A diez días de las elecciones, el panorama en las encuestas es desolador para Donald Trump. Tras una levísima mejoría a principios de mes, la brecha entre los dos candidatos ha ido ensanchándose en favor de Joe Biden. Las más recientes, las realizadas en los últimos días, coinciden en que la diferencia porcentual entre ambos será de entre 8 y 10 puntos. En la que encargó el Wall Street Journal y NBC hace una semana va un poco más lejos aún: 11 puntos. Biden obtendría el 53% de los votos mientras que Trump habría de conformarse con el 42%.
¿Significa esto que está ya todo perdido y qué Trump puede recoger velas e ir haciendo las maletas? No necesariamente. Unas elecciones no se dan por perdidas hasta que se escruta el último voto, más aún en un país como Estados Unidos, en el que la última palabra no la tiene el votante, sino ese órgano intermedio llamado Colegio Electoral. A las elecciones están llamados unos 150 millones de votantes registrados, pero no son ellos quienes eligen al presidente, sino 538 grandes electores que, una vez recontados los votos, se reúnen en el Colegio Electoral y emiten su voto. En función de su población, cada Estado tiene un número de electores asignado. Los Estados de las Rocosas como Idaho Nebraska o Wyoming tienen 3 ó 4. Los del medio oeste entre 15 y 20 y luego los grandes como California, Nueva York o Texas que ponen entre 29 y 55. El candidato más votado en el Estado se lleva a todos sus grandes electores.
Guerra de sondeos
Ahí es donde se decidieron las elecciones de 2016 y donde Trump espera que se decidan estas. Por eso tanta actividad de campaña en lugares como Michigan, Pensilvania o Florida. Si consigue ganar en estos Estados puede invertir la victoria prácticamente segura de Biden en voto popular que auguran las encuestas. La diferencia, de cualquier modo, es muy grande esta vez. En 2016 entre Trump y Hillary solo hubo cuatro puntos de diferencia en voto popular (46% frente a 48%), esta vez estamos hablando de ocho, nueve, diez e incluso 11 puntos como vaticinan en el sondeo del Wall Street Journal. En aquel entonces, a 15 días de las elecciones, las encuestas daban a Hillary una ventaja de unos 3 ó 4 puntos, una ventaja que se mantuvo hasta el mismo día de las votaciones.
No aman a Joe Biden, pero odian con todas sus fuerzas a Donald Trump. Así que Biden no ganaría, perdería Trump
¿A qué se debe entonces una diferencia tan brutal este año? Biden no es un candidato especialmente bueno, ni que ilusione mucho a sus votantes; no es Kennedy en 1960, o Reagan en 1980, u Obama en 2008. Es posible que estemos ante un voto negativo, es decir, que no les guste mucho su candidato, pero aborrecen de tal manera al adversario que están dispuestos a votar a cualquiera que pueda sacarle del poder. Esta es la explicación que están dando los analistas del otro lado del océano. No aman a Biden, pero odian con todas sus fuerzas a Trump. Así que Biden no ganaría, perdería Trump.
La prensa, en contra
Otra explicación posible es que haya votantes trumpistas ocultos que mienten en las encuestas o se niegan a participar en ellas. Algunos analistas insisten en que esto podría estar sucediendo. En una época de hiperpolitización y preferencias partidistas rígidas, no sería de extrañar algo así. A fin de cuentas, el apoyo a Trump no sólo es 4 puntos inferior al de 2016, sino que también es sensiblemente inferior al que tenía hace 5 ó 6 meses. Es cierto que desde mayo la cosa se ha torcido para el presidente, pero no tanto por su lado, que se mantiene rocoso, como por el de Biden, que está capitalizando el antitrumpismo basal y aprovechando en su beneficio la crisis de la covid y los disturbios raciales que estallaron a finales de mayo y que aún no se han detenido. La prensa en bloque está en su contra de un modo más o menos manifiesto y son los medios de comunicación los que más sondeos encargan. Si un varón blanco de 40 años de Kentucky -un Estado Trumpista a machamartillo- recibe una llamada en la que le dicen que son del Wall Street Journal, de la NBC o del Washington Post y le llaman para una encuesta electoral es posible que cuelgue y se niegue a participar porque no quiere saber nada de los periódicos y las televisiones que machacan a su candidato.
Esto crea un gran problema a los demóscopos, porque les falsea la muestra que, para ser representativa, tiene que incorporar a esos varones blancos de Kentucky de 40 años que el día 3 estarán con su voto delante de la urna, si es que no han votado ya por correo. Para resolver este problema, los demóscopos practican correcciones en las encuestas dando algo más de peso a los votantes blancos de Kentucky y a los de los Estados limítrofes que comparten preferencias electorales, pero esto no deja de ser una especulación. Se chupan el dedo y lo ponen al aire. El procedimiento les dice en qué dirección sopla el viento, pero no la velocidad ni la humedad del mismo. Pero, aún con las correcciones, la ventaja de Biden es muy grande, nunca inferior a ocho puntos. O rebaja esa diferencia a la mitad o se puede ir olvidando de hacerse con el Colegio Electoral que, no lo olvidemos, es quien le mantendrá en la Casa Blanca o le expulsará de ella para siempre.
Otro de los Estados claves es Florida, que pone 29 electores, los mismos que Nueva York y solo por debajo de Texas y California
En consecuencia, debe arañar hasta el último voto que quede en el caldero de ciertos Estados clave. Uno de ellos es Pensilvania, que en 2016 se tiñó de rojo por primera vez en muchos años. Desde 1988 los grandes electores de Pensilvania no votaban republicano. Fue una victoria con la lengua fuera. Trump se hizo con el Estado y sus 20 electores por solo 44.000 votos de los más de seis millones que se emitieron. Este año todos los sondeos dan ganador a Biden por unos cinco puntos. Otro de los Estados claves es Florida, que pone 29 electores, los mismos que Nueva York y sólo por debajo de Texas y California. Florida es como una veleta. En 1996 ganó Clinton, en 2000 ganó Bush por solo 537 votos, en 2004 volvió a ganar Bush, esta vez con autoridad sacándole cinco puntos a Kerry, en 2008 y 2012 el Estado se pasó a Obama y en 2016 le dio sus 29 electores a Trump.
Cubanos y venezolanos
De Florida nunca se sabe lo que va a salir. El voto hispano es de capital importancia, especialmente en el sur del Estado. Aproximadamente el 20% de los votantes registrados son hispanos. Por lo general, votan republicano porque identifican a los demócratas como amigos de regímenes como el de Cuba, el de Venezuela o el de Nicaragua. Florida está llena de cubanos y de venezolanos y entre ellos es previsible que arrase, entre otras cosas porque la propaganda electoral republicana insiste en el mensaje de que Biden es el candidato del castrochavismo. Pero en Florida no sólo hay hispanos, también hay mucho anglo emigrado desde los Estados del Norte, incluyendo a cientos de miles de jubilados de la zona de los Grandes Lagos y Nueva Inglaterra, ambos de tradición demócrata, y un montón de puertorriqueños, unos 900.000, que se han ido asentando en la Florida en las últimas décadas.
Puerto Rico es un feudo demócrata desde siempre. Estos son los grupos de votantes a los que está cortejando Biden con gran dedicación. Resumiendo, la batalla por Florida se prevé gloriosa este año. Para Trump ganar el Estado tiene también un componente simbólico porque, aunque neoyorquino de nacimiento, es floridense de adopción ya que pasa mucho tiempo en su residencia de Mar-a-Lago en Palm Beach. Quizá lo consiga, pero va a necesitar mucho más para que este año la magia del Colegio Electoral haga su efecto.
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