Opinión

Tregua ‘constitucional’

El ‘puente’ y la fiesta anual del Congreso han servido para que la política se dé un respiro entre tanto insulto que se dedican Vox y Podemos, dirigidos, no nos engañemos, a movilizar a sus electorados

Dice con socarronería y humor inglés el escritor Thomas de Quincey en su obra Del asesinato considerado como una de las bellas artes (1827) que “si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”.

Ese es nuestro problema, que hace muchas décadas permitimos que otros políticos, no estos, asesinaran nuestra democracia para sustituirla por una partitocracia y hemos acabado dejando que estos de ahora hayan degenerado hasta dejar las cosas para el día siguiente, insultos mediante.

Sé que la política no es, no puede ser un lugar plácido, ágora de opiniones diversas expresadas de forma siempre exquisita, ese paraíso perdido que nunca fue, por cierto, nuestra mitificada Transición, sino más bien el zoco donde se ponen en práctica estrategias en defensa de los intereses de clase y del territorio a veces inconfesables. Alto y claro: Aquí se viene llorado de casa; Precisamente por ello este revival que cada cierto tiempo se suscita en torno a los “insultos intolerables” en el Congreso resulta hipócrita, artificioso e interesado.

En esta semana de puertas abiertas con motivo del Día de la Constitución el Congreso ha hecho por enésima vez propósito de enmienda… me temo, tan cínicamente como De Quincey, que para volver a las andadas dentro de una semana. Al tiempo.

¡Claro que hemos de observar el manual de buena conducta! En la política y en la vida en general; dentro del Congreso en el uso de la palabra, pero, sobre todo, fuera de ese Hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo que esta semana de puertas abiertas con motivo del Día de la Constitución ha hecho por enésima vez propósito de enmienda… me temo cínicamente, como De Quincey, que para volver a las andadas dentro de una semana porque a los dos más implicados, Vox y Podemos -dentro de su estrategia para que Yolanda Díaz les haga casito electoral-, les interesa mucho. Al tiempo.

Escuchando estos días a algunos dirigentes de izquierda e independentistas, socios del PSOE a los cuales no está gustando nada cómo la presidenta, la socialista catalana Meritxell Batet, ordena los debates -en tanto les equipara con ese ”fascismo” a tiempo parcial-, pareciera que los insultos llegaron a la política española de la mano de Vox a partir de abril de 2019, tras obtener los de Santiago Abascal su primera representación parlamentaria.

Nada más lejos de la realidad, digámoslo alto y claro para poner a cada cual en su sitio: a quien insulta de manera zafia a Irene Montero -la diputada voxera Carla Toscano-, diciendo que el único mérito de la ministra de Igualdad es haber ”estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”, y, cómo no, también a quienes la precedieron en el dudoso honor de insultar al prójimo. Que cada palo aguante su vela.

Cuando Rufián, que hoy luce corbata para apoyar a este Gobierno, fue llamado al orden en 2017 por llamar ”ladrón” a todo el PP, o cuando Iglesias pedía ”jarabe democrático” para adversarios acosándoles… no vi a tanta gente rasgándose las vestiduras

Porque, cuando ese portavoz de ERC, Gabriel Rufián, que hoy apoya al Gobierno de Pedro Sánchez y luce corbata para aparentar respetabilidad era llamado al orden en 2017 por la entonces presidenta del Congreso, la popular Ana Pastor, por llamar ”ladrones” a todo el PP; o cuando, años antes, Iglesias llamaba a dar ”jarabe democrático” persiguiendo a los adversarios de la derecha por la calle, no vi tanta gente rasgándose las vestiduras… y Santiago Abascal, Toscano y los generales en la reserva hoy diputados que les acompañan ni estaban ni se les esperaba. Ojo.

Y se insultaba a granel, ¡vaya si se insultaba! ya se lo digo yo, estimado lector, que lo escuché desde la tribuna de prensa que estos días acoge a tanto ciudadano visitante perplejo; y se hacían escraches, esa palabra horrible importada de la Argentina peronista a la que algunos de la izquierda irredenta querrían, sin éxito, que nos pareciéramos, ¡Que se lo pregunten a Rosa Díez, Soraya Sáenz de Santamaría o Cristina Cifuentes! que sufrieron el acoso en sus carnes cuando iban por la calle andando, cuando tuvieron que suspender un coloquio en la universidad, o a las puertas de su domicilio.

Eso sí, el escrache como forma de hacer política paró en cuanto llegó a la altura del municipio madrileño de Galapagar, residencia Iglesias, Irene Montero y su prole; en cuanto los Iglesias vieron que no podían vivir sin una docena de guardias civiles y varias furgonetas antidisturbios en la puerta… Fin de la historia. Espero que los insultos, todos, también se vuelvan en contra de sus promotores en las próximas elecciones. Verán cómo se acaba en horas 24.

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