Llamadme loca, antigua, conservadora. Llamadme tradicional, aunque no creo serlo. Llamadme clásica, quizá. No lo sé. Llamadme lo que queráis después de leer estas líneas o, simplemente, asentid tras cada punto y seguido.
El caso es que cuando pensaba haber leído ya de todo en la prensa, va un titular y me noquea con un golpe seco, me deja fuera de combate. No miro más, no busco más. Me quedo ahí, KO ante la siguiente noticia: “Una mujer se casa con un muñeco de trapo y tienen un hijo”. Así, trece palabras que salen, no de uno, sino de varios digitales para tumbarme directamente en el ring. Debo ser peso pluma o pluma a la que cada vez le pesa más la información tal y como se entiende hoy en día.
Comprenderéis que, pasados los efectos del puñetazo, procedo a leer el texto completo y resulta que la matriarca de este nuevo modelo de familia es Meirevone Rocha, una brasileña de 37 años. Su marido, un muñeco de nombre Marcelo y tamaño, digamos, humano hecho con bastante poco buen gusto, por cierto. El recién nacido hijo de ambos, Marcelinho, que ha salido al progenitor. Para colmo, fue la propia suegra, según apuntan las informaciones, la que creó o cosió a su futuro yerno a su antojo porque su hija no hacía más que quejarse de su soltería y de que no tenía con quien bailar.
La propia esposa narra su exótica vida conyugal a través de Tik Tok. Y pensaréis: ¿A quién puede interesarle esta historia? Pues a los más de 170.000 seguidores
El caso es que el bodorrio tuvo lugar en diciembre de 2021. Con invitación, con tarta, bombones, flores, con decenas de asistentes. Sí, surrealismo puro y duro. Ella de blanco y palabra de honor, velo incluido. Él de traje chaqueta oscuro y sosteniéndose en pie gracias a una carretilla. Os podéis imaginar, de lo más rocambolesco. Y ahí no queda la cosa porque existen hasta fotos y videos de la noche de bodas pululando por internet con los dos bajo un nórdico de cebra tumbados en la cama, ella con hombros descubiertos y es de suponer que sin la parte de arriba del pijama. En fin.
Todo esto lo sé porque la propia esposa narra su exótica vida conyugal a través de Tik Tok. Y pensaréis: ¿A quién puede interesarle esta historia? Pues a los más de 170.000 seguidores, se dice pronto, que tiene en esa red social en la que puede presumir, incluso, de superar los más de 3 millones de “me gustas”. Una y otra vez he rastreado, perpleja, la cuenta. Fotos en las que ella, con mirada de adolescente enamorada, acaricia la cara de su muñeco esposo. Le abraza. También deja constancia, en imágenes, del día del parto de su hijo. Del bebé siendo atendido por un equipo de presuntos médicos, de sus primeros baños en un balde con sumo cuidado de no mojarle en exceso. De los tres asistiendo al fútbol como cualquier otra familia. Del matrimonio en una bañera llena de espuma. Ella besándole a él mientras, de fondo, suena la canción de “When a man loves a woman”. Todo de lo más bucólico, por decir algo. Hasta que lees comentarios del tipo: “Para secarlo, ¿cómo hace? ¿Lo pone al sol o dentro de la secadora?”. Y es ahí cuando pierdo definitivamente esta lucha cuerpo a cuerpo.
Infidelidades de la pareja
¿De verdad es esto lo que queremos ver en redes? De verdad una historia así puede llegar a ocupar unas cuantas líneas en periódicos de medio mundo que hasta se hacen eco de supuestas infidelidades en la pareja con titulares como este: “Mujer es engañada por su esposo, un muñeco de trapo”. Y entonces, mientras termino de cenar el miércoles noche, una conversación entre dos jóvenes en un conocido programa de citas me saca de dudas. Daniel, de 18 años, le pregunta a Lidia, dos años mayor: “¿Aficiones?” A lo que ella responde: “Hago Tik Toks”. Sus inquietudes reducidas a eso.
No tengo más que añadir. Esto no va de modelos alternativos de familia. Ni mucho menos. Esto es otra cosa. Esto va de lo que estamos inculcando a las generaciones que vienen. A los miles y miles y miles de adolescentes en pleno desarrollo que siguen, al minuto, lo que ocurre en ese otro mundo irreal de las redes. Llamadme anticuada, pero visto lo visto, tenemos por delante un futuro de trapo. Un futuro cosido a mano con hilo roto.
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