El video es cuanto menos desconcertante. Con cierta sorpresa vemos a unos cuantos hombres en mitad del campo cruzándose entre sí como zombis. Un joven con barba, claramente desorientado en la vida pero con evidente buena fe, explica a la cámara que ha venido a este “taller de eliminación de patrones de masculinidad tóxica” para, a base de un “popurrí de clown, tantra, laboratorio de teatro y círculos de hombres” desaprender clichés asociados a su género. “No he dudado ni un segundo”, dice la criatura, “hay que llegar a cien”.
Aún con ciertas dudas sobre a qué se estará refiriendo con eso de llegar a cien, aparece otro personaje que nos cuenta que se trata de “conectar con su vulnerabilidad” y así “poder expresar sus emociones”, como si hubiera pasado por la vida hasta la cuarentena como una esfinge egipcia y solo ahora, en este encuentro curativo entre zagales, pudiera por fin identificar sus sentimientos. Por las sonrisas beatíficas con las que nos premian tras soltarnos un discurso aprendido a base de frases hechas que no conectan lógicamente entre sí una se da cuenta de que se perciben superiores. Han llegado al camino de la iluminación y la sensibilidad, ese al que usted que me está leyendo y yo no podemos, en nuestra falta de desarrollo emocional, acceder todavía. Sin necesidad de taller, y sobre todo, sin necesidad de pagar taller, conecto directamente con una emoción, el desespero. Solo la evocación de figuras tutelares como Clint Eastwood o en un ámbito más doméstico nuestro preclaro Fary, consigue tranquilizarme. Pero no se engañen, los zombis en proceso de deconstrucción dándose abracitos sensibles van a perseguirnos sin compasión en nuestras noches más oscuras.
“Facha”, “homófobo”, “Terf”, incluso “español” en algunas zonas de España. Palabras que se lanzan al osado como si fueran piedras de cien kilos
Nadie sabe muy bien qué es eso de masculinidad tóxica. Parece un cajón de sastre en el que cabe todo y que se hermana con otros términos también nacidos para acallar al que se atreve a expresar una opinión discrepante: “Facha”, “homófobo”, “Terf”, incluso “español” en algunas zonas de España. Palabras que se lanzan al osado como si fueran piedras de cien kilos dirigidas contra su cabeza. Lo que sí se sabe muy bien es que no se trata de un patrón de comportamiento que puede predicarse de todos los varones, en la forma con las que las alegres chicas de Igualdad, ese conventillo de la Sección femenina de Podemos, nos martillean a todas horas. Los hombres son cada uno de su padre y de su madre, o de su progenitor gestante y no gestante -para que se vea que domino la palabrería del ramo- y sus comportamientos y actitudes dependen más de los valores que les transmitieron en su casa que de cualquier otra cosa.
Pablo Iglesias, por poner un ejemplo extremo, es como es en gran medida por haber sido un niño mandarín criado por una corte de mujeres, madre, tías y abuela, que le hicieron creer que estaba llamado a dirigir la galaxia. Todos los hombres distintos y todos conectados con sus emociones, pero mejor o peor educados. Es curioso que en 2023, y a pesar de todo el aparato con que se adoctrina a los jóvenes, las relaciones entre ellos estén adquiriendo cada vez matices de mayor sumisión entre ellas y de mayor agresividad entre ellos. La música que escuchan, con letras mucho más machistas que aquellas con las que crecimos nosotros, ayuda también a normalizar lo insoportable.
Saber decir que no y sobre todo, saber decir que sí. Si se educara a las niñas en el respeto a sí mismas muchas masculinidades tóxicas quedarían neutralizadas
Abotargados con aparato teórico que no sirve para nada, se olvida decirles a las chicas la verdad fundamental: Que no hay más libertad ni más poder que el que da la independencia económica. Que esa libertad económica no se consigue quejándose infinitamente mientras se hace el manta sino esforzándose y estudiando. Que el acoso, las faltas de respeto, las muestras, ahora sí, de masculinidad tóxica, jamás se producen en la jerarquía profesional de abajo a arriba sino de arriba a abajo, y que si se convierten en las que mandan no tendrán que temerlas porque no se producirán.
Autoestima, voluntad, ninguna vocación de mártir, asumir los errores sin echar la culpa a nadie. Saber decir que no y sobre todo, saber decir que sí. Si se educara a las niñas en el respeto a sí mismas muchas masculinidades tóxicas quedarían neutralizadas. Por supuesto que seguirán existiendo agresiones que ninguna mujer podrá repeler, pero esas ya pertenecen al ámbito penal, o pertenecían, hasta esta ley maldita que está sacando a los agresores a la calle.
Los hombres que van al taller a deconstruirse como si fueran una tortilla de patatas en manos de un cocinero con ínfulas van a dejarse en el intento aquello que les da su identidad. Se puede ser sensible sin sensiblería, se puede abrir la puerta a una mujer desde la más perfecta igualdad. Pero si nos cargamos la diferencia entre ustedes y nosotras, se nos fastidia el invento. Y ahora, para recuperarme de tanto varón desnortado, con su permiso me vuelvo a alguno de esos hombres que más que crearte problemas, te los solucionan.
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