Opinión

La transparencia de los demás y la opacidad propia

La ministra de Defensa, Margarita Robles, entrevistada en la Cadena SER, ha visto con buenos ojos que su compañero de gabinete y vicepresidente segundo, Pablo Manuel Iglesias, atendiera la solicitud

La ministra de Defensa, Margarita Robles, entrevistada en la Cadena SER, ha visto con buenos ojos que su compañero de gabinete y vicepresidente segundo, Pablo Manuel Iglesias, atendiera la solicitud de comparecencia del PP y Cs para explicarse después de que un juez de Madrid haya citado para que presten declaración como imputados al partido Podemos y a tres de sus dirigentes referidos en la denuncia del exabogado de la formación morada José Manuel Calvente.

Robles entiende que “la transparencia siempre es buena”, que el control parlamentario es “positivo”, que debe observarse máximo respeto a la presunción de inocencia, que nadie está por encima de la ley y que los primeros días en los que no se decía dónde estaba el Rey [Juan Carlos I] no fueron buenos para la monarquía, porque la monarquía es una institución sólida, que tiene que dar credibilidad”.

Examinemos a Pablo Manuel, acérrimo partidario de la transparencia de los demás; implacable en la promoción de escraches administrados como jarabe democrático para educación de sus rivales políticos; normalizador del insulto, por ejemplo, al periodista Vicente Vallés, exhibido como un progreso democrático; promotor infatigable de comisiones parlamentarias de investigación destinadas al esclarecimiento de irregularidades ajenas, sucede que ahora se niega a comparecer. Concluyamos que exige transparencia y practica opacidad.   

Pero, ya sea que el líder morado se encuentre en fase de eclipse, como dicen unos, o ingresado en la unidad de quemados de La Moncloa, como sostienen otros, hay coincidencia plena en que Pablo Manuel se declara alérgico a la ingesta de ese jarabe democrático que con tanta generosidad venía administrando a sus adversarios y, además, que un partido tan joven se haya pervertido tan deprisa y se afane con tanto ahínco en lo mismo que abominaba produce desconcierto.

Porque, ¿cómo explicar que en la reforma de la sede de Podemos se hayan replicado, punto por punto, todas las chapuzas de adjudicaciones irregulares en las que incurrió el PP entre 2005 y 2010 cuando la reforma de su sede nacional en la calle Génova? Además, si desairar con el despido a un contable desencadenó el affaire Filesa con graves daños para el PSOE, ¿quién pudo pensar en el entorno de Iglesias que despedir al abogado Calvente como si fuera un acosador le saldría gratis total a Podemos?

¿Cómo explicar que en la reforma de la sede de Podemos se hayan replicado, punto por punto, todas las chapuzas de adjudicaciones irregulares en las que incurrió el PP entre 2005 y 2010 cuando la reforma de su sede en Génova?

Porque si los morados reprobaron al abogado, ahora es él quien les reprueba y le dice a Alejandro Requeijo en una entrevista para Vozpopuli que sus antiguos empleadores, cuando recurren al comodín del victimismo, sólo avivan sospechas. Para el abogado el informe del Tribunal de Cuentas confirma su denuncia sobre los pagos a la consultora Neurona Comunidad, un auténtico caso de anticipaciones prodigiosas donde facturas del 5 de abril de 2019 corresponden a un contrato del 6 de mayo.

Y, cambiando de orquesta, ¿quién entendería que un feminista del calibre de Pablo Manuel aceptara recibir del presidente del grupo Z una tarjeta de teléfono ajena, la de Dina Bousselham, su asistenta en el Europarlamento; que tras esa “transacción periodística”, así definida por Gloria Elizo -la podemita vicepresidenta tercera del Congreso de los Diputados-, Iglesias la retuviera en su poder ocho meses “para no meter presión a una chica de veintipocos” y que, una vez pasada por el microondas, se la devolviera ilegible?

Claro que, hablando de transparencia, obsérvese el posado de Irene Montero entrevistada para Diez Minutos por Rosa Villacastín, su look de pelo suelto, vestido de color neutro con escote en pico de largo midi, alpargatas de cuña y ligera plataforma y, como accesorios, pendientes largos y reloj. Dice Patricia Eguidazu que la ministra busca realzar la feminidad descartando los pantalones habituales, su característico bléiser y el zapato plano que suele, mientras el tableado de la falda manda un mensaje de madurez y seriedad, añade credibilidad y transmite cierta candidez.         

Cuestión distinta, como la ministra de Defensa considera, es que las protestas que vienen sufriendo desde hace meses el vicepresidente segundo del Gobierno y la ministra de Igualdad, Irene Montero, frente a su domicilio de Galapagar “superan la crítica” y “no son aceptables en ningún caso” porque “entran en su intimidad”. Y que “eso es aplicable para todos”. Porque “la vida privada es algo muy importante y no es aceptable que se traspasen esos límites”. De ahí su apuesta clara por el respeto, el diálogo y la tolerancia a la que aquí nos sumamos.

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