Opinión

TVE intenta echar un cable a Yolanda... pero es que es imposible

Hay algo de Yolanda Díaz que siempre me recuerda a un artículo que leí en la revista Pronto hace 25 años sobre lo dif

Hay algo de Yolanda Díaz que siempre me recuerda a un artículo que leí en la revista Pronto hace 25 años sobre lo difícil que era trabajar con Julia Roberts. Delante de las cámaras, la actriz era todo dulzura y delicadeza; con su sonrisa amplia, con su melena sedosa, de las que huelen a acondicionador caro... con su mirada limpia... con sus valores intachables... La novia de América, la nuera soñada y la compañera incorruptible. Lo que ocurre es que cuando se apagaban los focos todo se oscurecía dentro y fuera de ella. Era insoportable y caprichosa. Una tirana con los directores y con los compañeros de rodaje. Por alguna razón, siempre que escucho a la vicepresidenta me viene ese texto a la cabeza. No me creo ese personaje.

Quizás sea problema mío, no lo niego, pero es que hay algo en la caracterización de esta mujer que resulta difícil de creer, como si hubiera sido escrito por el guionista de un culebrón turco o el de una película de sobremesa, de los que producen al peso y no tienen tiempo para redondear los personajes. No lo oculto: prefiero a Pablo Iglesias. Leninismo sin careta. Resentimiento sin disimulo. Ojos inyectados en sangre y boca envenenada.

Todos sufrimos el mal de Casandra con esta gente: sabemos hacia dónde conducen al país, pero tenemos la impresión de que no podemos hacer nada por evitarlo. Pero, a sabiendas de eso, es mucho mejor la pose enfadada de Iglesias que la teleserie barata que protagoniza Yolanda. La que volvió a interpretar en su entrevista de este lunes en La 2 de TVE.

La conversación estuvo conducida por Marc Giró, que es un tipo simpático y gracioso, pero cuyo cometido no era el de poner en apuros a la invitada. RTVE no está para eso en esta legislatura. Ni en los programas más livianos -como Late Xou- ni en el cuartel de Intxaurrondo. Lo que ocurre es que Giró hizo a Díaz una de esas preguntas que son capaces de derribar a los personajes mejor trabajados. El momento fue glorioso. Todo sucedió mientras ella se lanzaba flores, para variar (ego frágil, mala señal). Entonces, el presentador incidió en que la entrevistada tenía fama de ser una buena lectora, de devorar libros, de muscular sus meninges a diario con literatura de calidad. “¿Y cuál es el último libro que has leído?”, preguntó.

Sofía Mazagatos recibió la misma pregunta en su día y afirmó que admiraba a Vargas Llosa pese a no haber tenido la oportunidad de leer nada de él. Yolanda se lo pensó. Después, aseguró: “Me gusta la novela... la mezclo con ensayo... y siempre leo poesía”. ¿Y con qué estaba ahora? Pues casualmente con un texto de Clara Serra, compañera de aventuras en el partido. “Te hace pensar y cuestionar muchas cosas, sobre todo a mí, que vengo del derecho. Hay que leerlo”. En resumidas cuentas, ¿le gusta a usted la alta gastronomía? Por supuesto, como de todo. Recomiendo la sopa de sobre y el Whopper con queso.

Una heroína de la política

Pudo hacer sangre el presentador, pero no quiso. Al revés, le echó un cable al sacar del cajón un libro que supuestamente Díaz ha 'leído y releído', pero del que no pudo citar ningún fragmento. Giró conduce un programa similar a los de Andreu Buenafuente. Entretenido y simpático. Cojea de la zurda, pero tiene gracia porque su presentador es gracioso. No hay ningún invitado que sea acribillado, ni mucho menos. Unas semanas antes de las elecciones gallegas... tocaba llevar a Díaz y no era cuestión de poner en duda sus inquietudes culturales. Al revés, Giró la dejó hablar y, claro, ella volvió a insistir en que le encanta hacer las tareas del hogar (“plancho hasta los paños de cocina”) y en que ejerció de abogada antes de dedicarse a la política.

Pocas cosas hay más humillantes que la de intentar convertir en extraordinario lo que tantos ciudadanos realizan de forma cotidiana, tan sólo porque te dedicas a la política. Así que rechina un poco cuando Díaz hace referencia a los esfuerzos que debe realizar para ser vicepresidenta, ama de casa, madre “mono-marental” y amiga de sus amigos. Seguramente, le servirá para ganarse los aplausos de quienes se emocionan con una sospechosa facilidad o de quienes admiran a Julia Roberts porque creen que es igual dentro y fuera de la pantalla, pero cualquiera con cierta inteligencia podrá deducir algo muy obvio: que son patéticos los intentos de las personas ambiciosas por anotarse tantos a partir de los sacrificios de las personas normales y corrientes.

La mejor parte de la conversación se produjo casi al principio, cuando la pobre Yolanda confesó estar apenada por vivir -lo hace gratis- en una vivienda en el barrio madrileño de Nuevos Ministerios. Zona noble, segura, limpia, de precios millonarios y familias bien, pero que a la vicepresidenta no le sirve. “Es una condena vivir ahí. Soy galega, en Madrid no hay mar; y el mar... el horizonte y el mar te da muchos matices y te enriqueces. Es muy duro”.

Después, volvió a vender lo normal como extraordinario y afirmó que le gustaba ir al supermercado para llenar el frigorífico. “La gente se asombra cuando me ve haciendo la compra. El otro día se me atrincheraron unas mujeres en la cola porque estaban alucinando porque estaba yo misma allí". Entonces, te das cuenta de que esta gente se ha creído el personaje que creó el peor guionista de todos los tiempos (que no el menos efectivo).

Me decía un buen amigo esta mañana -con mucha malicia- que lo de ayer le recordaba a las conversaciones de Javier Sardá con Tamara en Crónicas Marcianas. Ella hablaba de su éxito musical, de su single, de su pegada en Miami... pero el resto tan sólo veía a una señora egocéntrica que se había excedido con el maquillaje. No se me ocurre un mejor resumen de cada una de sus intervenciones. Esta última, por cierto, la vieron 183.000 espectadores. Guau...

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