Opinión

Triple crisis para una gestión excelente

La triple combinación de la crisis de demanda, de oferta y del sistema financiero parece mortal de necesidad pero no lo será si tomamos las decisiones adecuadas

Estamos acostumbrados, y lo hacemos bastante bien, a manejar la incertidumbre, gestionar el riesgo, medir tiempos. Pero esta pandemia nos ha introducido en un escenario en el que hay uno nuevo de muy difícil gestión: la fragilidad. En él, la gestión excelente es una exigencia frente a cualesquiera otros valores, porque las consecuencias de no hacerlo así se traducirán en muertes directas por la enfermedad e indirectas por la crisis que la mala gestión añadirá a la que ya es inevitable y que vamos a tener que afrontar. No hay margen de maniobra y el error se paga carísimo.

Para gestionar bien hay que aceptar que, cuando la pandemia pase, vamos a entrar en una triple crisis económica de gran impacto sobre el Estado de Bienestar, sobre todo tal y como lo entienden algunos hoy, como un derecho al “bien estar”. Sin embargo, creo que este impacto creará un marco más favorable para recuperar un estado social más justo en el que educación, justicia, sanidad y seguridad prevalecerán sobre otros atributos, practicados en el mundo hoy en día por la política clientelar y la creación de falsa riqueza apalancada en endeudamientos insoportables a medio plazo, todo ello en detrimento de la exigencia de un recto comportamiento a todos los ciudadanos. Merece la pena recordar que el artículo 1 de nuestra Constitución define a España “como un Estado social y democrático de Derecho”, lo que es distinto del Estado del “bien estar”.

Cuando superemos la pandemia, que lo haremos, la crisis económica será complicada porque se juntarán tres crisis. Una de demanda: pienso que el consumo no volverá a ser lo mismo y que costará volver a arrancar. Me parece que, afortunadamente, el desenfreno vivido de consumo inútil y, lo que es peor, apalancado en deuda, tardará mucho tiempo en volver. Promover y fomentar el consumo desenfrenado a través del crédito es un atentado a la sostenibilidad, a la naturaleza que ahora nos castiga. La austeridad se impondrá como valor. Ya lo fue.

También habrá una crisis de oferta porque la destrucción de capital y de ahorro será brutal, sobre todo el pequeño capital y ahorro que con tantísimo esfuerzo se ha generado y que es el soporte, junto con la educación, del progreso de las siguientes generaciones, como siempre ha sido. Ninguna empresa debe desaparecer, por más pequeña que sea, nos va la recuperación en ello. Sólo con mucho esfuerzo, austeridad, trabajo y prudente inversión se recuperará una parte del mismo. La falsa riqueza, como un espejismo, creada por el endeudamiento excesivo, no va a volver y no debería hacerlo. La tercera crisis será la del sistema financiero, bancos y compañías de seguros, que absorberá el impacto de las pérdidas que le trasladen sus clientes más allá de su propio esfuerzo, y que a la vez deberá sostener la prudente financiación del nuevo sistema económico.

Pienso que se hará mejor que en la crisis del 2008 porque, aquí sí, el plan de continuidad de negocio del sistema financiero ha permitido mediante una regulación pública, sabia y prudente y una supervisión también pública, exigente, mejorar la capitalización (recordemos que el capital está para afrontar pérdidas “inesperadas” como las que se van a dar) y una mejor liquidez gracias a una buena actuación de los bancos centrales que, afortunadamente, cuentan con experiencia de gestión curtida y experimentada en la anterior crisis y que siguen resistiendo la acometida que a su independencia hacen algunos políticos desnortados.

Me parece conveniente un sistema de gobierno basado en amplias mayorías, de coalición o con pactos, pero amplio y no sectario

La triple combinación de la crisis de demanda, de oferta y de sistema financiero parece mortal de necesidad pero no lo será si tomamos las decisiones adecuadas de gestión operacional, política monetaria y fiscal, por más exigentes y contraindicadas para el rédito electoral que éstas puedan parecer. Anima mucho pensar que como consecuencia de esta crisis puede producirse una recuperación de valores en favor de un mundo más justo y más libre. Un ejercicio de discernimiento por parte de las personas que tienen más responsabilidades en estos momentos es exigible.

La política monetaria heterodoxa que con tanto éxito se aplicó a la crisis de 2008 tendrá, ahora sí, que ser acompañada por una política fiscal, quizás también heterodoxa, pero necesaria para dar soporte a las necesidades sociales de los ciudadanos golpeados por la crisis y evitar la destrucción del stock de capital que es imprescindible para la recuperación, sobre todo y como decíamos el de las empresas.

Empecinarse en el error

Para ello me parece conveniente un sistema de gobierno basado en amplias mayorías, de coalición o con pactos, pero amplio y no sectario. También una colaboración público-privada como nunca se ha hecho hasta ahora. Podremos disculpar el error pero no el empecinamiento en el mismo. Los que por ideología no compartan esta colaboración, más necesaria que nunca, serán responsables de la devastación. La gratuidad no existe y es el momento de compartir con lealtad, las decisiones entre gobierno y oposición en el escenario de fragilidad en el que estamos, y en el que el riesgo operacional junto con el de liquidez y solvencia que, en momentos como éste se confunden y superponen, devienen críticos a corto.

La crisis del 2008 nos enseñó cómo podemos superar un gravísimo problema como el que tuvimos. Se hizo gracias a una actuación heroica de los ciudadanos en clave de solidaridad familiar pocas veces vista y nunca suficientemente ponderada. Abuelos dando soporte a familias enteras, hermanos solidarios, amigos generosos… y todo ello en un contexto de gestión pública y privada deficiente -¡otra vez los tiempos!- que negó la crisis en sus principios pero que supo reaccionar a partir del 2010 y muy especialmente a partir de agosto de 2011, cuando nuestros socios europeos tuvieron que empezar a socorrernos hasta llegar a la situación límite en 2012, con la cuasi intervención de nuestro país. Siempre tendremos que agradecer que en aquellos momentos tan difíciles, la colaboración público-privada, gobiernos finalmente acertados y unos socios europeos responsables permitieron solventar la situación. Debería servir de lección.

Ahora esta crisis llega en una situación mejor que la que teníamos en 2008 porque al final se hicieron los deberes, mal que les pese a algunos. Sirva como ejemplo, y es de capital importancia, la buena gestión de los ayuntamientos (pública) o del sistema financiero (privado) mediante una muy dolorosa reestructuración. Sin embargo no hemos llegado a tiempo para corregir el exceso de endeudamiento público (Estado y comunidades autónomas) respecto a las mejores prácticas de los mejores de entre nuestros socios europeos y esto nos debilita. Por lo tanto, volverá a hacer falta un gran esfuerzo de solidaridad, muy exigido por las debilidades estructurales que deberíamos haber corregido pero, repito, con un mejor punto de partida que el que tuvimos en la crisis pasada.

No estamos solos como otras veces en nuestra historia. Hoy tenemos la suerte de contar con el apoyo de nuestros socios europeos. Como suele suceder en la Unión Europea, con las primeras decisiones se cometen desaciertos en tiempos y cantidades, lo que no compara bien con las tomadas por otras administraciones pero, también y como en otras ocasiones, sabemos que al final el “tiro” se corregirá para bien. Es cierto que algunas posiciones como la de Holanda nos han servido para reflexionar y contrastar en un buen ejercicio de discernimiento. Bienvenidas sean las diferencias si finalmente hay acuerdo. Otras posiciones no tanto. Necesitamos como apoyo determinante para gestionar esta crisis una Unión Europea fuerte y con más protagonismo por nuestra parte.

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