La profesora Kathleen Treseder contó que, mientras iba en bicicleta, un tío le agarró el culo. El científico Francisco Ayala respondió que, en fin, a él también le habría gustado agarrarle el culo. El informe de la Universidad de California, tras unos años de investigación, recoge asimismo que el científico no hizo caso a las advertencias y amonestaciones y que continuó con su comportamiento impropio. Incluso les daba besos en ambas mejillas para saludarlas. Una vez felicitó a otra profesora, que había dado una brillante conferencia, y le dijo que lo había hecho con tanto entusiasmo, que parecía fuera a tener un orgasmo. Y hasta llegó a afirmar, así en genérico, que le gustaba mucho trabajar rodeado de mujeres guapas. A quién no.
La Universidad de California ha despedido a Francisco Ayala por acoso sexual. Francisco Ayala es probablemente su científico más reputado, y hasta le tienen puesto su nombre a una biblioteca. Francisco Ayala, además, tiene 84 años y, pese a su edad, seguía trabajando en la Universidad porque, entre otras cosas, la Universidad ganaba prestigio con él. Las mujeres ofendidas eran de rango inferior en el escalafón académico, y la Universidad ha considerado que se aprovechó de su situación de poder para decirles esas cosas y saludarlas con besos. Ha sido una depuración empresarial, por tanto, y no una sentencia judicial por la comisión de un delito. En este asunto, de hecho, la justicia de los jueces importa más bien poco, porque hay una presión social, política y periodística que ha creado ya un ambiente reaccionario cada vez más asfixiante. Una ambiente metoo que, a este paso, hará del calvinismo un capítulo de libertad gloriosa en la historia de Occidente.
La tesis que se impone es: cuanto le pasa a una mujer le pasa por ser mujer, así que hay que anular libertades individuales en beneficio de una colectividad sexual
El feminismo de última generación no cree en la división de poderes, puro incordio macho. En realidad, el feminismo de última generación desprecia todo lo que pueda constituir un obstáculo en su meta de control político y social. Entre esos obstáculos, el primero y principal es la mujer misma, cuya individualidad mina el movimiento. No hay una mujer concreta que hace lo que le parece o lo que puede, sino que cada mujer es las mujeres.
Cuanto le pasa a una mujer en el barullo de la vida le pasa porque es mujer. Pura cuestión cromosómica. No queda más remedio, por tanto, que anular libertades individuales en beneficio de una colectividad sexual. Así podría explicarse la necesidad de las cuotas: da igual la que sea, con tal de que sea una mujer quien ocupe un puesto. O también la cuestión de las prácticas sexuales: la mujer como individuo es una menor de edad permanente sometida al engaño masculino y, por tanto, debe ser protegida y beneficiada en todos sus actos.
No basta, pues, la igualdad de oportunidades para los sexos, ya más o menos conseguida en Occidente. Eso es un fin de chollo. Hay que ir un paso más allá: brechas y más brechas con datos casi siempre sesgados o denuncias de abuso de poder por medio, no tanto ya de la fuerza, sino del lenguaje o el hostigamiento sexual. Las nuevas sacerdotisas han visto ahí la bicoca: las mujeres (todas) seguirán en inferioridad hasta que no se cambie la lengua cotidiana que las menosprecia o ningunea, y seguirán en inferioridad hasta que los hombres no dejen de meter mano, no dejen de mirar un culo, no dejen de desear. Pero esta feroz campaña de apariencia ucrónica es ya una realidad. Ser de sexo masculino se está convirtiendo en un agravante y una presunción de culpabilidad automática. La misma generalización, pero a la inversa: los pocos que abusan bastan para considerar tóxicos a todos los hombres. Es el principio de la delación. Las mujeres que protestan o muestran su disconformidad con la tendencia, como aquellas francesas del manifiesto, son traidoras, descarriadas, herejes sacrificables (de momento socialmente, pero todo se andará) para cortar cualquier intento de rebelión.
Seguimos esperando que las mujeres mayores de edad -y nosotros con ellas- salgan a la calle a decir bien alto métete en tus asuntos y déjame con mi cuerpo
En España, donde todo suele sonar más a sainete, tenemos ahora una ministra anacolútica que sigue los dictados de un presidente feministo. Y como tampoco creen en la división de poderes, pretenden legislar para atar a los jueces en corto. Aunque es difícil entenderla por sus problemas serios de ilación sintáctica, parece que Carmen Calvo quiere meterse en las relaciones sexuales de la población y asegurarse de que cada vez que una mujer está con un hombre ha dado un sí previo y expreso. La cosa se ha comentado ya mucho y se han hecho parodias muy graciosas. Pero falta la reacción femenina, la del sexo más afectado por toda esta posible legislación de papanatismo irrespirable. Seguimos esperando que las mujeres mayores de edad (y nosotros con ellas) salgan a la calle a reclamar de inmediato libertad de movimientos, conductas y relaciones con sus pares, a decir bien alto métete en tus asuntos y déjame con mi cuerpo, que si quiero hasta lo pongo en venta. Entre adultos no puede haber una mamá que diga esta vez la niña no quería que le tocaras una teta.
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