Opinión

Un año en el infierno

A lo largo del último año han sido numerosas las veces en que politólogos y columnistas del más variado pelaje han aludido a la última de

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / -

A lo largo del último año han sido numerosas las veces en que politólogos y columnistas del más variado pelaje han aludido a la última de Felipe González, la que va de 1993 a 1996, como la “legislatura perdida”. Consumido por los escándalos y paralizado en su actividad parlamentaria por su dependencia de CiU, el propio González ha llegado a reconocer más o menos veladamente que quizá le hubiera convenido haber perdido las generales del 6 de junio de 1993, porque ello hubiera permitido a España librarse de un proyecto agotado y al PSOE, quizá, frenar, incluso invertir, el proceso de degeneración paulatina que condujo en 2004 a Zapatero a Moncloa y que culminó en junio de 2018 con la llegada al poder del sátrapa Sánchez. Cuando se cumple un año de las elecciones del 23 de Julio de 2023, podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos que los españoles llevamos cinco años perdidos y uno más de propina en el infierno. Nunca habló Pedro de ganar las elecciones, cosa que sabía imposible, en los días previos a aquella infausta jornada. Él hablaba de “gobernar”, lo que suponía volver a depender de comunistas, separatistas y bildutarras. Y en esa perspectiva, tanto ERC como Bildu se encargaron de advertirle públicamente que “subirían el precio” de su apoyo. Con lo que no contaba el truhán es que tras el 23-J se vería obligado a añadir el disolvente de Junts y sus siete carísimos votos a la indigesta ensalada de apoyos necesarios para seguir en Moncloa. Sentar a Puigdemont junto a Otegui y Junqueras en el altar mayor donde se muñe el oficio de tinieblas del final de la democracia española.

Nunca habló Pedro de ganar las elecciones, cosa que sabía imposible. Él hablaba de “gobernar”, lo que suponía volver a depender de comunistas, separatistas y bildutarras

La lista de desperfectos de los primeros cinco años de Gobierno Sánchez deja chiquita la enumeración de los escándalos de la “legislatura perdida” felipista. Juan Fernández-Miranda lo intentaba el miércoles en ABC (“Un año del 23J, seis de escandalera”) enumerando los hitos del desastre y no le cabía la lista completa en la dimensión del artículo. “El sexenio revolucionario de Sánchez no deja institución sin desgaste”, añadía. Ocurre que en el último año el precio a pagar por la permanencia de Pedrito en el poder ha aumentado, el destrozo ha ganado en dimensión, y el aspecto que lucen las instituciones recuerda el de Roma tras el célebre “saco” al que fue sometida por las tropas del emperador Carlos en 1527. Pedro y su PSOE se han quitado la careta. Lo hicieron con la compra de los siete votos de Junts al precio de una amnistía. Poder a cambio de impunidad. Se ha cumplido al pie de la letra la predicción de Albert Rivera, 20 de septiembre de 2019, Congreso de los Diputados: “Usted tiene un plan para perpetuarse en el poder. Y, ¿con quién piensa llevar a cabo su plan? Pues con su banda. Sánchez tiene un plan y tiene una banda. Y la pregunta es: ¿la banda se ha juntado para esta investidura? Sí, pero lleva tiempo operando, lleva como mínimo desde la moción de censura (...) El plan de Sánchez consiste en vender humo en la tribuna del Congreso y pactar con sus socios en la habitación del pánico”. 

La banda se ha convertido en un grupo mafioso que opera bajo dos principios básicos: poder y dinero. La familia del sátrapa, sorprendida con las manos en la masa y hasta las orejas de corrupción, se niega a rendir cuentas ante la Justicia. Begoña, missis Fundraiser, no abre la boca ante Peinado y el señor considera una ofensa que el juez pretenda tomarle declaración. Al magistrado le espera el mismo horizonte que a su colega Marino Barbero, o una operación para apartarlo de la carrera judicial como la que padeció el también juez Gómez de Liaño con ocasión del caso Sogecable. El grupo Prisa tiene el know how de entonces. Baltasar Garzón, verdadero capo de la justicia española, ya anda metido en fogones, y solo faltaría rescatar a Antonio Navalón para la ocasión. El jefe de la famiglia se comporta ya como un dictador venezolano. Sánchez ya está Maduro. Su respeto a las instituciones es cero. En 2018 colocó a su jefe de gabinete Juanma Serrano al frente de Correos, empresa que ha dejado al borde de la quiebra con un agujero de 3.000 millones. Pues bien, Pedro acaba de volver a colocar a su íntimo amigo como director general de la empresa pública de autopistas (Seitt). Por mis cojones. El Constitucional de Pompidú, el Vyshinski del sanchismo, acaba de absolver a los líderes socialistas que robaron cientos de millones de los parados andaluces. Si hemos amnistiado a los golpistas del procés, no vamos a ser menos con nuestros conmilitones del sur. Por cojones. Ahora pretende imponer a José Luis Escrivá como nuevo gobernador del Banco de España. No hay más nombres. Escrivá por cojones. Y Dolores Delgado, señora de Garzón, tiene que ser fiscal de Sala de no sé qué memoria democrática porque lo dice su amigüito Álvaro García Ortiz, el FGE. También por cojones. Porque el capo socialista se pasa las leyes por su entrepierna. La españa de la testosterona.

El TC de Pompidú acaba de absolver a los líderes socialistas que robaron cientos de millones de los parados andaluces. Si hemos amnistiado a los golpistas, no vamos a ser menos con nuestros conmilitones del sur

Un periódico publicaba el viernes una encuesta según la cual el 63% de los españoles (y el 30% de los votantes del PSOE) considera a Sánchez “un mal presidente”. Asombra pensar que hay un 37% que piensa lo contrario. Es ese tercio de compatriotas, más o menos, que sigue dispuesto a votarle aunque robe a manos llenas o le descubra asesinando a una viejecita en plena Gran Vía. El tratado de la servidumbre voluntaria de Etienne de la Boetie. Willi Münzenberg, padre del demoledor sistema de propaganda -plenamente vigente a día de hoy- que a las órdenes de Lenin ocupó la mente de millones de occidentales tras la revolución de Octubre, calificaba con evidente menosprecio de “inocentes” a la gran masa de fieles que en Europa estaban dispuestos a disculpar los asesinatos en masa del estalinismo en nombre de la utopía socialista. El mismo Willi bautizó a los frentes creados en Occidente para esconder la realidad del Gulag, militantes moralmente comprometidos aunque políticamente ilusos, como “el club de los inocentes”. “Y millones de personas ávidas de justicia y bondad aceptaron esta nueva ilusión que ofrecía a todos sin excepción un sustituto de la fe religiosa”, escribe el malvado Münzenberg en “El fin de la inocencia”, Stephen Koch, Galaxia Gutenberg.  

Hoy no hay ningún “inocente” en ese tercio de españoles dispuestos a seguir disculpando las tropelías del sanchismo. Una buena parte de ese porcentaje pertenece a la España subvencionada, es el venezolano que vive de Maduro, que medra a la sombra de un narcoestado que ha expulsado del país a casi 10 millones de personas. Son los Pasdaran del sanchismo, la guardia revolucionaria dispuesta a defender al régimen de los ayatolás del propio pueblo iraní. Ningún inocente. Max Weber (“La política como vocación”, 1919) escribió que todo líder que pretenda imponer su poder absoluto necesita de un “aparato” humano. “Y para que éste funcione tiene que ponerle ante los ojos los necesarios premios internos y externos. Tiene que ofrecer como premio interno la satisfacción del odio y el deseo de revancha y, sobre todo, la satisfacción del resentimiento y de la pasión pseudoética de tener razón; es decir, tiene que satisfacer la necesidad de difamar al adversario y de acusarle de herejía. Como medios externos tiene que ofrecer la aventura, el triunfo, el botín, el poder y las prebendas”.

El personaje ha demostrado una formidable capacidad de resistencia sobre la base de atender cualquier tipo de cheque que sus acreedores, más que socios, le ponen periódicamente a cobro

¿Un año en el infierno y tres más de propina por delante? Imposible saberlo. Acostumbrado a vivir en el alambre desde la misma moción de censura, el personaje ha demostrado una formidable capacidad de resistencia sobre la base de atender cualquier tipo de cheque que sus acreedores, más que socios, le ponen periódicamente a cobro. Acaba de prometer a ERC “plena soberanía fiscal para Cataluña” para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalitat. Es la destrucción total del Estado. Como el viernes escribía José Luis Pardo en El Mundo, “lo imposible no es un obstáculo cuando se vuelve necesario para mantenerse en el poder”. Tanto en la vertiente penal (los jueces frente a la corrupción que le inunda) como en la política, su situación no puede ser más complicada. Tiene en frente a un Puigdemont sin ningún incentivo para seguir sosteniéndolo por la pena. Lo ha dicho García Page con toda crudeza: la legislatura acabará el día que quiera Puigdemont, que es el verdadero presidente de este Gobierno. Pero Puchi no estrellará el jarrón chino de la legislatura contra el suelo. Dejará que Sánchez se cueza a fuego lento, le aplicará la tortura de la gota malaya, le privará de sus siete votos en el Congreso cuantas veces quiera (la maldición de la inanidad) hasta que, vencido por la humillación, sea él mismo quien tire la toalla y convoque elecciones, no sin antes haberle hecho sufrir como a un perro.

¿Qué extraña enfermiza ambición le lleva a aferrarse al poder a costa de arrastrar por el suelo la dignidad de la nación, mendigando ayer ante un desconocido Pradales en Vitoria y anteayer ante un don nadie como Aragonés en Barcelona? El sociólogo Jean-Pierre Le Goff utilizaba esta semana la palabra “mierda” en Le Figaro para describir la situación de una Francia que se hunde (patético el espectáculo de decadencia “woke” de la noche del viernes) tras la decisión de Macron de disolver la Asamblea Nacional y convocar legislativas. No de otra forma podría describirse la situación española al inicio de las vacaciones de agosto. Vuelta a Weber y su recordatorio de que “la revolución no es un carruaje del que uno pueda bajarse a capricho de quien lo pone en marcha”. Incluso la revolución iliberal de Sánchez. Quiere ello decir que es muy fácil destruir un país levantado por la voluntad de siglos de sus naturales, corromper el Estado y acabar con las libertades públicas, pero es muy difícil volver a poner en pie ese Estado de Derecho respetuoso con la división de poderes y dispuesto a defender vida, propiedad y libertad. Más difícil aún resultará a los españoles restañar la herida de la convivencia. Por encima del destrozo político, económico, social e institucional, la herencia más grave que el sanchismo legará a los españoles es el deterioro, quizá irreversible, de la convivencia, el enquistamiento de las dos Españas (“Guerra civil, encendida, / aflige el pecho importuna: / quiere vencer cada una, / y entre fortunas tan varias, / morirán ambas contrarias / pero vencerá ninguna”, de Juana Inés de la Cruz) que hoy vuelven a mirarse desde el fondo de la trinchera garrote en mano. Restañar esa herida deberá convertirse en la primera tarea a emprender por quien suceda a este canalla convertido en el Mélenchon hispano al frente de un PSOE travestido de La España Insumisa. Feliz descanso veraniego a todos los lectores de Vozpópuli.

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