En su reciente discurso de apertura del ciclo político, el presidente Sánchez comentó que a menudo los españoles tenemos una imagen más negativa de nuestro país que la que tienen de nosotros en el extranjero. No es el único presidente que lo piensa. En un debate entre los ex-presidentes González y Rajoy que moderé el año pasado en La Toja, ambos dijeron algo parecido. El argumento viene a decir que los españoles tenemos predisposición cultural a quejarnos y a la autocrítica; mientras que los extranjeros no tienen tal predisposición y por eso nos ven como un país admirable.
La visión de nuestro país en el extranjero me toca de cerca, porque aunque paso mucho tiempo en España, llevo ya muchos años residiendo fuera. Esa visión depende del ángulo desde el que se mire a España. En Europa, por ejemplo, se nos ve como un país agradable para vivir, con buenas infraestructuras, donde se come bien, el clima es estupendo, la sanidad funciona (a pesar de la crisis de la covid) y la gente es alegre. Por eso bastantes extranjeros jubilados deciden venir a vivir a España.
Cualquier joven europeo que vea la alarmante tasa de paro de los menores de 25 años en España durante más de una década, sabe que le va a costar más labrarse un porvenir en España que en otros sitios
Pero en Europa no se ve a España como un país de oportunidades, que es por lo que los jóvenes europeos no vienen a España a buscar trabajo, a pesar de que se admira la capacidad de las grandes empresas españolas. Aquí nos hemos acostumbrado a ello, pero cualquier joven europeo que vea la alarmante tasa de paro de los menores de 25 años en España durante ya más de una década, sabe que le va a costar más labrarse un porvenir en España que en muchos otros sitios. Como también saben que conseguirán sueldos más altos en otros países europeos, porque seguimos compitiendo con salarios bajos a casi todos los niveles.
Fuera de Europa no existe una visión generalizada de España, porque casi no se nota nuestra existencia en el mundo internacional más allá de algunas grandes empresas, algún deporte, ocasionalmente algún sector de la cultura y el turismo. Ello se debe a que en el mundo internacional, aparte de los países con conflictos, solo se percibe a los países con músculo económico (que es lo que produce el capital político); o a los países que están en proceso de transformación, avanzando y creciendo. Pero nosotros no estamos ni avanzando ni creciendo: en España llevamos 16 años o bien estancados, luchando por quedarnos donde estábamos antes, o bien en retroceso.
Yo no creo que los españoles tengamos una imagen negativa de España; al revés, la mayoría estamos orgullosísimos de nuestro país. Lo que tenemos es algo distinto: una imagen negativa de lo que ha hecho la clase política con nuestro país.
Trabajo y seriedad
Los millones de extranjeros que admiran la tenacidad y valentía de nuestros deportistas más conocidos, los que siguen los éxitos de los equipos de futbol españoles con devoción, los muchísimos que admiran el insuperable talento de nuestros escritores, actores, directores, pintores, bailarines, etc. más internacionales, los que se enamoran de la autenticidad de nuestras ciudades, de la alegría de nuestras calles, los que disfrutan de la que es probablemente la mejor comida del mundo, y los que nos conocen tanto fuera como dentro de España, tienen una imagen positiva de España porque lo que ven es a los españoles: su capacidad de trabajo, su seriedad, su iniciativa, su solidaridad, su determinación y su alegría de vivir incluso en las más duras circunstancias. Pero los extranjeros no saben casi nada sobre cómo actúan los políticos en España.
Se necesitan cambios y reformas políticas tangibles; los cambios y reformas tangibles que brillan por su ausencia en los discursos del presidente del Gobierno
No se hacen idea, por ejemplo, de la ingente cantidad de dinero que ha dilapidado la clase política española, no ya en corrupción, sino en proyectos inútiles que solo han servido para aumentar sus expectativas electorales a corto plazo. Ni conocen la vergonzosa injerencia del poder político español en los servicios de inteligencia, o de Defensa, o incluso en la Justicia. No se pueden ni imaginar la presión reglamentaria tan excesiva que ejercen los políticos españoles sobre las empresas (110 páginas de reglamentación por hora). Ni saben cómo los gobiernos españoles se escaquean sistemáticamente del control parlamentario legislando a golpe de decreto (70% de la legislación el año pasado). Y tampoco saben que el Gobierno se lava las manos ante cosas tan serias como las violaciones flagrantes del derecho a la propiedad privada que son los okupamientos.
No lo saben, pero si lo supieran se escandalizarían; que es por lo que a la mayoría de los políticos españoles les molesta que esto se cuente fuera de España.
Para que la imagen de España en el extranjero sea positiva no solo de forma superficial, sino de manera real y substantiva, se necesitan cambios y reformas políticas tangibles; los cambios y reformas tangibles que brillan por su ausencia en los discursos del presidente del Gobierno.
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