Hay términos en inglés que son difíciles de traducir al español. “Compromise” no es uno de ellos (“transigir” quiere decir exactamente eso), pero hay más dificultades para encontrar un equivalente en español para “trade-off." En economía, un trade-off entre dos alternativas implica que lo que se gana de una se pierde de la otra. Una disyuntiva no es exactamente eso, pues implica todo o nada. Compensación o intercambio (que sugieren los diccionarios) no tienen mucho que ver. Quizás contrapartida sea lo más cercano, aunque no incluye ese concepto de gradualidad.
En cualquier caso, la economía está llena de trade-offs. En los años 60 y 70 del siglo pasado se habló mucho del trade-off entre inflación y desempleo. Se creía entonces que una política de demanda expansiva reduciría el desempleo, pero aumentaría necesariamente la inflación, y viceversa. Luego la crisis del petróleo demostró que, con un shock de oferta, se puede tener tanto inflación como desempleo aumentando al mismo tiempo. En cualquier caso, aunque las relaciones no sean necesariamente puras ni infalibles, la realidad es que es muy difícil encontrar una variable económica que no influya sobre otra, y en sentido contrario. De lo que se trata es de aprender a asumir la complejidad.
Quizás llegue un momento en que podamos obtener una energía más barata en promedio con fuentes esencialmente renovables, pero hasta entonces hay que prepararse para pagar más por el gas, la gasolina y el diésel
Por ejemplo, hay un trade-off entre descarbonización e inflación, por lo menos a corto plazo. Si dejamos de usar combustibles fósiles, las empresas dejarán de invertir en la prospección y extracción de estos, de modo que irán progresivamente escaseando y su precio aumentará. Quizás llegue un momento en que podamos obtener una energía más barata en promedio con fuentes esencialmente renovables, pero hasta entonces hay que prepararse para pagar más por el gas, la gasolina y el diésel, con todas sus consecuencias. Por otro lado, las exigentes normativas de emisiones encarecerán los costes de la industria, y estos, en parte, se trasladarán a precios o supondrán una pérdida (al menos temporal) de competitividad. De ahí la decisión de esta semana del Consejo de la UE de retrasar una propuesta de la Comisión sobre emisiones de vehículos después de que varios estados alegaran que los cambios podrían reducir la inversión en vehículos eléctricos. La realidad es así. ¿Queremos reducir emisiones? Habrá costes.
Un segundo ejemplo es el de la seguridad económica. En un mundo multipolar y de cooperación decreciente como el actual, concentrar el suministro de bienes estratégicos (por ejemplo, energía, materias primas esenciales o semiconductores) en países no aliados es un riesgo considerable, de eso no hay duda. Ahora bien, dejar de importar bienes (y por tanto optimizar la cadena productiva a nivel mundial) implica más producción nacional, pero más cara. ¿Quiere productos nacionales? Pague más por ellos (o admita que no los producirán personas, sino probablemente robots). ¿No quiere pagar más? Admita las importaciones. Ese es el trade-off. Aplíquese también a la política industrial, ya sea estadounidense, europea, nacional o local. ¿Queremos producir semiconductores? Los produciremos peores y bastante más caros, como mínimo durante un largo tiempo. ¿Los necesitamos, para no depender de China? Asumamos el coste.
Las cosas no funcionan así. Nada es gratis. Ser verde, garantizar la producción europea, hacer política industrial… todo tiene sus costes. Y los costes, cómo no, consecuencias económicas y políticas
¿Cuál es el problema? Que a los ciudadanos no les gustan los trade-offs y prefieren escuchar de sus políticos solo buenas noticias: que la transición verde generará mucho empleo y no tendrá costes, que la seguridad económica se puede alcanzar sin incrementar los precios de los productos, que es posible abandonar un mercado único y prosperar económicamente… A los políticos, por su parte, les gusta ser reelegidos y prefieren incidir exclusivamente en los beneficios y obviar la explicación de las dificultades. Pero las cosas no funcionan así. Nada es gratis. Ser verde, garantizar la producción europea, hacer política industrial… todo tiene sus costes. Y los costes, cómo no, consecuencias económicas y políticas.
Pero cuidado: otro de los conceptos más importantes que existen en Economía es el de coste de oportunidad, es decir, el coste en que se incurre por dejar de hacer algo. El coste de mantener una vivienda vacía no es cero, sino el alquiler que se deja de percibir. Asimismo, no hacer nada contra el cambio climático no tiene coste nulo. Varios investigadores del Banco de España han publicado en Nature un artículo que refleja una pérdida de más de 4.000 millones de euros en riqueza inmobiliaria como consecuencia del deterioro del ecosistema del Mar Menor, diez veces mayor que las ganancias en la agricultura. En otras palabras: que hay un trade-off entre mantener el modelo agrícola actual (y por tanto no hacer nada frente al deterioro medioambiental y al cambio climático) y el valor de la riqueza inmobiliaria. No hacer nada es, en el fondo, una decisión… con costes.
Los ciudadanos adultos y responsables deben ser conscientes de que la transición verde, la autonomía estratégica o la seguridad económica son estrategias deseables con beneficios evidentes pero también costes inevitables e indeseables. Entender mejor los segundos evita posteriores sorpresas o frenazos que, en el fondo, también tendrán costes.
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