Si no es la III Guerra Mundial, empieza a parecérsele bastante. Por supuesto, no estamos en las trincheras y alambradas de la Primera, ni tampoco en las grandes batallas aéreas y de carros de combate de la Segunda. Esta se libra en el campo de la tecnología, en el que China había conseguido una cierta ventaja merced a Huawei, su gigante de las telecomunicaciones. Sus redes de telefonía 5G, descomunal salto cualitativo capaz por ejemplo de generalizar automóviles, trenes y aviones sin pilotos u operar a corazón abierto en tiempo real a miles de kilómetros de distancia, habían adelantado a sus equivalentes de Estados Unidos, y por supuesto de Europa, que en este terreno se ha quedado bastante rezagada, entretenida como está en resucitar y tener que enfrentarse a los rancios populismos y nacionalismos que intentan destruirla.
Conforme a la denominada “trampa de Tucídides”, esa que dictamina que la guerra es inevitable cuando una potencia hegemónica consolidada ve cómo surge otra con ínfulas de arrebatarle la primacía -entonces Esparta y Atenas-, el presidente norteamericano Donald Trump ha decidido seguir las pautas de las guerras del Peloponeso y enfrentarse abiertamente con China, la nueva superpotencia que amenaza su hasta ahora indisputado liderazgo.
Después de que el gran transformador de China, Deng Xiaoping, cambiara radicalmente el sistema político del país instaurando un ultracapitalismo económico férreamente controlado políticamente por un todopoderoso Partido Comunista, Xi Jinping ha decidido apretar el acelerador del desarrollo chino con evidentes intenciones de disputar a Estados Unidos el dominio del mundo.
Que Trump haya concedido una moratoria no es más que un respiro. EEUU tiene muy claro el objetivo: impedir que China le sobrepase como gran superpotencia
Aunque mantenga grandes brechas socioeconómicas entre sus muy desarrolladas regiones costeras y las muy atrasadas del interior, China ha cambiado radicalmente en apenas poco más de un lustro su modelo económico. De sus bajos salarios, como componente fundamental de su imbatible modelo de competitividad, ha pasado a pelear por el liderazgo tecnológico, con Huawei como su más ostensible punta de lanza.
La firma china había alcanzado en 2018 una cuota del 18% del mercado mundial, y subiendo. En el primer trimestre del pasado año había vendido 39 millones de teléfonos móviles; en los tres primeros meses de este año han sido 59 millones. Las cifras en España eran aún mejores, ya que su cuota de mercado había alcanzado el 21%, por detrás tan solo de la coreana Samsung.
Las agencias de seguridad norteamericanas habían acusado en reiteradas ocasiones a Huawei, y a otras compañías chinas, de haber dejado abiertas en sus dispositivos ventanas que facilitarían el espionaje, obviamente controlado por Pekín. Trump les ha hecho caso y ha colocado al gigante asiático de las telecomunicaciones en una lista negra, calificación que veta a Huawei la venta de sus productos en Estados Unidos pero, además, impide a los grandes productores de semiconductores norteamericanos que faciliten suministros a Huawei.
Google, y sus aplicaciones y servicios, constituyen a la vez la visibilización del perjuicio empresarial y comercial de la decisión de Trump, y el acatamiento prácticamente sin rechistar de una orden emitida en virtud de una “emergencia de seguridad nacional”. En este sentido, se produce un escenario muy similar a los de pasadas conflagraciones, cuando todas las industrias y recursos de un país se ponían a disposición de las necesidades de la guerra.
El actual escenario es similar a los de pasadas conflagraciones, cuando todos los recursos de un país se ponían a disposición de las necesidades de la guerra
La diferencia esencial entre ahora y entonces es que el mundo está tan globalizado que el “botón nuclear” apretado contra la china Huawei provoca muchos daños colaterales a no pocas grandes corporaciones americanas. Ahí están las fuertes caídas en Bolsa de Alphabet, matriz de Google, Skyworks, Xilinx, Micron, Qualcomm o Nvidia, suministradores directos o indirectos de Huawei. Y, por supuesto, el derrumbamiento de no pocos negocios en la Unión Europea, entre ellos en España, cuestiones obviamente de mucha menor cuantía e importancia a ojos de la Casa Blanca.
Que Trump haya concedido tres meses de moratoria para que su dictado se aplique en todos sus términos no es más que un respiro momentáneo. La Administración americana tiene muy claro el objetivo fundamental: impedir que China le sobrepase como gran superpotencia. Contra Huawei ha disparado su primer gran misil de alcance y consecuencias planetarias. Pero, esto no es sino el aperitivo de otras batallas en todos los frentes, como evidencia la guerra comercial, ya en plenos y encarnizados combates. Y, como siempre pasa en las guerras, los demás habrán de tomar partido por uno u otro gran contendiente. La neutralidad de otros tiempos en estos ya no cotiza.
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