La tocaya de Arrimadas. Sor Juana Inés de la Cruz, decía que ella no estudiaba para saber más, sino para ignorar menos. Qué duda cabe que la líder de Ciudadanos, cautivo y desarmado el ejército liberal, aprendió mucho de Albert Rivera, de Juan Carlos Girauta y de tantos y tantos dirigentes que la acogieron, la formaron, la moldearon y la auparon hasta convertirla en cabeza visible de la formación naranja en Cataluña. Inés salió del empeño con una victoria sobre el separatismo histórica, impensable. Se aupó a hombros de aquellos políticos reformistas, liberales de corazón y de acción, convirtiéndose en jefa del partido más votado en aquellas elecciones catalanas convocadas tras el intento de golpe de estado y el 155, mérito innegable que nadie puede discutirle.
Pero tenía metas más elevadas y, dejándonos a los constitucionalistas catalanes con un palmo de narices, se largó a Madrid con armas y bagajes. Quería más. Quería ser cargo ministerial. Quería ser la primera presidenta del gobierno de la democracia. Lo quería todo, exaltada por los mimos que le habían dispensado en la reunión de los Bildelberg a la que acudió fascinada. Ay, Inés, ¿acaso ignorabas que también hicieron en su día lo propio con Soraya Sáez de Santamaría o con Rivera? Tu ansia de llegar te impidió contemplar en tu reflejo en el lago político la realidad y caíste, cual Narciso con forma de mujer, en las conspiraciones torrezneras, intentando apartar con este y con el otro, apoderándote de portavocías y despachos. Flaco favor le hacías a tu partido, a tus antiguos mentores y, si me lo permites, a ti misma.
Dejaste la casa naranja en Cataluña en manos de una gerente para que no pudiera hacerte sombra, y te lanzaste a coquetear primero con Rajoy para intentarlo después con Sánchez. Pero tenías un serio estorbo para alcanzar la notoriedad, y ese escollo que había que salvar se llamaba Rivera. Rivera y sus circunstancias, claro, porque al lado del líder ciudadano estaba Girauta, encarnación sólida de un senador romano capaz de fulminar a cualquiera cual Gorgona con su discurso constitucionalista, europeísta, sólido, culto, ideológico, admirable. Tenías que hacer que el Descensus Avernii de la cúpula dirigente de Cs sucediera lo más rápido posible porque eso te susurraban Botín y Prisa, eso te hacían llegar los Bildelberg, eso te aconsejaba Manuel Valls, de quien acaso algún día me ocupe con detenimiento y explique a quién sirve en realidad ese personaje al que el propio Albert reconoce como el mayor error político de su vida.
Con toda esa orquestina acabaste por quedarte de reina, aunque lo seas de un solar árido, pálido reflejo de lo que fue y de lo que podría haber sido. Habría que preguntarse por qué quienes mueven los hilos detrás de las bambalinas llegaron a considerar que eran mucho más peligrosos para el sistema plutocrático y partidista Rivera, Girauta, Fer de Páramo et altri que tú. O, por pasiva, qué era lo que te hacía a ti más útil para sus planes que ellos. Resumiendo, vas a dar apoyo nuevamente a Sánchez para una nueva prórroga del estado de alarma. Y, por favor, no ofendas nuestra inteligencia diciendo que es por el interés general y que le estás arrancando a Sánchez no sé sabe muy bien qué asunto. No vuelvas a explicarnos el cuento de los ERES. Ni el gobierno los está pagando ni los pagará porque no tienen un duro, aunque los prolonguen hasta el día del Juicio Final. Ya no cuela.
Lo que queda claro es que te has pasado al lado del social comunismo, rompiendo la promesa del viejo Cs, que dijo que jamás apoyaría a un gobierno socialista en el que estuviera Podemos o pactase con los separatistas. A eso se le llama traición. Alguno de tus defensores me puede argumentar que no, que se llama centro político, pero no es verdad. Apoyar al totalitarismo bolivariano y lazi no es bascular entre izquierda y derecha. Excusas baratas ni una más. Es lo mismo que decía Fouché cuando, al ser acusado de traicionar a Napoleón, se excusó diciendo que quien había traicionado al emperador era Waterloo y no él. Yo te he respetado mucho, Inés, ay Inés del ama mía. Te he querido fraternalmente y te ví como a una mujer de empuje que, con su aparente fragilidad, podía hacer cosas muy importantes para Cataluña, que es lo mismo que decir para España.
Todo aquello no era más que una bella ilusión, un espejismo, un enorme y delicado trampantojo que, como escribió Shakespeare, ha terminado por mostrar su verdadero rostro al cumplir con su misión.
Lo siento mucho, Inés. Lo siento de corazón. Pero eres una traidora. Ojalá me equivocara.
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