Casi a la manera del Espíritu Santo, Pablo Iglesias se manifestó este miércoles en el sanedrín de Podemos. Lo hizo no como una zarza ardiente ni transmutado en paloma blanca, sino en la voz de Irene Montero, una reina de Escocia empadronada en Galapagar con la que comparte dirección del partido, alcoba y familia. Ante la ausencia del líder, buena es la lideresa. A este paso, y si las cosas se tuercen aún más, Pablo Iglesias terminará ya no dimitiendo, sino abdicando. Tampoco acudió Iñigo Errejón, pero ese amortizó la conjura.
El Consejo Ciudadano Estatal de Podemos de esta semana acabó sin acuerdo. En lugar del pan y pescado que prometía, Pablo Iglesias dio a Errejón una piedra y una serpiente. El secretario general ni ofreció una fórmula conciliatoria ni aceptó el modelo electoral de Íñigo Errejón, al que este miércoles situó de nuevo fuera de Podemos -el penúltimo de la fila, incluso después del Jemad-, una excomunión sin asamblea ni consulta, por aquello de que el cupo de participación interna ya lo agotaron con el plebiscito sobre si Iglesias debía vivir no en Villa Navata.
Pablo Iglesias no acudió. Por él habló Montero, una reina de Escocia empadronada en Galapagar
El juego se tranca todavía más. Los afines a Íñigo Errejón no están dispuestos a renunciar a Más Madrid, así que tanto la candidatura unitaria como el partido hacen aguas. Desde que Íñigo 'Catilina' Errejón decidió presentarse con Carmena, el pronóstico demoscópico de Podemos es reservado, por no decir que va directo al hundimiento. Ante ese percal, un espabilado Sánchez encontrará la manera de zafarse y abandonar ese barco que ya no le sirve para llegar a ninguna parte.
Cuando se cumple un lustro de su aparición en el panorama político español, Podemos ha pasado de ser la Arcadia de la participación ciudadana, la edad inocente de toda revolución, a algo parecido a un jardín de infancias regentado por el tío Herodes. El partido es, hoy, el reino de un Dios barbudo al que cada día se le pone más cara de piolet y no porque esté en capacidad de blandirlo, sino porque puede ser él quien reciba la puntilla.
Como hizo Trotsky con Mercader, Iglesias se confió. Se asomó demasiado tiempo a la ventana de su amor propio
Se confió Iglesias, como hizo Trotsky con Mercader. Se asomó demasiado tiempo a la ventana de su amor propio. No había nada que temer, debió pensar mientras diseñaba el paisajismo de su jardín con lago artificial. En un tris, Errejón pasó de víctima a victimario, sacó el piolet de mochila de parvulario y le asestó el golpe en la cabeza. Como Trotsky, Iglesias no morirá en el acto, al menos no en este. A esta tragedia bolchevique le quedan unos cuantos más.
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