Definitivamente, cabe pensar que a Pedro Sánchez le ha dado un aire. Que no está en el dominio del hecho. Que ha perdido el control. Que realmente pensó que nunca se sabría, como en los regímenes autoritarios que todo lo esconden bajo la alfombra de un poder omnímodo, que realmente diseñó toda una maniobra de ocultación cuando se retiró a La Moncloa cinco días en su particular día de los enamorados, en un San Valentín reflexivo y falsario. Pero es que se ha sabido. Bastaba con levantar un secreto de sumario, cuadrar fechas y aplicar el sentido común. Sánchez contaba con información privilegiada y sabía que Begoña Gómez estaba siendo investigada. Por eso puso una garita en la puerta del Juzgado al fiscal del caso, para escudriñar cada papel, cada mueca del juez, cada firma de un auto. Oye, y dejárselo claro, que lo entienda bien, que de ahí no se mueva ni para ir al servicio. Que es Begoña, y ni un pétalo la roce.
Esos días Sánchez decidió traficar con su propia influencia contra los españoles. Traficó con su influencia sobre sus propios militantes congregados en Ferraz a golpes de pecho, por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa… Traficó con su influencia contra los ministros que en plena calle gritaban sentirse los “perros” de Sánchez, los guardianes a dentelladas de las esencias del sanchismo frente a cualquier amenaza. Daba igual si era verdad o no, si era un bulo o no. Que ahora ya sabemos que no lo es, por cierto. Daba igual si Begoña Gómez estaba siendo ya investigada o no. Sánchez sabía que sí, fichó un abogado, y montó un victimario. Sólo lo intuíamos a él sufriendo en soledad en la Moncloa, arboleda arriba, arboleda abajo, meditabundo, como desinflado. Pero la tragedia de Sánchez, el drama del PSOE, era solo una farsa, una maquinación, un funeral sin finado para plañideras sin consuelo.
¿Corrupción penal? Es irrelevante. Basta la corrupción ética, la corrupción política, la corrupción que consienten el amiguismo y el nepotismo
Quien incurre en tráfico de influencias es él. Influencias para que los anunciantes y empresas no financien ‘pseudomedios’ y agonicen. Influencia para que la disidencia al sanchismo no sea un eslabón más de cualquier democracia sana y solvente, sino que sea fango, ultraderecha y fascismo en ciernes. Sánchez trafica con su influencia para construir una meta-verdad, una realidad paralela que le consuele, un ejercicio de escapismo contra la corrupción que salpica a su entorno. ¿Corrupción penal? Es irrelevante. Basta la corrupción ética, la corrupción política, la corrupción que consienten el amiguismo y el nepotismo.
Ha traficado contra el clima político en España creando una burbuja artificial, irreal. Trafica con la política de los bulos porque él es un bulo andante capaz de reírse a carcajadas desde su escaño mientras trafica con su propia palabra dada, mintiéndose a sí mismo. Trafica contra los jueces, y envía a su ministro de cemento a los pasillos del Senado a decir que una investigación penal contra su mujer es una “chorrada”. Como chorradas deben ser las investigaciones de la Fiscalía Europea, de la Audiencia Nacional, de los juzgados ordinarios de Madrid, de la Audiencia Provincial que acaba de avalar que se investigue a Begoña Gómez, las filtraciones obscenas de la UCO, o los abusos de la Fiscalía contra el novio de Díaz Ayuso. Y también será chorrada el Tribunal Superior de Justicia, cuando cite al fiscal general a declarar, o la Fiscalía Anticorrupción, o la Sala Penal del Supremo contra la amnistía, o la de lo Contencioso-administrativo contra la “desviación de poder” de la fiscalía y el favoritismo contra Dolores Delgado. Todo es un bulo, una conspiración antisanchista. ¿Y la Comisión de Justicia de la UE? Fango ¿Y la Comisión de Venecia? Fango. Sólo el Tribunal Constitucional y Gonzalo Boyé son fuente de derecho en España.
Trafica también con nombres de periodistas en la tribuna del Congreso consintiendo a las belarras ociosas señalamientos contra la libertad de expresión, como si eso fuese mínimamente democrático
Sánchez trafica con su influencia para poner a la España institucional bajo sospecha. Ordena a la presidenta del Congreso que corte la intervención de Núñez Feijóo, y The Economist titula “The drama King”. Nosotros… nosotros hemos dejado de ser periodistas para ser sicarios. Pero con todo, lo peligroso no es que mienta. Ni siquiera la cadena de robots que le aplauden en el Congreso sin saber siquiera qué o por qué aplauden. Tú aplaude y punto. No pienses, ejecuta si no te quieres ver en ese tráfico de listas negras para saber quién ha apoyado mucho, poco o nada a Begoña Gómez. Aplaude, no sea que se le antoje una purga.
Y trafica también con nombres de periodistas en la tribuna del Congreso consintiendo a las belarras ociosas señalamientos contra la libertad de expresión, como si eso fuese mínimamente democrático. No son sesiones de control al Gobierno. Son exhibiciones del Gobierno controlando a la democracia. Sánchez no es que no dé tregua a la mentira. Incurre en algo que alguien, algún día, debería regular como un nuevo delito, el tráfico de mentiras.
Me perdonen la suspicacia, pero si a Sánchez le votan ocho millones de personas el 9-J, solo puede ser porque Begoña Gómez hizo negocios con siete millones y medio de ellos. Y el otro medio lo hará por odio a la derecha, que es lo más plausible en esta España que el sanchismo descose a capricho.
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