Opinión

Trenes de estupidez militante

El populismo de cualquier tendencia no es más que estupidez convertida en ideología política

Poco después del terrible terremoto en Turquía y Siria, Twitter y otras redes sociales se llenaron de mensajes culpando a la OTAN del seísmo, producido por un arma secreta de la alianza digna de peli de James Bond. Al día siguiente conocimos que hace un año el Gobierno encargó a CAF trenes de cercanías con medidas que les impiden pasar por los túneles; aunque la empresa avisó del error, no han hecho nada para corregirlo. Ayer tropiezo con un tuit de un portavoz de Más Madrid que denuncia cierto “bosque metropolitano” prometido por Ayuso pero -¡oh asombro de febrero!-  compuesto de arbolitos recién plantados, canijos y sin hojas. ¿Qué tienen estas tres cosas en común?: que son ejercicios de estupidez militante. Para entender el problema, fijémonos en los trenes intunelables.

La pifia de los trenes no aporta ninguna ganancia ni ventaja a nadie, y además perjudica la reputación industrial española

No hay ningún modo de entender la pifia de los trenes sino como ejercicio de estupidez típico de la ineptocracia, que cabe definir también como la conversión de la estupidez en el arte de gobernar sorteando tus constantes cagadas (con perdón). En efecto, la troupe Sánchez no gana nada con el disparate de que un ministerio y dos grandes empresas públicas, Renfe y Adif, hayan degenerado hasta el punto de no servir ni para encargar trenes a una empresa, CAF, que lleva más de un siglo haciéndolos y advirtió inútilmente del error hace un año a sus estúpidos clientes.

Más bien quedan en evidencia como lo que son, una coalición social-comunista de ineptos ávidos de poder y totalitarios no menos ineptos y ávidos -el trío peleado Pilar Llop-Yolanda Díez-Irene Montero-, inevitablemente condenados a perpetrar graves estupideces que solo blanquean con nuevos logros ineptocráticos. La pifia de los trenes no aporta ninguna ganancia ni ventaja a nadie, y además perjudica la reputación industrial española, pues es sabido que las malas noticias vuelan e impresionan más que las buenas (véase este reportaje de Le Figaro, diario de cabecera de un país que compite con el nuestro en exportación ferroviaria).

Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano

Algunos culpan a internet y sus redes sociales de la expansión vertiginosa de la estupidez, pero esta lacra es vieja como la humanidad; como dijo Schiller, “contra la estupidez los propios dioses luchan en vano” («Mit der Dummheit kämpfen Götter selbst vergebens»). Lo que sí parece probable es que la digitalización haya promovido la difusión populista de la estupidez, es decir, la equiparación al mismo nivel de la buena información y las buenas teorías con toda clase de majaderías, engaños y basura informativa. La educación debería formar a la sociedad en distinguir el grano de la paja y las buenas fuentes de las malas, pero la educación tampoco se ha librado de la plaga y está muy afectada por el proceso degenerativo gracias a tecno-pedabobos que sustituyen el aprendizaje tradicional -leer, escribir, aprender a hablar y escuchar- por el manejo de pantallas y aplicaciones que conducen a miles de  estupideces tratadas como ideas y noticias serias en la gran llanura plana y abierta de internet.

La estupidez al poder es la realización práctica de la profecía del gran Discépolo en su tango Cambalache, “todo es igual, nada es mejor/ lo mismo un burro que un gran profesor”, pareado que anticipa a la perfección el Gobierno de Sánchez y no pocos parecidos por el planeta que han ido sustituyendo a los profesores por los burros. La aceptación resignada de la ineptocracia como estado normal de las instituciones parece inseparable de la voladura de la indispensable distinción entre saber y opinar, informar y especular, teorizar y delirar, hablar y rebuznar. En definitiva, la ineptocracia es el resultado institucional del auge social de la estupidez militante que tritura esas distinciones.

Volvamos a los trenes sin túnel: a diferencia del grave destrozo jurídico y social de la Ley del solo Sí es Sí, y las que vendrán (Trans y Animalista, por ejemplo), que también son estúpidas, en este caso la ideología no ha jugado ningún papel: es estupidez en estado puro, sin dopaje ideológico. Para reaccionar y protegernos es importante distinguir estupidez de ignorancia. Es un grave error considerar que los estudios impiden perpetrar estupideces o que las gentes sin estudios están condenadas a perpetrarlas. Al contrario, y ese es uno de los dramas: las cátedras universitarias, los mejores púlpitos de la opinión y la alta dirección de instituciones públicas y privadas (véase la actuación de Adif y Renfe) abundan en personas estúpidas con título, seleccionadas y promovidas por sus iguales.

Los estúpidos actúan sin dudar

Importa también la distinción entre estupidez casual, en la que todos incurrimos alguna vez, y la estupidez sistemática o militante. La casual se percata de la pifia y trata de compensarla, mientras que la sistemática es incapaz de reconocerse a sí misma. O, como dijo otra mente preclara, el problema del mundo es que los inteligentes están llenos de dudas mientras que los tontos no tienen ninguna.

El mejor estudio a mano sobre la estupidez es el pequeño clásico del historiador Carlo Cipolla, Allegro ma non tropo, que desarrolla el siguiente postulado: "la estupidez consiste en perpetrar el mal sin obtener ninguna ganancia a cambio". En efecto, mientras el criminal o el listillo cometen sus tropelías o hacen trampa para conseguir un beneficio ilegítimo, el estúpido incurable no consigue ninguno y perjudica a todos. Puede verse que la estupidez es la antítesis o reverso del altruismo, que hace el bien sin buscar beneficios personales, pero no de la ignorancia, que se cura aprendiendo. Pero la estupidez, ay, es incurable: lo grave es que se convierta en pandemia social, como está ocurriendo.

No tengo sitio para una exposición y discusión detallada del agudo y divertidísimo estudio de Cipolla, pero al menos recordemos algunas de sus conclusiones: la estupidez puede confundirse fácilmente con la bondad y las buenas intenciones (el estúpido que quiere ayudar es el más peligroso); hay varios tipos de estupidez y no todos son evidentes, pero todos resultan nocivos; si te asocias con alguien estúpido acabarás lamentándolo y, lo más tremendo, conocer la teoría de la estupidez no te protegerá, porque dada la difusión de la plaga es inevitable acabar enredado en ella. Por tanto, la indispensable oposición a la estupidez militante debe ser realista y entender que todo lo más obtendrá resultados paliativos, de prevención y control de daños más graves.

De momento, nada permite prever que la estupidez política, intelectual y social vaya a menos, sino todo lo contrario. El populismo de cualquier tendencia es, por ejemplo, estupidez convertida en ideología política. Protejámonos por el bien de todos.

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