Opinión

Un fantasma recorre el mundo

Un régimen de izquierdas dispone de las personas como si fuesen unidades de un inventario y expande el Estado hasta disolver la individualidad en un océano de regulaciones

En Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio, Maquiavelo afirma que los gobernantes de una república deben sostener los fundamentos de la religión oficial ya que así les resultará más fácil mantener a la población devota y unida. También, recomienda alentar todo lo que apuntale esa religión, incluso si es falso, como los milagros, cualquiera sea su procedencia, porque tienen la virtud de generar confianza. En la antigua Roma, toda forma de superstición era empleada por los gobernantes como instrumento de manipulación y fraude. Dicho de otro modo, Maquiavelo concluye que la ideología, representación de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia, es un elemento estratégico para conservar el orden e imponer obediencia en cualquier aglomeración humana. Napoleón, lúcido lector y diligente comentarista de El Príncipe, solía recordar lo obvio: la religión impide que los pobres asesinen a los ricos.

Un periódico centenario de Sudamérica, alguna vez ferviente partidario del liberalismo, señala: “Podríamos definir a la extrema derecha como formaciones defensoras de ideologías nacionalistas, racistas y autoritarias que quieren hacer desaparecer los sistemas democráticos incluso por la violencia.” Esta descripción es utilizada a diario por quienes apelan a la proverbial superstición marxista-leninista, por conocimiento o por ignorancia, para oponerse a quienes resisten la intromisión del Estado en cada resquicio de la vida de las personas. De hecho, la definición retrata con precisión a espacios políticos intensamente racistas, xenófobos, nacionalistas, autoritarios, violentos y antidemocráticos. Partido Comunista Soviético, Nsdap, Partito Nazionale Fascista o Khmer Rouge son algunas denominaciones instaladas al alcance de la memoria. Ultraderecha es el amuleto dilecto exhibido por las oligarquías en control para manipular a escala industrial a quienes se abandonan a la pereza física y la desidia intelectual en la convicción de que el líder los protegerá. Que la subversión flagrante de un concepto primario se haya adherido de modo transversal al habla corriente confirma el éxito rotundo de una de las mayores operaciones de propaganda jamás acometidas.

La dictadura del partido

En un artículo publicado por el Instituto Mises, How and Why Fascism and Nazism Became the “Right”, Allen Gindler, académico nacido en la Unión Soviética, explica el sismo semántico. El Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán no era de derechas, reales o imaginarias. En rigor de verdad, el Nsdap había ejecutado una reforma socialista a gran escala en línea con su plataforma colectivista, idéntica a los programas de la mayoría de las agrupaciones socialistas europeas de similar tendencia pero con una salvedad: el Tercer Reich estaba construyendo socialismo exclusivamente para una raza superior. Sólo tres meses después de llegar al poder, los nazis prohibieron al comunismo y a la socialdemocracia mientras aplastaban a los sindicatos. Como Mussolini y los bolcheviques antes que él, Hitler eliminó la oposición para consolidar la dictadura de su partido, única organización política legal sobreviviente a la cual Stalin asignó dos atributos críticos que perdurarían mucho más allá de lo imaginable: nacionalismo y racismo. Las implicancias de este etiquetado, dice el autor, fueron decisivas. “La gente común perdió de vista las similitudes del totalitarismo socioeconómico del fascismo, nazismo y comunismo. Lo único que el lego veía tanto en la Italia fascista como en la Alemania nazi era la inclinación chauvinista. Y lo único que los observadores destacaban de la Unión Soviética era la proclamada amistad entre los pueblos.”

El mundo entero vio cómo Hitler y Mussolini apoyaban al bando nacional y cómo la autoproclamada izquierda internacional se ubicaba del lado republicano

De ese modo, derecha pasó de ser una categoría histórica con antecedentes legítimos en sucesos reales -la ubicación de los tres estamentos en los Estados Generales de Francia hasta su disolución en 1789- a un término de abuso, anclado en una lógica completamente divorciada de la realidad, utilizado para condenar y difamar. La Tercera Internacional, creada en 1919, se encargó de difundir la buena nueva: el fascismo había sido inscripto en la nomenclatura oficial como de derechas por la elite bolchevique, exégeta inapelable del platonismo marxiano. Para ellos, fascismo y nazismo eran herramientas al servicio del capital y los enemigos más crueles de los trabajadores. Amenazado su monopolio épico-revolucionario, guiño clave para maniobras de timo y mercadeo, los comunistas desalojaron a fascistas y nazis de su posición legítima en la cartografía ideológica. El fin de la segunda guerra con el triunfo aliado completó el trabajo de desinformación global aún vigente.

La guerra civil española, observa Gindler, cambió dramáticamente la percepción de la opinión pública. El mundo entero vio cómo Hitler y Mussolini apoyaban al bando nacional y cómo la autoproclamada izquierda internacional se ubicaba del lado republicano. Los tratados de teoría política informan sobre numerosas alianzas forjadas por conveniencias de coyuntura. No obstante ello, gobiernos, academia y formadores de opinión concluyeron que Italia y Alemania eran de derechas por haber respaldado a los sublevados de 1936. La simplificación ridícula, oposición binaria apta para cautivar multitudes indolentes, se impuso, como de costumbre, a cualquier intento de ejercitar una reflexión vertebrada. Así, las fuerzas promotoras del Estado como Alfa y Omega del orden social, fueron ubicadas en el flanco derecho del arco político. Los factores no afectados por la patología estatal, quienes legítimamente podían aspirar a ser llamados de derechas, aún a pesar del ridículo reduccionismo, no dispusieron del tiempo necesario para cambiar el curso de la historia. La Segunda Guerra Mundial comenzó apenas cinco meses después de finalizada la guerra en España. Posteriormente, durante la Guerra Fría, escribe Gindler, fascismo y nazismo fueron desplazados hacia la ultraderecha por la intelectualidad occidental cooptada por la propaganda soviética. El empleo del nacionalismo como factor que decide la polarización del espectro político llegó a los libros de texto universitarios.

Un régimen de izquierdas dispone de las personas como si fuesen unidades de un inventario y expande el Estado hasta disolver la individualidad en un océano de regulaciones. Estado es el nombre del sector público convertido en máquina policial para manipular, vigilar, confiscar y disciplinar. En un entorno democrático los políticos se limitan a administrar el sector público. En un sistema oligárquico los burócratas están a cargo del Estado. El líder, palabra pletórica de notas siniestras, es avatar de muchedumbres ávidas de déspota o psicópata. El aciago 2020 dejó al descubierto lo antes evidente sólo para videntes. En la sociedad policial, criatura de la era digital, quien no pertenece al funcionariado a cargo, o no está por él protegido, tiene destino de prófugo perpetuo. Josef K. no fue el producto de una alucinación peregrina. Su progenitor, Franz Kafka, es un escritor empirista injustamente acusado de kafkiano.

Las minorías no envilecidas

La declamada abundancia de organizaciones y personajes de extrema derecha es un espectro ominoso que asola Occidente y tiende un cerco sobre la autonomía individual y el ejercicio de la libertad de expresión. La inconcebible ausencia de actores de extrema izquierda en el vocabulario institucional revela la desesperación de gobiernos y viejos medios de comunicación inermes ante la inevitable pulverización de sus hegemonías. En un planeta controlado por el sentimentalismo y el miedo la utilización a mansalva de derecha como escupitajo denigratorio es, por ahora, garantía de clicks y votos. Los intelectualmente desposeídos se amontonan. Las minorías no envilecidas permanecen dispersas, sujetas a las desagradables réplicas que genera una conducta independiente, a contramano de la repetición narcótica de fórmulas vanas y acciones insignificantes. Las consignas fáciles convocan millones, el pensamiento crítico los espanta.

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