En el año 2010 publiqué un artículo para un diario ya extinto titulado “La tormenta financiera perfecta”. Trece años después parece que se conjuran de nuevo los elementos; sólo que esta vez la virulencia de la tormenta amenaza con resultar aún mayor, aunque de duración más corta. Con el nombre de "ciclogénesis explosiva" se denomina un conjunto de circunstancias meteorológicas especiales que, combinadas, pueden crear una tormenta de proporciones épicas. Esa, y no otra, es la realidad financiera a la que se enfrenta tanto Europa como Estados Unidos este año. Desgraciadamente, si las predicciones en este ámbito son normalmente difíciles, en la época actual son casi imposibles, motivo por el cual debe procederse con suma cautela en los ejercicios más propios de Delfos que de Madrid. Pero la actual situación política y económica internacional no presagia nada bueno, y la posibilidad de que se combinen factores realmente nefastos para la salud financiera "occidental" parece ir in crescendo.
El primer frente que formaría parte de esa tormenta financiera perfecta es la inflación descontrolada. La escalada en los tipos de interés que tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo viene adoptando no parecen afectar a la dinámica inflacionista actual, como ha reconocido este último organismo hace escasos días. No se puede desconocer que, a finales de 2022, Estados Unidos aquejaba la peor inflación de los últimos 40 años. Y ese dato, ya por sí mismo, no es un buen augurio para la economía global; máxime en las circunstancias actuales. Fallos predictivos como los acontecidos en relación con el índice de precios al consumo en el Reino Unido en el mes de febrero de 2023 – sc. los “expertos” predecían una caída del 9.9% y se produjo una subida del 10.4%- no demuestran sino la incertidumbre y el caos que en la actualidad reina a nivel macroeconómico.
Otra borrasca parece precipitarse en el ámbito del mundo bancario. Lo que empezó siendo una aparente crisis localizada en un banco estadounidense relativamente desconocido (Silicon Valley Bank) terminó – ya sea por causación o por correlación – en el rescate de un banco global como era Credit Suisse y su inmediata venta à la Banco Popular a su gran competidor histórico: UBS. Pero el efecto dominó no acabó ahí. En la actualidad tanto Deutsche Bank como Commerzbank – dos instituciones bancarias emblemáticas alemanas – se encuentran en el ojo del huracán con un futuro, de nuevo, sumamente incierto. La secuencia de acontecimientos recuerda, salvando las distancias, a cómo el cierre en 2007 de dos fondos del ya extinto Bear Stearns terminó siendo el preludio de la crisis financiera de 2008. Esperemos que la historia no se repita, pero a la vista de la interconexión global de las entidades financieras, es probable que las reverberaciones de la situación germana terminen llegando a las orillas de las entidades financieras españolas.
Nubes negras en el horizonte llevan descargando sus efectos como consecuencia de la guerra ruso-ucraniana. La alteración de las reglas del mercado (ya sea el mercado energético, financiero etc.) que ha supuesto el conflicto bélico, hace que las políticas intervencionistas supuestamente coordinadas que se han venido adoptando en el fondo no desplieguen los resultados económicos que eran previsibles. De ahí la sensación de improvisación que inunda a muchos de los principales actores privados que aguardan una resolución que ponga fin a un conflicto que ya dura demasiado tiempo – y amenaza con durar bastante más –. La lógica bélica se compadece mal con la lógica del mercado.
Sea como fuere, el mayor dilema al que se enfrentan las autoridades financieras en la actualidad es que la receta contra la inflación es diametralmente opuesta a la solución de las crisis bancarias. Rescatar entidades bancarias o habilitar “facilidades” para que superen dichas crisis supone, de una u otra forma, inyectar liquidez en una economía que adolece, precisamente, de males inflacionistas. Desgraciadamente, no se puede tachar a las autoridades de adoptar decisiones equivocadas porque, en realidad, no parece vislumbrarse la existencia de una decisión correcta.
El refrán inglés “May you live in interesting times” fue utilizado con una leve modificación en 1939 – y la fecha no es casual – por Frederic R. Coudert en los Proceedings of the Academy of Political Science cuando refería la misiva que había dirigido unos años antes a Sir Austen Chamberlain. En la actualidad, ciertamente, corren tiempos interesantes. Pero ójala no fueran tan interesantes.