En una conocida entrevista, García Lorca dijo “Creo que la de los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo. Es el drama puro, en el cual el español derrama sus mejores lágrimas y bilis. Es el único sitio donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza.”…. Las más logradas expresiones lorquianas son muy ricas pues tienen varios significados, algunos generales y otros, muy personales; las metáforas más oscuras, a veces, se le revelan a uno de repente.
Creo que el poeta, cuando habla de la cultura de la fiesta de los toros, no sólo se refiere a la tauromaquia y sus ritos, tradiciones y estética; sino también habla de la deslumbrante inspiración que los toros han influido en la poesía, la pintura, la escultura, la danza, la ópera y demás campos de las artes.
La Fiesta, como fenómeno cultural, es lo que hace que muchos aficionados sientan como verdaderos sacrilegios algunas prácticas pícaras del empresariado taurino. Para algunos, la degradación de la Fiesta es equiparable a vandalizar un monumento, expoliar un museo, o infligir un sacrilegio como de forma hiperbólica llegó a considerar la Fiesta Sánchez Dragó.
Algunas expresiones lorquianas se revelan de forma intransferiblemente personal. Y así lo que era ininteligible de repente se hace luminoso y muy claro en su significado en un momento dado de la vida del lector. Y así, siguiendo con la cita que abren estas líneas referido a la potencia cultural del mundo de los toros, significa también que algunos toreros, de forma excepcional, reflejan el Zeitgeist, el espíritu de una época.
Es algo mágico que acontece raramente, casi tan poco, por volver a otra obsesión lorquiana, como el duende. Apenas un puñado de toreros ha conseguido erigirse en reflejo y símbolo su época y ello los convierte en fenómenos sociales, en verdaderos ídolos de masas que arrasan taquillas, que apasionan audiencias, que enardecen a la afición.
Empezaremos por Joselito y Belmonte o la edad de oro del toreo. Fueron rivales en la España de principios del siglo XX. Joselito “el Gallo” representaba a la España tradicional, la de las cosas bien hechas. Se lo considera el rey de los toreros. Belmonte, 'el pasmo de Triana' venía a encarnar una nueva España, la de la modernidad, la innovación, el arrebato. Belmonte fue el primer matador que prescindió de la coleta. Su España fue un anticipo de la España venidera, que tardaría mucho tiempo y sacrificio en consolidarse, más de medio siglo, luego de dos dictaduras, una república fallida y una terrible guerra civil. De allí emerge Manolete, gran figura que aportó una manera diferente de acercarse a la liturgia del redondel, con su estilo austero y grave, a la par nuestra historia.
Superada la postguerra, emerge un personaje nuevo, revolucionario, Manuel Benítez el Cordobés, que arrasa con un toreo heterodoxo, desenfadado, rompedor, “yeyé”. Eran los sesenta, los hippies, Beatles, amor libre y en España, los destellos del desarrollismo económico y la apertura al turismo y a la proyección exterior del país. Las suecas en biquini en los filmes de Lazaga y Masó, también Berlanga y Summers.
Habría que esperar varias décadas hasta que asomó en el horizonte taurino otra figura de las que hacen época. Es José Tomás, hoy prácticamente retirado de los ruedos, estilo tremendista, muy dramático, valiente hasta lo irracional, un desafío a una sociedad de pensamiento único y líquido.
Hoy hay un nuevo fenómeno. Es el peruano Andrés Roca Rey. Un estilo muy original, contorsionista, casi circense, es un reflejo de un tiempo que parece valorar más la brillantez y la originalidad que el rigor y la sujeción al canon. El toreo de Roca Rey parece, en ocasiones, diseñado por desde un ordenador, de ahí su entrada entre el público más joven, con una mentalidad bien diferente de lo que espera de una faena en el albero.
Volvamos a Lorca Todas las figuras evocadas fueron resplandores efímeros, pero marcaron el espíritu del tiempo en el que les tocó vivir y torear. Todos diferentes, todos representando su tiempo, una forma de ser y de vivir. Quizá sea Ignacio Sánchez Mejías el llamado con más fuerza a la inmortalidad. Y, gran paradoja, no por su relación con el toreo, sino como inspiración del Llanto, genial elegía que escribió Lorca a su muerte por la cornada de un toro en la plaza de Manzanares.
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