Cuando en 1974 España comenzó a experimentar lo que luego sería el periodo más inflacionario de su historia reciente, nuestros gobernantes de entonces, acuciados por dos frentes, el económico y el político, adoptaron medidas que luego se vieron, no solo insuficientes, sino además perjudiciales. Buena parte de la guerra a la inflación se desarrolló en el campo de batalla de los impuestos, y, por cómo se hizo, se perdió.
En estos días, el debate sobre la conveniencia de usar los impuestos para aplacar a la inflación y sus efectos ha resucitado, y en un principio no del mejor modo. Así, se escuchó que sería necesario bajar impuestos a los productos para contener la inflación, es decir, bajar el IVA o algún otro impuesto especial, como se hizo con el eléctrico. Esta propuesta, obviamente, resultaba débil, por no decir ingenua. Las razones por las que no tendrían todo el éxito esperado son conocidas y sorprendía que se descansara en ellas el mensaje principal por, por ejemplo, el mismo Feijóo.
Pero otras medidas entraron en el debate. Por ejemplo, se puso énfasis en la necesidad de una rebaja de impuestos a quienes tienen menos renta e, incluso, se acompañaba con la propuesta de deflactar los tramos del IRPF para evitar que la inflación hiciera las veces de impuesto. Esta medida, más que luchar contra la inflación, lo que trataría sería compensar, en parte, su coste entre los más vulnerables.
Al gobierno le será ahora más difícil argumentar en contra y, a otros partidos, en particular otro más a la derecha, justificar sus medidas populistas y demagógicas
Todas ellas se han entremezclado como un ruido sin ritmo ni orden. Durante unos días, la sensación era que se improvisaban mensajes como globos sonda; como si se quisiera tantear las reacciones a las mismas. Pero por suerte, el PP ha separado el grano de la paja y ha confirmado sus propuestas en un documento donde las preferencias han girado hacia aquellas que, en mi opinión, son más sólidas y adecuadas. Todo indica que el nuevo equipo económico del PP posee una mayor capacidad de análisis y, sobre todo, de juicio comparado con lo que nos tenía acostumbrados en los últimos años. Esto es una buena noticia y hay que darle la bienvenida. Al gobierno, por un lado, le será ahora más difícil argumentar, con convicción, en contra y, otros partidos, en particular otro más a la derecha, justificar que sus medidas populistas y demagógicas, que nunca funcionarían y que nunca se implementarían, son mejores.
Hablemos primero de lo que no tenía sentido. Es muy fácil explicar lo dudoso que es que rebajar impuestos indirectos (que suelen ir en tanto por ciento del precio del producto) tuvieran un efecto claro y directo sobre la inflación. Para comenzar, esta rebaja debería ser más que proporcional a la tasa de inflación que se quisiera recortar. Además, deberá afectar a una gran mayoría de productos para que el efecto fuera significativo. Las razones para este escaso efecto son varias, pero se concentran en dos grandes grupos: matemáticas y económicas. Entre las últimas, lo que podemos decir es que, del mismo modo que ocurre con, por ejemplo, un bono al alquiler, una bajada de impuestos indirectos no tendría el efecto deseado sobre los precios en la magnitud que se esperaría. La razón es que los mercados desviarían parte de esta bajada a los márgenes empresariales. Si esto es así, la necesidad de recortar los impuestos para tener un efecto significativo sobre la inflación debe ser considerable. Por suerte, y aunque hace unas semanas todo parecía, quizás erróneamente, que esta fuera a ser la medida estrella del plan del PP, no va a ser así. Se propone recortar el IVA de la luz y el gas, algo que tendrá poco efecto sobre la inflación, pero que sin embargo podría sostenerse por otros argumentos.
Cuanto mejor nos manden los mensajes los precios y menos los toquemos, tanto más limpios serán nuestros incentivos como consumidores e inversores
¿Cómo se podría, entonces, ayudar desde la política fiscal a la situación actual? He de decir que la propuesta presentada por el PP este viernes ofrece buenas respuestas a esta pregunta, y me gusta su espíritu y buena parte de sus instrumentos; aunque sobre alguno de ellos tengo ciertas reservas. Parece que se ha terminado por comprender que, si lo que se quiere hacer es ayudar a las familias y empresas con mayores dificultades, ¿no harían mejor el trabajo ciertas transferencias a las mismas con cargo a los ingresos extraordinarios derivados del aumento de la recaudación? Parece que sí. Incluso se podría ir más allá que del mero crédito fiscal o impuesto negativo que se propone mediante el refuerzo del bono eléctrico para compensar la escalada de los precios de la luz y el gas. Y es que cuanto mejor nos manden los mensajes los precios y menos los toquemos, tanto más limpios serán nuestros incentivos como consumidores e inversores.
Estas medidas no nos deben hacer olvidar, sin embargo, que buena parte del coste de la actual inflación nos llega por el diseño de un mercado energético mayorista y minorista que traslada toda la volatilidad de los precios del gas a nuestras facturas de la luz. Pensemos también que parte del coste de la inflación se materializa en transferencias desde familias y empresas a energéticas, gracias a los llamados beneficios caídos del cielo. Así pues, también tendría que buscarse los mecanismos que reduzcan estas transferencias haciendo bien en diseñar un mercado que no los generara.
Proponer deflactar los tramos del IRPF argumentando que es necesario cuando hay una inflación tan elevada como la de ahora no tiene sentido
En cuanto a las bajadas de impuestos directos, aquí lo importante es cómo lo hagas y, sobre todo, el por qué. En primer lugar, debemos argumentar que no ayudaría a reducir la inflación, sino quizás, todo lo contrario. Rebajar impuestos supone una política fiscal expansiva, del mismo modo que puede serlo una expansión del gasto público. Es cierto que los efectos no son exactamente los mismos, ya que no hay simetría entre ambas medidas expansivas de política fiscal, pero el impulso que esta política ejerce sobre la demanda es positivo, lo que terminaría afectando a la inflación. Pero si este gasto se financia como una transferencia de unos ingresos extraordinarios del estado hacia una ayuda a las familias, este efecto sin duda será menor. Así, si se va a financiar con ingresos que podemos decir son extraordinarios y se hará de forma temporal, como dice el plan del PP, perfecto. Este tipo de medidas deben ser de este modo, y los mensajes de quienes las proponen, si fuera el Gobierno, claro y corto: un año y por tanta cuantía. Los mercados agradecen esta claridad. Las expectativas de inflación, también.
Si se quiere deflactar (bajar) para reducir la carga impositiva temporalmente y ayudar así a afrontar esta fase de inflación alta, perfecto
Sin embargo, proponer deflactar los tramos del IRPF argumentando que es necesario cuando hay una inflación tan elevada como la de ahora no tiene sentido. Hablo del argumento, que no de la medida ya que, por lo mismo que he dicho antes, podría encajar con otro diferente. Las rentas casi no han aumentado, lo han hecho los precios. Por lo tanto, la inflación no está elevando los ingresos de tal modo que suponga un aumento de la recaudación por el “movimiento” nominal de los últimos en la escala del impuesto. Buena parte del aumento de la recaudación por impuestos directos viene determinado por la mejora de la actividad. Así, si se quiere deflactar (bajar) para reducir la carga impositiva temporalmente y ayudar así a afrontar esta fase de inflación alta, perfecto. Me remito al texto anterior. Pero estaríamos hablando de una bajada de impuestos, no de una corrección por subida de la inflación. Ante esto, una vez más, claridad y excepcionalidad.
En definitiva, el debate es interesante y el PP lo ha enriquecido con su plan presentado el viernes. Ahora y más que nunca, hay que meditar las medidas con mente fría y todo parece que el principal partido de la oposición ha puesto las suyas a madurar. Se agradece. Ahora esperemos la respuesta del gobierno.
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