El sábado fallecieron en España casi 700 personas por la Covid-19, sin embargo, el telediario de La 1 comenzó su edición del domingo a las 21.00 horas con algunos datos cuidadosamente seleccionados. Remarcaban que lo peor de la pandemia ya ha pasado y celebraban que el país había comenzado a 'doblegar la curva', tal y como había destacado Pedro Sánchez en su comparecencia del día anterior. Al detallar el número de decesos, la televisión pública afirmó: “Es la menor cifra en más de una semana”. Al referirse a las altas hospitalarias, apuntó: “No paran de aumentar”.
El agravio comparativo es tan evidente como habitual en estos últimos días, en los que la propaganda gubernamental se ha empeñado en poner en la misma balanza a los fallecidos y a las altas hospitalarias. La actitud es propia de los países que viven largos conflictos bélicos y necesitan destacar las muertes del enemigo y relativizar las suyas. El problema es que el ejército al que se enfrenta el mundo en estos días oscuros es microscópico, de ahí que se haya recurrido a los enfermos que se han recuperado. Cosa lamentable, pues trata de insuflar moral a los ciudadanos a costa de infravalorar a las víctimas.
La actitud no constituye un hecho aislado, pues el sufrimiento que ha generado el coronavirus ha sido premeditadamente silenciado durante esta crisis, de modo que hoy parece que los 13.000 muertos españoles habitaban una realidad paralela. Murieron el sábado casi 700 personas como consecuencia de la Covid-19 y el telediario mostró a sanitarios que aplaudían al bajar a planta a un enfermo de la UCI, a otros que cantaban una canción y a una que destacaba que, en su hospital, había “un montón de camas libres”. De paso, se mostraba el mensaje del director en Europa de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el que expresaba su optimismo por la situación de España.
Mientras tanto, los médicos de unos cuantos hospitales se ven abocados cada día a decidir quién ha de vivir y quién tiene que morir de una forma tan cruel como la que provoca la neumonía. Y comunidades autónomas, como Madrid, construyen morgues improvisadas, ante la imposibilidad de enterrar y tiempo y forma a todos los cadáveres que ha dejado el coronavirus. No puede decirse que los telediarios no hayan reparado en esos asuntos, pero resulta chocante la elevada atención que prestan a las fiestas en los balcones, los conciertos por videoconferencia, los chats con la abuela y demás anécdotas de interés secundario. Es una forma de decir, "estamos jodidos, pero... ni tan mal".
No tiene gracia
Por si no fuera suficiente, La 1 estrenará este martes una comedia, titulada Diarios de la cuarentena, protagonizada por Carlos Bardem que reparará en las "pequeñas anécdotas divertidas, desesperadas, dramáticas y explosivas que surgen en los hogares de varios protagonistas y de una situación de partida: estar encerrados en casa”. No puede decirse que los españoles hayamos renunciado a reírnos de nosotros mismos durante la larga historia de este país, pues la sátira, la retranca y la burla han encontrado en este país algunas de sus más memorables manifestaciones. Pero, desde luego, hay cosas que, por la oportunidad y por la intencionalidad, suenan a broma pesada.
Lo peor de todo son los llamamientos del Gobierno a remar juntos y evitar caer en el catastrofismo -Ábalos dixit- en un momento en el que hay motivos para la esperanza. Todos ellos son secundados por las torres más altas del periodismo patrio, como la de ese presentador que se puso la camiseta de Podemos cuando fue menester, pues daba audiencia e interesaba en Moncloa, después fue susanista en la batalla de Ferraz, se arrimó a Ciudadanos cuando la cosa se fue de madre en Cataluña y ahora filtea con Pedro Sánchez porque toca y porque su empresa recibirá una parte del botín de 15 millones de euros de subvención que repartirá el Gobierno entre los grupos de la TDT.
Nunca la verdad oficial fue tan difícil de sostener y nunca los periodistas y membrillos cortesanos la exhibieron una mayor desfachatez. Podía leerse un mensaje este lunes, en una red social, que afirmaba poco menos que lo siguiente: “Si pones el telediario 7 minutos después de su inicio, parece que España está de fiesta”. Todo recuerda a aquella escena de Twin Peaks, en la que, de repente, aparece un enano bailando en una habitación, mientras otro hombre y una mujer le observan, sentados en dos sillones situados frente a unas enormes cortinas rojas. Todo forma parte de un sueño, no existe, pero se observa por la televisión.
Aquí muere gente por decenas, la población está confinada, aguantando en ocasiones actitudes gubernamentales y policiales propias de cualquier república bananera y, en los peores casos, viendo morir en la lejanía a sus seres queridos. Pero para la TVE de Rosa María Mateo y Enric Hernández, hay que divertirse. Es insostenible.
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