Opinión

Un gobierno contra los empresarios

Un presidente de gobierno no debería alimentar la educación socialista de sentimientos antiempresariales

Es bien sabido que cierto socialismo –incluido el nuestro, no el del norte de Europa- nunca ha sido muy amigo de la libertad y menos aún del libre ejercicio de la función empresarial. Ello ha dado lugar a una moderna y canónica –por su coincidencia con la realidad- definición de socialismo recientemente citada en esta columna,  debida al profesor Jesús Huerta Soto: “Socialismo es todo sistema de agresión institucional y sistemática en contra del libre ejercicio de la función empresarial”.

No conforme con llevar a cabo todo tipo de políticas contra la empresa, el presidente del gobierno, con un lenguaje típicamente populista-bolivariano impropio del socialismo europeo  e incluso del previo español, se ha dedicado últimamente a acusar a “la gran empresa” de los males del país; que evidentemente se deben a sus propias y muy erróneas actuaciones gubernamentales.

Es bien sabido que las grandes empresas privadas están asociadas a los países, grandes y pequeños,  más libres y prósperos del mundo. También es un lugar común que uno de los grandes problemas de España es la reducida dimensión media de nuestras empresas, que limita severamente nuestro nivel de competitividad, la creación de empleo bien remunerado, la innovación, la exportación y sobre todo la productividad del trabajo que determina la verdadera riqueza de las naciones.

Uno de los grandes logros de nuestra economía de finales del siglo pasado, antes de los pésimos gobiernos de Zapatero y Sánchez,  fue  precisamente el éxito internacional de nuestras grandes empresas. Ningún país a lo largo de la historia ha conseguido colocar en la órbita internacional más y mejores empresas en menos tiempo que España. En sectores tan estratégicos y competitivos como: telecomunicaciones, banca, energía, ingeniería civil, consultoría, infraestructuras, moda, alimentación, etc., las empresas españolas —en un tiempo récord— han conseguido posicionarse entre la élite planetaria. “España se ha hecho más global: un tejido productivo español vivo, diversificado y potente, que se asemeja poco a la imagen que de él posee el español medio, así como no pocos analistas económicos”, escribe Rafael Myro en su España en la economía global (2015)

La mayor debilidad de la proyección exterior de España es la exportación de las empresas de menos de cincuenta trabajadores. A diferencia de los países de referencia, la contribución de las Pyme españolas a la exportación es insignificante, lo que representa una anomalía que es crucial afrontar.

El ataque frontal a las grandes empresas conlleva el perverso mensaje de que el crecimiento del tamaño empresarial está necesariamente mal visto

Las grandes empresas españolas cotizan en las bolsas –no solo españolas–  y están dirigidas por muy competentes profesionales que nada tienen que ver con los ricos que pintaba Chumy Chúmez en sus ridículos chistes en La Codorniz vestidos con chistera, sombrero de copa y un puro en las manos, como ha venido a reverdecer Sánchez. Es justamente la libre competencia mundial y el sometimiento de sus comportamientos empresariales al severo juicio de sus accionistas –muchos internacionales– lo que ha determinado, de la mano de formidables gestores, que nuestras grandes empresas alcanzado tanto éxito, que es también el de todos los españoles.

El mensaje del Gobierno no puede ser más nocivo: su ataque frontal a las grandes empresas conlleva el perverso mensaje de que el crecimiento del tamaño empresarial está necesariamente mal visto también; justamente lo contrario que necesita España. En contra de la boba visión del actual socialismo, la riqueza no preexiste a la acción humana, representada por la función empresarial que descubre oportunidades de crearla de la nada para compartirla con sus clientes, empleados y accionistas; amén de con el Estado a través de los impuestos.

Aunque parezca increíble, hasta Carlos Marx en su Manifiesto Comunista, si se sustituye la palabra “burguesía” por su sinónimo “función empresarial”, sostenía literalmente que “la función empresarial ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas”, para añadir que las empresas “han sabido hacer brotar, como por encanto,…fabulosos medios de producción y de transporte..”

Menos mal que tan perversa educación no parece haber cosechado los resultados previstos por los pedagogos socialistas

Sin embargo, en la educación –socialista- española, los libros de texto según investigó Manuel Jesús González en su ensayo El empresario y la economía de mercado. Breve recorrido por los textos de Historia, Geografía y Economía utilizados en los centros de Enseñanza Secundaria (2003), tratan al empresario de manera peyorativa. Menos mal, que tan perversa educación no parece haber cosechado los resultados previstos por los pedagogos socialistas y una gran mayoría de españoles, según revelan las encuestas de opinión, no están de acuerdo con los gratuitos y ofensivos ataques del Gobierno a las empresas.

Existe un amplio consenso, tanto doctrinal como empresarial, acerca de los factores que alimentan el éxito de una economía de libre empresa:

  1. Debe ser fácil crear una empresa, y también cerrarla.
  2. Los mercados financieros deben funcionar bien.
  3. Las relaciones laborales deben ser flexibles y, por tanto, adaptativas.
  4. El marco legal y la seguridad jurídica deben amparar la función empresarial.
  5. La libre entrada y salida en los mercados debe  estar garantizada.
  6. La fiscalidad debe facilitar, no entorpecer, la función empresarial.
  7. El marco institucional debe facilitar, cuando no favorecer, la innovación como factor consustancial del crecimiento a largo plazo.

Un presidente de gobierno responsable debería asumir y actuar en consecuencia respecto a dichos factores en vez de alimentar –posiblemente, ni siquiera  entre todos sus votantes– la mala educación socialista de sentimientos antiempresariales, que ni siquiera Marx planteó en su Manifiesto.

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