La resaca del asalto al Capitolio no está siendo pequeña. Los bochornosos acontecimientos inspirados por un desnortado presidente de los Estados Unidos, incapaz de reconocer la derrota tras agotar todos los cauces legales que buscaban probar fraude electoral más allá de toda duda y no lo hicieron, están desencadenando una contundente respuesta en forma de persecución y censura sobre todos aquellos que a estas alturas de la película tengan la ocurrencia de defender el cadáver político del presidente Donald Trump.
El sector conservador en Estados Unidos ha condenado de forma automática y unánime los hechos ocurridos en Washington D.C. y era una oportunidad perfecta para hacer un llamamiento a la calma y reconciliación de un país roto. Pese a esto, la estrategia del Partido Demócrata y del inminente Biden sigue la línea continuista de polarización y bandos enfrentados que tan bien le habían funcionado a The Donald. Con voz de entierro taladran a su audiencia diciendo que lo del Capitolio ha sido la consecuencia lógica que todos debían haber previsto desde el segundo en que Trump puso un pie en la Casa Blanca, por lo que todos los que han apoyado al presidente los 4 últimos años han sido implícitamente cómplices del acto de barbarie que se vio en Capitol Hill el pasado miércoles.
Lo que diferencia a Trump con los dictadores latinoamericanos es que nunca pretendió formalizar en hechos lo que minutos antes había esbozado con palabras
El sueño húmedo de Jack Dorsey, CEO de Twitter, se hace realidad. Llevaban esperando algo así los últimos cuatro años y Donald Trump les ha mantenido en vilo hasta sus últimos días para finalmente entrar hasta la cocina y disfrazarse durante unas horas de líder proto-chavista. Lo que diferencia a Trump con los dictadores latinoamericanos es que nunca pretendió formalizar en hechos lo que minutos antes había esbozado con palabras. El discurso incendiario en el que invitaba a la gente a marchar al Capitolio, en un último esfuerzo por salvar la democracia de aquellos que se la estaban arrebatando, es sencillamente indefendible: “Yo estaré allí con vosotros”. Les mentía poco antes de volver a su casa, la Casa Blanca, y repanchingarse en el sofá del despacho oval para ver pasar la tarde. Le tuvo que dar un vuelco al corazón cuando le comunicaron que sus chicos habían entrado en el Capitolio. Nunca he visto a nadie recoger cable a más velocidad, y el mensaje de Trump dirigido a la banda de infantes adultos que creían estar asaltando el Capitolio en su nombre entrará en los anales del bochorno: “Os quiero, sois especiales, pero por favor, iros a casa en paz”.
Un 'showman' sin 'show'
Así es como Trump se quitó la máscara de líder y dejó a la vista de todos su auténtica naturaleza. La de un showman cuyo show se le había ido de las manos. La fachada había quedado al descubierto y su farol -junto con la falta de previsión- estaba a la vista de todos. Es lo que sucede cuando en nombre de tu relato agotas todas las vías existentes pero sigues caminando hacia delante, lo que te espera es un frío y oscuro vacío. Un vacío en el que el presidente no tuvo problemas a la hora de empujar a sus seguidores más acérrimos sin comentarles primero que aquello era una pantomima, que él no iba a saltar, y que la hostia que se iban a dar se la tendrían que comer ellos solos.
Encima de todo esto, el colgado del sombrero de búfalo y sus amigos qanonistas, en la suprema paradoja del magufismo político, han tenido que aguantar que sus patrióticos actos sean cuestionados por otros colegas conspiranoicos que no estuvieron allí, pero que, como buenos conspiranoicos, tienen en su naturaleza cuestionar hasta las realidades más palmarias. Lo que a ojos de muchos de sus compadres les ha dejado como actores o antifas infiltrados. Menudo palo.
La maquinaria de Silicon Valley saca rédito
Por su parte, la maquinaria de Silicon Valley, parapetada en lo que señalan como un golpe de estado fallido, ha encontrado la excusa perfecta para fiscalizar todos aquellos discursos que antes no les gustaban y que ahora se dan el permiso para eliminar en nombre de la Seguridad Nacional. Twitter, Facebook, Google… todas las plataformas que monopolizan el debate cultural y político se han puesto la mano en el pecho con solemnidad y han actuado al unísono. Primero, el presidente. Y todos los que defienden los disparates del presidente, detrás: “Lo siento, a nosotros tampoco nos gusta tener que hacer esto pero es por el bien general”. Se les escucha decir entre risas.
Esta misma contundencia brilló por su ausencia, por cierto, cuando en mitad de una pandemia global se justificaban los saqueos, incendios y batallas campales en nombre de -agárrate a la silla- la vida de los negros. En ese momento -y con buen criterio- ninguna de las cuentas que dirigían, apoyaban y promovían estas revueltas que dejaron ciudades en llamas fue bloqueada o censurada en nombre de la Seguridad Nacional. La cosa llegó hasta el punto de que actores de Hollywood, en un snobismo insoportable, se permitían el lujo de donar dinero a organizaciones dedicadas a pagar las fianzas de los alborotadores detenidos durante las protestas.
La última ocurrencia de los genios tecnológicos es intentar asfixiar a Parler, la plataforma alternativa a Twitter que prometía libertad de expresión total sólo acotada por los límites legales, y en la que se resguardaban los últimos reductos del trumpismo. Así es como se devuelve la estabilidad social: silenciando y censurando a fanáticos conspiranoicos convencidos de que hay un plan de las elites globalistas que buscan… Silenciarlos y censurarlos.
'Trust the plan', dicen. Alguien debería chivarles al oído que no hay ningún plan y que, visto lo visto, probablemente tampoco haya nadie al volante.
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