Opinión

Un tren para Errejón

Pasó el tiempo de Unidos Podemos como emblema del populismo socialista, y ya hay quien se dispone a fletar un tren a Íñigo Errejón para que ponga orden en el tintinesco país de los soviets

Lenin regresó a Rusia en abril de 1917 en un tren fletado por el Segundo Reich alemán para hundir la recién proclamada República rusa. Allí se encontró con unos bolcheviques torpes y desorganizados que se dejaban ganar por la mano en las asambleas; esos soviets que tanta importancia tuvieron para suplantar el fantasma estatal ruso.

En sus “Tesis de Abril” -quizá el mejor plan seudomarxista para hacerse con el poder que haya habido en la Historia-, Lenin expuso entonces su estrategia para ganarse el favor del pueblo. Nada de divagaciones ni de retórica barata: era un diseño militar, a lo Auguste Blanqui, el loco revolucionario francés del XIX. Sin embargo, aquellas tesis debían condensarse en un lema populista que a la postre fue demoledor: “Pan, paz y tierra”.

La agrupación antes conocida como Unidos Podemos se encuentra como esos bolcheviques que describía John Reed, muy pagados de sí mismos, creyéndose que iban a sacudir el mundo a gritos, pero en realidad muy perdidos. Las divisiones entre anticapitalistas, pablistas, errejonistas, carmenistas, las confluencias con sus reyezuelos locales, han de vérselas con lo que queda de Izquierda Unida tras el paso de Garzón -un especie de Lavrenti Beria posmoderno-, y Equo, que es un partido, sí. 

El proyecto de Iglesias ya no puede ser hegemónico, ni hay más tensión que la que producen sus enfrentamientos internos, ni irradia nada más que olor a derrota

Pablo Iglesias es el máximo responsable de ese espectro de lo que fue una organización a la que las encuestas daban la victoria en las elecciones generales en 2015. Ahora, el caudillo que salió de Vistalegre II está amortizado; él y su proyecto político. Los soviets de franela y moqueta que se montó el ex profesor pensando que el régimen caía y que era el momento de asaltar el Palacio, se han convertido en ollas de grillos.

El líder podemita cometió tantos errores políticos y personales que era difícil que aguantara más derrotas. Solo citaré algunos. El primero fue negarse a la abstención en 2016 para que gobernaran el PSOE y Ciudadanos; sí, esos dos que pueden repetir alianza tras las elecciones de mayo de 2019 y las previsibles generales de 2020. Esa negativa permitió el gobierno de la derecha tecnocrática de Rajoy. El segundo fue la alianza con Izquierda Unida, que solo sirvió para restar votos porque, en opinión del errejonismo, se diluía el proyecto populista puro para abrazarse a fórmulas agotadas.

El tercer error fue liquidar al entorno que osaba poner en duda la dirección señalada por el Conducator. Así cayeron Bescansa y Alegre, otros tantos de segunda y tercera fila, y luego Errejón. Lo de Tania Sánchez fue otra cosa, pero ha tenido un papel fundamental en el último movimiento que ha roto Podemos en Madrid. El cuarto, cómo no, el casoplón de Galapagar. Ya señaló Mirabeau que un revolucionario debe vivir como el pueblo al que arenga, o éste perderá la fe en él.

La reunión del Consejo Ciudadano Estatal -nombre de aroma leninista- es una demostración del hundimiento de Iglesias y sus bolcheviques. La idea que revolotea, como el cuervo de Poe, es si la fórmula para tomar el poder no debería ser el dar por concluida la vida de Unidos Podemos y crear otra plataforma.

Pablo Iglesias es el máximo responsable de ese espectro de lo que fue una organización a la que las encuestas daban la victoria en las generales de 2015

La alternativa son las “tesis de abril” de Errejón, un carmenismo a nivel nacional, que pase de ser “Más Madrid” a ser “Más España”. En realidad, todavía en algunos resuenan las palabras de Bescansa poco antes de ser defenestrada por penúltima vez. Alertó entonces que a Podemos le faltaba un discurso español. En un momento en el que la identidad nacional comenzaba a ser la clave política determinante, como se ha visto en la competición entre las derechas, el podemismo se quedaba sin propuesta.

Ahora Iglesias, en su derrota moral, dice que Errejón “a pesar de todo, no es un traidor, sino que debe ser un aliado de Podemos". Claro, pero luego desprecia la propuesta de su antiguo compañero diciendo que quiere ser una “izquierda amable” -”infantil”, diría Lenin-  que le haga el juego al PSOE, al macronismo (sic.), y a los “trillizos reaccionarios”.

Pasó el tiempo de Unidos Podemos como emblema del populismo socialista. En un famoso tuit, Errejón escribió que “la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura”. El proyecto de Iglesias ya no puede ser hegemónico, ni hay más tensión que la que producen sus enfrentamientos internos, ni irradia nada más que olor a derrota, y, como ha señalado el propio Errejón, tampoco es capaz de seducir a nadie. “Así no”, que le dijeron sus compañeros, esos mismos que ahora han fletado un tren a Iñigo para que ponga orden en su tintinesco país de los soviets.

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