No lo tienen fácil los constitucionalistas catalanes cuando tienen que escoger qué papeleta meter en la urna. Después de muchos años de un PP arenoso, dispuesto siempre a contemporizar con el separatismo, o de ilusionarse primero para sentirse abandonados después por Ciudadanos cuando tras haberles brindado la histórica victoria en las autonómicas de 2017 vieron con estupor cómo Inés Arrimadas hacía las maletas y abandonaba el Parlament para irse a Madrid, el voto en clave española en Cataluña siempre ha llevado aparejado su cuota de decepción y de tantas traiciones superpuestas que a malas penas podían curarse ya.
La consecuencia de todo ello ha sido la desafección de una gran parte del electorado que, harto de sentirse invisible y mal representado, ha ido a engrosar la abstención convocatoria tras convocatoria. Algo cambiaron las cosas tras la aparición de Vox, porque se abrieron nuevas opciones de voto, y así, cuando Pablo Casado decidió que prefería caerle bien a Jordi Basté a defender los ideales innegociables de su electorado en aquella malhadada entrevista en su programa de RAC1 a pocas horas de las elecciones autonómicas, los votantes lo tuvieron claro: giro copernicano de última hora y voto masivo a Vox, que acabó con 11 diputados en el Parlament por los 3 del PP.
Llega un momento en que uno se harta de echar a perder su voto, y se vuelve lógica la solución de votar al menos malo de los que sí tienen posibilidades de mandar, el famoso voto útil
En estas elecciones municipales, nos encontrábamos en Barcelona con demasiadas opciones, hasta cuatro, disputándose un espacio electoral limitado. Si a ello se suma el límite mínimo del cinco por ciento para tener representación en el Ayuntamiento, la situación se tornaba imposible. Llega un momento en que uno se harta de echar a perder su voto, y se vuelve lógica la solución de votar al menos malo de los que sí tienen posibilidades de mandar, el famoso voto útil. Tanto Collboni, un socialista que no despierta excesivos recelos por su carácter cordial y su talante sensible a las necesidades de los empresarios, como Trias, un señor de orden de la zona alta de Barcelona, se presentaban como posibles opciones. Todo con tal de conseguir que Colau no siguiera ni un día más como alcaldesa. El hecho de que Collboni hubiera sido su segundo casi hasta el final o de que Trías no escondiera su independentismo no por sobrevenido menos real, eran detalles a pasar por alto para concentrarse en lo más urgente, que Barcelona diera un giro de 180 grados que la sacara de esta decadencia acelerada que está viviendo.
No es una elección fácil. Votar PSC o Junts es algo antinatural para muchos ciudadanos que creen en España y en la protección de la propiedad privada y la libertad. Para una pequeña parte, los que consiguieron con sus votos cuatro concejales para el Partido Popular encabezados por Daniel Sirera, fue imposible. Uno no puede dejar de ver las fotos del señor Trías junto a Laura Borrás, la antigua presidenta del Parlamento condenada por corrupción por fraccionar contratos públicos en favor de un amigo narcotraficante, pegada permanentemente a él durante toda la campaña, o de considerar a Collboni como un personaje blando que no supo plantar cara a las peores decisiones del ayuntamiento comunista de Colau. Y así, el voto aparentemente inútil, el voto de la conciencia, se convirtió en la tarde del pasado domingo en el voto decisivo.
Sirera jugó sus malas cartas con la mayor habilidad posible, consiguiendo evitar que el independentismo se hiciera con una plaza de la importancia simbólica y real de Barcelona
Trías cometió muchas torpezas en la gestión de su ajustada victoria, entre ellas anunciar a bombo y platillo el acuerdo con Esquerra que presagiaba un frente común independentista en el Ayuntamiento de Barcelona, y también no entender que existiendo la posibilidad matemática, el PSC de Collboni iba a intentar algún posible pacto hasta el último segundo con quien fuera necesario. Y quien fue necesario fue aquel con quien Trias no contaba, el PP. Sirera jugó sus malas cartas con la mayor habilidad posible, consiguiendo evitar que el independentismo se hiciera con una plaza de la importacia simbólica y real de Barcelona. En segundo lugar se hizo valer saliendo de su invisibilidad política habitual consiguiendo que Colau retirara a su partido, por lo menos de momento, del gobierno municipal. No contento con ello, y para rematar la jugada, logró que el PSC se aviniera verbalmente a una serie de medidas que favorecen a la ciudad. Por el camino, generó desespero en los indepes y recriminaciones mutuas a su izquierda. Por una vez nuestros representantes naturales vendían caro su voto y todo dependía al final de ellos. No estamos acostumbrados a que el voto del corazón sea también el voto útil. Es una sensación muy agradable que en el futuro querremos volver a experimentar, y el futuro está casi aquí, en las elecciones del 23 de julio.
A ratos patética, a ratos pintoresca, las risas que produjo en su atónico público no compensaban el bochorno de ver a un señor de Barcelona perdiendo los papeles
La reacción de Trías ante la inesperada derrota reafirmó la decisión de quienes le habían rechazado como voto útil. A ratos patética, a ratos pintoresca, las risas que produjo en su atónico público no compensaban el bochorno de ver a un señor de Barcelona perdiendo los papeles y reclamando como propio lo que no es de nadie más que de la voluntad soberana del votante. Empezó con una mención a qué hay que saber perder con elegancia para continuar acto seguido con un discurso que desmentía a cada frase que esa sea una de sus habilidades personales. El final, ese “que us bombin a tots” dejó en muchos una sensación triste envuelta en vergüenza ajena. El voto a Trías hubiera sido un voto inútil, y tuvo que ser el lider de un grupo de concejales pequeño, Daniel Sirera, el que hiciera de la necesidad virtud y consiguiera para nuestra ciudad la menos mala de las opciones. Ya se verá lo que sucede en el futuro, porque el gobierno de Collboni, con diez de los 21 concejales que constituyen la mayoría, va a ser muy difícil. Pero el sábado, el voto que de verdad nos representa decidió y fue el verdadero voto útil. Me quedo con esa victoria en una región acostumbrada a la derrota.
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