Si alguien le hubiera explicado a los partidos separatistas que su primera hazaña notable tras proclamar la república catalana sería la de provocar el cambio de un gobierno en la España de la que se declararon ajenos, probablemente no creerían hasta qué punto tuvieron buena mano en el asunto. Eso sí hubiera sido la soñada ‘salida pactada’: me largo a cambio de inclinaros la balanza si necesitáis un cable. La situación, claro, constituye una ficción y un contrafáctico: la aplicación de la ley censuró en otoño la irresponsabilidad de los dirigentes que se creyeron por encima de ella. Sin embargo, no es menos cierto que la democracia española de la que tanto abominan los independentistas -hasta el punto de asimilarla a regímenes verdaderamente autoritarios- ha permitido que el PDeCAT o ERC hayan sido decisivos en un episodio como el vivido la semana pasada.
Devotos sobrevenidos de la democracia parlamentaria, Podemos y los partidos nacionalistas se han valido de un mecanismo perfectamente constitucional para apoyar un cambio en el Ejecutivo. Argüirán, y no les faltará razón, que tan decisivos han sido los votos del PDeCAT como los del PSOE para lograr una suma favorable al candidato Pedro Sánchez. Y así es sin que sea esto incompatible con otro hecho indiscutible, que es la imagen del conjunto de los españoles pendiente de los partidos separatistas catalanes a principios de la pasada semana y al PNV en el ecuador de la misma. Las mayorías son así, claro. Pero el capricho de que la aritmética sea la causa de que la llave de una decisión tan trascendente para la vida pública española la hayan tenido partidos que han trabajado por romper nuestro marco constitucional sólo se explica por una generosa voluntad de querer hacer la vista gorda.
Si ahora se advierten matices en boca de Torra respecto al PSOE, será probablemente porque tiene expectativas de obtener algo del Gobierno entrante"
Nadie puede restar legitimidad democrática a la suma que ha dado luz verde a una moción de censura no sólo precipitada sino personalista. Ni siquiera quienes pensamos eso: que la iniciativa de Sánchez no perseguía otra cosa que sus propios intereses. Lo que sí cabe hacer es reprochar que un partido constitucionalista como el PSOE caiga en la frialdad numérica de otorgar la misma legitimidad a cualquier voto que sume en el contador y se valga del apoyo de partidos que le han llamado ‘carcelero’. Que las formaciones que a día de hoy siguen abiertamente sin renunciar a la vía unilateral en Cataluña hayan tenido la sartén por el mango es responsabilidad de quienes lo han permitido, porque en su orden de prioridades no es preponderante la unidad de los constitucionalistas.
Y es que cuanto más lee uno a propósito de la cocción de la moción de censura, menos quisiera saber. La unanimidad con la que se reaccionó a la demoledora sentencia de la Audiencia Nacional ofrecía otras vías de correctivo al PP, si es eso lo que se buscó verdaderamente alguna vez: véase la evidencia que presta a este respecto la actitud del PNV, que sentencia en mano decidió escuchar a todos los postores antes de dar su brazo a torcer. Pero no. De entre todas, se optó por la de pensar -según mantiene el PSOE- que nada pedirían a cambio de su apoyo los partidos independentistas que hasta hace una semana demonizaban en bloque a PP, PSOE y Cs. Si ahora, de pronto, se empiezan a advertir matices en boca de Joaquim Torra u otros dirigentes respecto al PSOE, será probablemente porque tienen expectativas de obtener algo del Gobierno entrante, en ningún caso porque hayan cambiado abruptamente de opinión respecto a las maldades de los partidos que defienden la integridad del Estado opresor.
La literatura de estos días ofrece motivos para el desaliento y el pesimismo: que si el PSOE negoció -¡primer trueque!- el tono del discurso para no molestar a ERC ni al PDeCAT y asegurarse el voto; que si el PP llegó a ofrecer un grupo parlamentario propio a los exconvergentes -¿hubiesen permitido también que se llamaran de nuevo ‘grupo catalán’?-. Son muchas ya las sospechas que vienen a confirmar que lo ocurrido en Cataluña el pasado otoño pueda quedar reducido a aquella anécdota que, una vez, consiguió unir a los constitucionalistas en defensa de la democracia española. Hasta que hubo algo más importante que defender.
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