Opinión

La última purga del chavismo

La oposición venezolana está muy acabada. Los principales líderes se encuentran en el extranjero o en la cárcel. El resto están peleados entre ellos y no se terminan de poner de acuerdo para escoger un candidato

A pesar de que Estados Unidos, la Unión Europea, buena parte de las repúblicas hispanoamericanas, un total de 50 países de todo el mundo, se pusieron del lado de Juan Guaidó reconociéndole como presidente legítimo, el régimen venezolano contaba con algunos aliados y, lo más importante, no había perdido ni un ápice de su inquebrantable voluntad de poder. Luego llegó la pandemia que todo lo trastocó y el descenso a los infiernos de la oposición venezolana, tentada nuevamente de llegar a acuerdos con el régimen para encontrar cabida dentro de él. La figura de Guaidó fue perdiendo enteros mientras el líder de su partido, Leopoldo López, conseguía escabullirse de la prisión domiciliaria y poco después se exiliaba en España.

Esta semana se enterró definitivamente el experimento Guaidó, el último intento de la oposición para recuperar la democracia en su país. No vamos a engañarnos, era una muerte anunciada. Hace unos meses, una parte de los opositores decidió poner fin a la IV legislatura de la Asamblea Nacional, la salida de las elecciones de 2015 sobre la que, tres años después, surgió el Gobierno interino de Guaidó. A lo largo de ese año hubo esperanzas ciertas de que el chavismo pasase a mejor vida. Nicolás Maduro se asustó e incluso se mostró partidario de negociar, pero era una simple táctica dilatoria para reunir de nuevo fuerzas y aplastar todo intento de normalizar la vida política venezolana.

López y Guaidó eran la última esperanza real que quedaba a los demócratas venezolanos de aventar a Maduro y provocar una transición en el país. Ambos están ya completamente fuera de juego. Guaidó ha resistido todo lo que ha podido, pero su presencia era incómoda no ya para el régimen (que por supuesto), sino para sus propios compañeros de la oposición. De López son pocos los que se acuerdan. Quizá en el futuro su figura resurja, pero, a pesar de todo lo que dio que hablar hace unos años, hoy apenas se sabe nada de él.

En Venezuela, entretanto, todo sigue como estaba hace cuatro años cuando Guaidó, López y millones de venezolanos pensaron que, esa vez sí, al chavismo y a su líder máximo le había llegado su hora. La economía está en las últimas, Venezuela no es ni sombra de lo que fue hace dos décadas, pero tampoco de lo que era cuando murió Hugo Chávez en 2013. Desde entonces el PIB se ha derrumbado, ha pasado de los 372.000 millones de dólares en 2012 a los 82.000 del año pasado, una reducción del 78%. Ningún otro país en todo el mundo ha tenido un desplome semejante, ni siquiera los que han tenido que padecer conflictos bélicos.

De la pobreza y de la dictadura es de lo que muchos venezolanos quieren escapar. Los que pueden ya se han marchado. Hay unos siete millones repartidos por todo el mundo

Esto ha convertido al que hace no tanto era uno de los lugares más prósperos de Hispanoamérica en un país del cuarto mundo. Hoy, en términos de renta per cápita, Venezuela juega en la liga de los países africanos o la de los países centroamericanos más pobres como Honduras. Esto no era así hace veinte años. Venezuela tenía problemas, pero nunca llegó a los niveles de miseria generalizada que padece en la actualidad. De la pobreza y de la dictadura es de lo que muchos venezolanos quieren escapar. Los que pueden ya se han marchado. Hay unos siete millones repartidos por todo el mundo. Sólo en Colombia hay más de dos millones, aproximadamente un millón en Perú y medio millón en España.

Pero el régimen, en lugar de debilitarse, se hace cada vez más fuerte. La salida precipitada y a escondidas de Juan Guaidó es la metáfora de ese fortalecimiento. Hace unos días informó que había viajado a Colombia para asistir a una conferencia internacional organizada por Gustavo Petro para que representantes de varios países ideasen soluciones para poner fin a la crisis en Venezuela. Colombia acusó a Guaidó de entrar de forma irregular y procedió a expulsarle. En ese punto no le quedó otra opción que marcharse del país rumbo a Estados Unidos temeroso de que a su vuelta a Venezuela fuese detenido, interrogado por el Sebin y posiblemente encarcelado en condiciones infrahumanas como le ha sucedido a cientos de opositores.

En el interior del país el poder de Maduro es omnímodo. Controla la prensa con mano de hierro y no admite disidencia

La democracia y el Estado de Derecho desparecieron en Venezuela hace ya muchos años. Hugo Chávez fue minándolos pacientemente y Maduro les dio la puntilla mediante dos golpes de Estado, uno en 2018 creando una asamblea nacional a su gusto y otro más en 2020 con la convocatoria de unas elecciones a las que no concurrió la oposición y que estuvieron plagadas de irregularidades. Dos años antes, Maduro se había asegurado la reelección en otra farsa electoral que no fue reconocida ni por las Naciones Unidas. Fue en esos años cuando se instauró la dictadura chavista ya sin ningún tipo de cortapisa.

Maduro, entretanto, sabe mantener el equilibrio entre las diferentes familias del régimen. En el interior del país el poder de Maduro es omnímodo. Controla la prensa con mano de hierro y no admite disidencia. En el exterior se apoya en un grupo selecto de dictaduras como Cuba, Nicaragua, Rusia, Irán y China, que se encargan de darle cobertura internacional cuando la necesita. Para la extrema izquierda europea y estadounidense el chavismo sigue manteniendo buena parte de su atractivo. Lo mismo sucede en Hispanoamérica, donde ha ido ganando aliados inesperados en los nuevos Gobiernos de izquierda como el de Petro en Colombia o el de Boric en Chile.

La nueva situación geopolítica ha corrido también en su ayuda. La guerra de Ucrania y los problemas energéticos que se han derivado de ella le han vuelto a poner en el mapa. Aunque pésimamente gestionada, la industria petrolera venezolana aporta más de medio millón de barriles al día. La Casa Blanca lleva meses coqueteando con la idea de levantar todas o parte de las sanciones que se impusieron en su día a cambio de que la producción de crudo aumente y eso ayude a amortiguar la subida del precio del barril en el mercado.

Otro cambio que le ha venido que ni al pelo fue la victoria de Gustavo Petro en Colombia el año pasado. Tan pronto como tomó posesión del cargo en agosto inauguró una nueva era de relaciones con su vecino. Reabrió los más de dos mil kilómetros de frontera y envió a un embajador a Caracas. Hasta ese momento la némesis de Maduro no era la desnortada oposición interna, sino Iván Duque, el presidente de Colombia, que había tomado el antichavismo como algo casi personal. Con Petro el cambio ha sido radical, tanto que sorprende a muchos colombianos.

Se cree que Maduro y Petro han llegado a un acuerdo. El primero deja de prestar soporte al ELN, mientras el segundo se encarga de cabildear en Washington para que Estados Unidos retire las sanciones

En esto tiene su propia agenda. En Colombia sigue activa una guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), apoyada de forma más o menos explícita por el Gobierno venezolano, que les permite establecer bases en su territorio. Se cree que Maduro y Petro han llegado a un acuerdo. El primero deja de prestar soporte al ELN y le fuerza a alcanzar un acuerdo de paz con el Gobierno colombiano, mientras el segundo se encarga de cabildear en Washington para que Estados Unidos retire las sanciones. Ese acuerdo secreto vendría a explicar la conferencia de paz de esta semana en Bogotá. Ha invitado a representantes de una veintena de Gobiernos de América y Europa para que busquen una solución al problema venezolano, pero no ha invitado a los opositores. La idea de la que parten es la de unas elecciones limpias con observadores internacionales para el año próximo.

Pero, y aquí viene la pregunta, ¿por qué habría de querer Maduro celebrar unas elecciones que podría perder? El hecho es que existe la posibilidad de que termine aceptando un arreglo así. La oposición venezolana está muy acabada. Los principales líderes se encuentran en el extranjero o en la cárcel. El resto están peleados entre ellos y no se terminan de poner de acuerdo para escoger un candidato. La popularidad de Maduro se ha recuperado algo y ya ronda el 20% gracias a la ligerísima mejora económica del último año y a que la inflación ha descendido hasta el 500%. Pero no terminan de entrar divisas a causa de las sanciones.

A Maduro le cuesta vender su petróleo y cuando lo hace tiene que ser muchas veces a descuento. La petrolera estatal PDVSA es ineficiente y sus administradores extraordinariamente corruptos. Una buena parte de la renta petrolera del Estado se pierde en las cuentas corrientes de los cabecillas del régimen. A lo largo del último mes el régimen ha desatado una redada contra la corrupción dentro de la empresa, en la que ha caído el ministro de Petróleo, un tipo especialmente siniestro llamado Tareck El Aissami, acusado por el Gobierno de Estados Unidos de narcotráfico y de mantener fluidas relaciones con islamistas de oriente próximo. El escándalo, debidamente aireado por la prensa afín al régimen, estalló cuando una auditoria interna reveló que el 80% del crudo embarcado desde hace tres años no se había pagado, al menos en la cuenta que debía hacerlo. Podría tratarse, obviamente, de una simple purga interna para eliminar posibles competidores. Es imposible saberlo porque el chavismo, que tan explícito es en la violencia y la represión, es muy opaco en todo lo demás.

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