La buena noticia preveraniega es que vuelven los turistas extranjeros. La mala, que España no está preparada para recibirlos. Las colas en los principales aeropuertos demuestran que alguien no ha hecho sus deberes. Dado que el sector privado sí pasa el corte, es evidente dónde está el el eslabón que falla en la cadena: en el Gobierno de Pedro Sánchez, y en su increíble y nociva falta de previsión.
No hay excusa posible para justificar por qué miles de viajeros se han quedado atrapados en colas frente al control policial de un aeropuerto. Y lo que queda por llegar. La causa del colapso no es imprevista ni fortuita. No obedece a la quiebra de una aerolínea (recuerden lo sucedido con Air Madrid) o la huelga salvaje de un colectivo (los pilotos o los controladores coleccionan ejemplos).
El caos los aeropuertos, que sirven de puerta de entrada al turismo foráneo y de salida para el nacional, tiene que ver con un simple encaje de oferta y demanda: no hay suficientes policías nacionales para atender al número creciente de viajeros que pasan por los puestos de control. La escasa oferta policial se explica por el retraso en la incorporación de centenares de efectivos necesarios en aeródromos clave como Palma o Barajas, según ha denunciado el Sindicato Unificado de Policía (SUP).
Por su parte, el aumento del flujo de pasajeros tiene que ver con la recuperación progresiva de los viajes internacionales -en 2021 prevaleció el turismo interno- y el regreso a España de los viajeros británicos -obligados a someterse al control de pasaportes tras el Brexit-.
El desequilibrio entre la oferta y la demanda está provocando un cuello de botella. Lo preocupante es que el problema irá creciendo a medida que se acerque julio, inicio de la temporada alta en nuestro país, cuando se alcanza el máximo de vuelos programados. Y lo sorprendente es que ese mismo problema no sólo estaba detectado hace meses por aerolíneas como Iberia o el gestor de los aeropuertos (Aena).
En Semana Santa repuntaron por fin los viajes internacionales (hubo españoles que se atrevieron a salir y extranjeros que decidieron venir). El aumento del tránsito en los controles provocó ya colas inéditas en los puestos policiales. Quien suscribe este artículo las vio y las sufrió, ante la mirada impotente de los agentes y los clamores de viajeros al borde del infarto.
Era un primer aviso y una gran noticia para el Gobierno, tan necesitado de oxígeno para revitalizar la economía: el turismo está volviendo, de verdad. En el Plan de Estabilidad remitido el 29 de abril a la Comisión Europea, el Ministerio de Economía admitía que "la entrada de turistas extranjeros ya ha retornado a ritmos similares a los precedentes a Ómicron, sobresaliendo la reactivación en nuestros principales emisores: Alemania, Francia y Reino Unido".
El equipo que lidera Nadia Calviño también cree que, a medio plazo, "la recuperación del turismo extranjero permitirá contrarrestar parcialmente, por un lado, la peor evolución de las exportaciones de bienes derivada del incierto contexto económico europeo y, por otro lado, el aumento de la factura energética".
El propio Gobierno, como contó aquí Nerea San Estebán, llevaba semanas intensificando sus campañas publicitarias en Reino Unido -también en Francia- para atraer turistas. Todo con el objetivo de suplir el importante hueco que han dejado los viajeros rusos en comunidades autónomas como Cataluña.
La debilidad interna y parlamentaria ha obligado a Sánchez a trasladar una imagen equívoca de acción: a vender grandes proyectos para el largo plazo sin mirar lo que sucede a corto
El Banco de España, poco sospechoso de parcialidad, también identifica la importancia para la economía del retorno de los turistas foráneos y, en particular, de los procedentes de Reino Unido. En su Informe Anual, publicado en mayo, el Banco de España incide en "la dependencia del turismo británico, cuya recuperación ha sido más lenta que la de otros mercados emisores". "En España es especialmente elevado el peso relativo de las llegadas de turistas en avión, medio de transporte más afectado por las medidas de contención que los medios terrestres", añade.
Las colas en los aeropuertos de un país donde millones de españoles viven directa o indirectamente del turismo deberían sonrojar a quienes mandan en el Ministerio de Interior (Grande-Marlaska), o de Economía (Calviño), o de Industria (Maroto), en vista de los muchos indicios que hay sobre la mesa, con pruebas palpables de que se fraguaba un problema y con un sector privado que ha hecho los deberes tras sufrir como nadie la crisis.
Lo peor es que, pese a todo, este mismo lunes, con cientos y cientos de personas apelotonándose frente a los puestos aeroportuarios de la Policía Nacional, el ministerio de Grande-Marlaska seguía negando lo evidente. "Fuentes de Interior niegan categóricamente que se estén produciendo colas o retrasos significativos en los controles de pasaporte de los aeropuertos españoles", aseguraba Interior de forma 'oficiosa' a los medios que, como Vozpópuli, se hacían eco del caos. Y no sólo eso, a pesar de las imágenes y vídeos que circulaban ya por las redes, lanzadas por viajeros (con perdón) encabronados, Interior cuestionaba la veracidad y fiabilidad de las informaciones. "Estamos ante noticias cíclicas que son alimentadas de forma interesada con cifras que el emisor no demuestra ni contrasta”, denunciaban desde el Ministerio.
Hasta hace unas horas, pese a las imágenes y vídeos lanzados desde los aeropuertos por viajeros 'encabronados', Interior seguía negando la evidencia de las colas
Los augurios que desprenden las encuestas, el mal horizonte que se dibuja tras las elecciones andaluzas, la ralentización de los indicadores económicos y, sobre todo, la debilidad interna y parlamentaria han obligado a Sánchez a trasladar una imagen equívoca de acción: a vender grandes proyectos para el largo plazo sin mirar lo que sucede a corto, a no distinguir lo urgente de lo importante.
Hay un ejemplo cristalino. El Consejo de Ministros ha aprobado once Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) valorados en 30.000 millones. Sin embargo, no ha sido capaz de detectar los cuellos de botella que se formaban en los aeropuertos, tan molestos para los viajeros, como dañinos para una economía que necesitará al turismo para sobrevivir hasta que logre transformarse.
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