidad se empieza a censurar y se pone todo en plastiquitos perfectamente esterilizados. Antes la vida y la muerte estaban a la vista, tal cual", recuerda. Todo esto me vino a la cabeza durante el combate en que Ilia Topuria se proclamaba campeón mundial de Artes Marciales Mixtas en categoría de peso pluma y también mientras veía Matador, el documental de una hora que Movistar+ ha dedicado al luchador. La pieza nos sumerge en la vida personal y profesional de Topuria y no necesita ninguna pirotecnia estética ni argumental para ser vibrante.

Basta escuchar a su madre, partidaria de que sus hijos aprendan a luchar, sobre todo en el mundo en que les había tocado, migrantes georgianos que terminan viviendo en España. Ilia llamó la atención ya desde el patio del colegio, cuando su profesor de educación física le pide que se apunte a su gimnasio, convencido de que puede convertirle en campeón olímpico. A los quince años ya tumbaba a rivales de dieciocho, dejando a los árbitros tan descolocados que una vez le obligaron a repetir un combate. Desde entonces, entrenar a dolor y un poco más, pagando las facturas con trabajos de hamaquero, sparring intimidante y portero de discoteca.

Topuria contra todos

En el metraje vemos los sacrificios de Topuria, su entrenamiento devoto y los meses de hambre, su mutación desde luchador motivado hasta aspirante obsesivo. "Al principio el sobrenombre de ‘El Matador' me sonaba demasiado agresivo, hoy se me ponen los pelos de punta cada vez que lo grita el presentador Bruce Buffer", comparte. También vemos al padre enamorado de su hijo Hugo, cariñoso con su amigo íntimo Omar Montes y protector de su amplio equipo de trabajo, los que cuidan que todo esté perfecto cada vez que sube al octógono. No falta tiempo para las risas, escuchando con ellos a Bad Bunny, Julio Iglesias y el "Himno del mariachi".

Como es lógico, Topuria tiene detractores. Luz Sánchez-Mellado, columnista feminista de El País, recurrió a un sobrino que trabaja en una pollería (650 euros al mes) para que le explicara porque él y sus amigos ponen el despertador un sábado a las seis de la mañana para ver la pelea de Topuria por el número uno. La periodista rechaza de plano la testosterona implicada, que al final la cosa sea “una cuestión de pelotas”. Termina la columna cuestionadora y sigue sin entenderlo, quizá porque el atractivo existencial de Topuria tiene que ver con la revancha simbólica de los perdedores del sistema, la gente que sabe que los pollos mueren brutalmente, no escuchando chill out mientras les encajan en las bandejitas retractiladas. La pieza de Sánchez-Mellado es otra victoria de Topuria porque logra romper la censura de El País al boxeo, consagrada en su Libro de estilo.

El éxito de Topuria, un luchador invicto, tiene que ver con la revancha simbólica de los perdedores del sistema

El escritor Alberto Olmos señala en El Confidencial -con gran parte de razón- que en la UFC el dinero convierte en excitantes cosas que, de ser gratis, parecerían absurdas o repugnantes. Lo que olvidan los escépticos es que estamos ante una liga con reglas, árbitros y controles, donde peleas con compañeros de similar peso y habilidades, por eso las lesiones más frecuentes son las famosas orejas de coliflor, que Topuria luce con orgullo. Hoy nuestro campeón tiene dinero y recursos para dejar las artes marciales mixtas, pero decide no hacerlo, a pesar de ser feliz con Georgina Uzactaegui, una joven y exitosa empresaria de Venezuela con la que espera su segundo hijo. Tan salvaje no serán las artes marciales mixtas cuando te quedas en ellas sin que te obliguen. ¿Lo mejor de todo? Ilia conserva su sonrisa, tan dulce como burlona, incluso en los salones de la Moncloa, donde ayer Pedro Sánchez le prometió su soñado DNI español, después de tres días completos ignorando su hazaña, la de un luchador invicto.

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