Pienso que, en general, nunca he intentado imponer mis convicciones a nadie. Naturalmente, como todos, tengo mis valores, mis valores absolutos, mis creencias y opiniones sobre las cosas que, cuando se presenta la ocasión, defiendo con los mejores argumentos de los que soy capaz. Y quizá por eso, porque disfruto debatiendo e intercambiando opiniones con los demás, también me gusta reflexionar, de vez en cuando, sobre las cosas que pasan, sobre por qué pasan y sobre cuáles pueden ser las consecuencias de que sucedan. Y les aseguro que el hecho de pensar y reflexionar sobre cualquier cosa, en un momento de tranquilidad, me resulta un entretenimiento agradable y relajante. Hagan la prueba.
Cuando se sientan tensos o agobiados por cualquier causa, cualquier problema que haya surgido en su trabajo o con sus allegados, intente aislarse y reflexionar sobre cualquier cosa que esté pasando “por ahí fuera”, distante de su mundo mas cercano, y que, aparentemente parezca que no le afecta para nada. Reflexione sobre porqué pasa lo que pasa y sus consecuencias. Transcurrirá el tiempo sin darse cuenta, de un modo relajado, agradable y divertido, y, asombrosamente, al final seguro que llega a la conclusión de que, sea lo que sea sobre lo que esté pensando, más pronto o más tarde, le va a afectar. Y es que todo lo que ocurre por ahí fuera nos afecta, y reflexionar sobre ello nos permite formar nuestra propia opinión, almacenar los argumentos que te permitan defenderla, y quedar muy bien, como persona enterada de la actualidad, ante tus amigos y conocidos, en cuanto se presente la ocasión. Pensar sobre lo que ocurre solo proporciona ventajas, y no compromete a nada -decía García Márquez que “nadie te recordará por tus pensamientos ocultos”- hasta que no decidas utilizar tus argumentos. Sinceramente les recomiendo que lo practiquen de vez en cuando.
Toda esta introducción viene a cuento de que, estos días recién pasados, me he entretenido pensando, y divertido discutiendo con algunos amigos, sobre el significado de nuestra fiesta de 'Todos los Santos' y del 'Día de Difuntos', y de la influencia que tienen en la celebración de ambas las nuevas modas importadas. Convenimos que es un tema que da mucho juego. Pensamos que, en las culturas de tradición cristiana, con el 'Día de Difuntos' intentamos rendir homenaje al recuerdo de aquellos a los que quisimos, con los que convivimos, y que ya no están.
Repostería simbólica
No se trata solo de “honrar a los muertos”, como muchos, simplificando, dicen. Se trata de homenajear su recuerdo, es decir, homenajear aquella parte del desaparecido, el recuerdo inmaterial, que queda con nosotros. “Uno vive mientras haya alguien que le recuerde”, dice el sabio. Y apurando el argumento, desde un punto de vista teológico, lo que verdaderamente estamos homenajeando es el “alma inmaterial” del difunto, a su “alma inmortal” de la tradición cristiana, al recuerdo que vive con nosotros. Y de aquí es fácil pasar a elucubrar sobre la “otra vida”, sobre la existencia de la vida feliz, infinita y dichosa que nos promete esa tradición. Como verán, estas “fiestas”, la de “Difuntos” y la de 'Todos los Santos', son celebraciones reconfortantes y alegres para los creyentes porque mantienen viva la esperanza, la mejor de las virtudes, la esperanza en una vida completamente feliz. Y eso sin tener en cuenta que, mientras tanto, mientras esperamos aquí, nos reconfortamos durante estos días con los deliciosos 'pastelitos de todos los santos', que, dicho sea de paso, no tienen ni comparación con los 'huesos de santo', de la tradición castellana, y mucho menos, con los empalagosos, mantecosos y chorreantes, pasteles de 'brujas y calaveras' que intentan introducirnos, aprovechando la moda de los ridículos disfraces importados y copiados de las fiestas americanas.
Alcohol y excesos
Y es que, pensar en estas cosas, da mucho juego. Si se fijan, resulta que solo importamos de los americanos lo peor que tienen. Tienen muchas cosas buenas, y son admirables por multitud de motivos, pero aquí solo traemos lo que facilita el negocio fácil, es decir, lo peor. Primero fueron los refrescos de cola, que no digo que sean malos en sí, pero que son un atentado al buen gusto y a la estética, cuando se utilizan para acompañar a un plato de paella, a una ración de buen marisco, o a un sabroso solomillo. Después, sus películas nos enseñaron a fumar elegantemente, hasta que, cuando sus empresas tabaqueras diversificaron su negocio y abrieron mercados en todo el mundo, decidieron que “fumar era malo” -no estoy defendiendo que sea bueno- y consiguieron que se prohibiera fumar en toda Europa. Luego, y esto si que no tiene perdón, nos impusieron sus grasientas hamburguesas y 'comida basura', que ya está causando más problemas de salud que el tabaco, hasta el punto de convertir la obesidad en una enfermedad generalizada y epidémica. Y ahora nos llega su espantosa 'noche de terror', con sus horteras disfraces de demonios, calaveras y calabazas, que intentan transformar nuestra tradicional esperanza en una vida feliz, en la felicidad falsa y efímera que proporciona, previo pago, naturalmente, una noche de alcohol y excesos. Sin embargo no somos capaces de importar de los americanos ni su fe en Dios -lo tienen hasta en los billetes y lo citan en todos sus discursos- ni su sentido de pertenencia a su país, con el consiguiente respeto a su bandera y símbolos que lo representan.
Como verán es divertido lo que esta pasando. La 'fiesta de Difuntos' da mucho juego. Y eso sin mencionar el tema de los “funerales civiles” (y bautizos) que la nueva religión de los laicos nos quiere imponer. Pero de eso hablaremos otro día.
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