“Me ofende cuando se dice que Marruecos hace chantaje a España. Somos un país responsable”, dijo a comienzos de diciembre del 2020 la embajadora marroquí en España Karima Benyaid. Es inevitable recordar sus palabras. De irreales, parecen una cruel fantasía, tras observar la llegada a Ceuta de miles de personas, familias incluidas, ante la indiferente mirada de la policía marroquí, apostada en alguna atalaya con vistas a un mar brillante. Cerca de 8.000 personas han cruzado a nado una frontera tenue, de una geografía hermosa, pero la más desigual del mundo en términos de renta y PIB. El país vecino activa así una ocupación parcial de Ceuta, tras el abandono de sus responsabilidades políticas y policiales. ¿Qué nombre recibe esta acción? Las imágenes de los policías magrebíes abriendo las espitas para facilitar el acceso de sus compatriotas a Ceuta son ciencia ficción; es más que un chantaje: representa la violación de las fronteras españolas y europeas.
España es la custodia natural del Estrecho, la ruta más transitada del mundo, por eso, siempre salen feroces competidores para controlar este jugoso paso. Unos se dicen hermanos, aunque rencorosos, y otros son incluso socios en la OTAN. Las aguas del Estrecho aparecen serenas a las puertas del solsticio, sin embargo, sus corrientes marinas son tan poderosas que, según los pescadores de la zona, una corriente mal llevada te puede llevar hasta las playas de la misma Orán, ya en Argelia.
Una actitud que compromete
Marruecos se siente respaldado. Llama la atención cómo es posible algo así. El majzén (grupo de personas que rodea a Mohamed VI) piensa con habilidad, aunque el resultado es inmoral; a la vista está. No es ninguna hazaña; es una utilización de la migración a salto de mata, salvaje. Y, además, esa actitud compromete a los muy numerosos marroquíes que residen en nuestro país. La imagen que traslada el vecino a sus “socios españoles” es nefasta.
El reino alauí ha dado un golpe feroz en la mesa, y utiliza a los más necesitados como combustible en su reivindicación para el Gran Marruecos. A la vista está. De nada sirve considerar que España sea su primer socio comercial. Ha dejado bien claro que el Sáhara no es negociable. Siente el respaldo de la antigua administración americana y los recién llegados no parecen incomodarles, aunque en febrero del 2021 un grupo de senadores, tanto conservadores como demócratas, pidieron a Biden revertir la generosa decisión de Trump de conceder la antigua colonia española. Marruecos sólo tuvo que pagar el peaje del reconocimiento oficial de Israel en diciembre del 2020, lo que de facto era una realidad desde tiempo atrás.
El país magrebí se siente tan seguro, que hasta reprocha a Alemania no plegarse a sus intereses en el conflicto del Sáhara. En perspectiva, parece temerario que una nación con tantos problemas sociales y económicos se enfrente a media Europa.
Motivos humanitarios
El gobierno socialista admitió en España el pasado 21 de abril a Brahim Ghali, líder del Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD). El líder ingresó en un hospital de Logroño con el nombre falso de Mohamed Benbatouche, aunque el Frente Polisario lo niega. Alegan los socialistas motivos humanitarios, ya que Ghali está enfermo de covid. Para agravar más la controvertida decisión, hay que recordar que el presidente del Frente Polisario está acusado de terrorismo, e imputado por la Audiencia Nacional. Si su salud se lo permite, tiene que acudir a la Audiencia el 1 de junio.
Presiona a España en sus fronteras, como en la disputa de las aguas territoriales de Canarias, tras el hallazgo de un volcán llamado Tropic, rico en minerales raros como el telurio, claves para la tecnología verde
La realidad es que hace meses que Marruecos, experto en esa ambigüedad calculada, aunque previsible, presiona a España en sus fronteras, como en la disputa de las aguas territoriales de Canarias, tras el hallazgo de un volcán llamado Tropic, rico en minerales raros como el telurio, claves para la tecnología verde. También presiona para un reconocimiento efectivo del Sáhara, y para ello emplea la inmigración, la cooperación contra el terrorismo, y por supuesto, Ceuta y Melilla. La confianza significa compartir. El chantaje es otra cosa.
El país de Mohamed VI decide probar a España, al considerar que tiene enfrente a un gobierno de coalición tibio, dividido y tremendamente polarizado con el centro derecha. Por eso, en marzo del 2020 cierra las fronteras con Ceuta y Melilla, privando a miles de marroquíes del sustento básico de supervivencia, a través del comercio irregular. Aunque las manifestaciones para la reapertura se suceden, el majzén ni se inmuta.
Más le valdría a González Laya buscar el consenso con el PP. No cuesta mucho. Muchos diplomáticos españoles apoyan a Marruecos en detrimento del Polisario
Todo pasa por el Gran Marruecos de los grandes imperios. En noviembre del 2014, en un discurso, Mohamed VI dejó las cosas claras respecto al Sáhara; “O con la patria, o con los traidores”. ¿Tanto vale Brahim Ghali para los socialistas? ¿Acaso Marruecos aceptaría un trueque de Ghali por la devolución de las 8.000 personas que han cruzado una frontera reconocida en el mundo, como si no existiera el derecho internacional? Más le valdría a González Laya buscar el consenso con el PP. No cuesta mucho. Muchos diplomáticos españoles apoyan a Marruecos en detrimento del Polisario.
El vecino sufre un ataque de ira. Es un socio delicado, extraordinariamente susceptible. Sus nacionalistas siempre quieren más, desean poseer un territorio que ocupa la superficie de toda Italia, con formidables recursos naturales. Sin embargo, para el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (Asunto C-104/16) está claro: El Sáhara Occidental no forma parte del territorio soberano de Marruecos.
Toda esta situación parece un ejercicio de cinismo, donde miles de rehenes acuden puntuales a la cita. Un ejercicio como el de colapsar Ceuta, con miles de migrantes, es perverso. Es difícil tratar con la soberbia de quien se siente agraviado, pero Trump no está, y el derecho internacional es innegociable.
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