Con la edad descubre uno lo necesario que es vivir cerca de los clásicos y lejos del adanismo, tan en boga en estos tiempos de timadores y personajes que dicen influir en los demás a través de las redes sociales. A esos y a esas los llaman influencers, ¡será por anglicismos! Influyente es la palabra exacta que nos evitaría introducir una voz inglesa en un idioma, el nuestro, que tiene todas las necesarias, pero también las urgentes para explicar el mundo. Sucede que esos falsos maestros que están en las redes tapan mejor sus miserias intelectuales en inglés. Siempre fue así. Pero uno no tiene más influyentes a su alrededor que aquellos que son capaces de abrir nuevos caminos hacía la reflexión y el conocimiento, y estos no están en Instagram.
Ahora mismo, que busco explicaciones acerca de la verdad de las cosas, abro el Quijote y encuentro la del Caballero de la Triste Figura: "Yo sé quien soy", responde cuando derrotado y montado en una lomos de borrico, lo llevan a su casa, molido a palos pero con sus sueños intactos. Don Quijote representa el papel que quiere, y no el que los demás le otorgan. ¿Cabe más verdad? Cuando lo que busco son mundos inabarcables donde espacio y tiempo se revolucionan con las palabras, entonces doy con el influyente don Antonio Machado, que tiene escritos poemas que pulverizan con unas pocas palabras los llamados libros de autoayuda, tan presentes en estos tiempos en que lo que necesitamos viaja dentro de un teléfono móvil: "A mi trabajo acudo, con mi dinero pago/ el traje que me cubre y la mansión que habito/ el pan que me alimenta y el lecho donde yago". Y, cuando se trata de explicar mi mundo con la mirada de otro que ya vivió el suyo, abro un libro de Albert Camus.
Que le salga gratis a ese señor tan mentiroso es algo que nunca podré entender. Sabe mejor que nadie que la gente está, o estamos, en otras cosas. Que la mentira y la impostura se abren camino sin que eso tenga un coste
La editorial Debate ha publicado uno en el que se recopilan las cartas que el premio Nobel Albert Camus y la actriz española María Casares se intercambiaron ente 1944 y 1959. Son cartas de amor, pero no sólo. Casares era una mujer exiliada, hija del que fuera presidente del gobierno Santiago Casares Quiroga cuando Azaña era el presidente de la República. Son textos que nos muestran una forma de vivir en la que no caben las prisas. Las cartas llegan cuando el servicio de correos las entrega. Es un tiempo extraño para nosotros, en el que el teléfono es todavía un lujo y en el que nadie podía imaginar que un día el móvil y las redes sociales marcarían el ritmo de nuestras vidas: Ya nadie escribe cartas, y menos cartas de amor tan bien pensadas, redactadas, inspiradas. Sobre todo las de María, una mujer llena de vida, inteligencia y pasión que fue para los franceses su gran dama del teatro.
En una de estas misivas, el autor de El Extranjero escribe que "la inteligencia no es nada sin valentía, pero sin inteligencia, la valentía es una vileza o una frivolidad". Pues bien, con esas pocas palabras me explico el plan de regeneración democrática que el gobierno de Pedro Sánchez aprobó hace unos días. Pero no sólo ese plan absurdo, también todos sus años como presidente del Gobierno, que no son otra cosa que una frivolidad que nos costará cara a todos los españoles, una vileza que dejará en las costuras de este viejo país heridas que cicatrizarán con dificultad. Que le salga gratis a ese señor tan mentiroso es algo que nunca podré entender. Sabe mejor que nadie que la gente está, o estamos, en otras cosas. Que la mentira y la impostura se abren camino sin que eso tenga un coste.
La era de la impunidad
Leí el domingo en El país un muy recomendable artículo de Andrea Rizzi en el que se afirma que la era de la impunidad está haciendo estragos en un orden mundial roto. También en el nacional. La impunidad es el síntoma más claro de un estado ausente en el que los autores de mentiras y actos violentos quedan exentos de responsabilidad. El nuestro, por ejemplo. Ni siquiera mis clásicos son capaces de explicar la naturaleza del hombre que gobierna un país sin ganar las elecciones, se rodea de enemigos de España, construye un muro para separar la mitad de los españoles de la otra para después proclamar en la ONU que las democracias están en peligro por culpa de los activistas de la mentira los bulos y el odio. Me pregunto si Sánchez sería capaz de responder al modo de don Quijote: "Yo sé quién soy".
Fútbol y política
Todavía hoy escribe uno bajo el sabor a ceniza que nos ha dejado el derby madrileño. Qué tendrá el fútbol que, así como la naturaleza imita al arte, el deporte del balón imita a la política en su peor versión. Por eso no está de menos recordar una vez más a Camus cuando decía que todo lo que sabía de moral y obligaciones del hombre se lo debía al fútbol. Jugó de portero, debajo del larguero y viendo las evoluciones de los jugadores encontró respuestas que tenían que ver con el compañerismo, la violencia, la solidaridad, las trampas y el egoísmo. En el fútbol, pero también la política, se confunden muchas veces a la víctima con el victimario. Por eso es incomprensible que Simeone acuse al portero del Madrid de provocador. ¿Quién en la política española está actuando como Simeone? Es incomprensible que los jugadores rojiblancos, para aplacar la ira de los violentos que desean acabar con el espectáculo, se vayan a hablar con ellos para pedirles calma, comprensión y apoyo. ¿Quién en la política española pacta con el enemigo excepto el que está fuera de la ley y quiere acabar con lo que va quedando de España? Como incomprensible fue que la Policía Nacional se quedara mirando a los violentos encapuchados del llamado Frente Atlético sin exigirles que se quitaran el disfraz. ¿Qué cuerpo policial dejó que se le marchara el prófugo de la justicia con palacio en Waterloo tocado con un sombrero y escondido en un coche junto a una silla de ruedas?
Por si quedaba algo por contar, ahí quedan las palabras del presidente del Atlético de Madrid asegurando que en su club no hay antirracistas ni racistas. Confieso que el desliz de Cerezo, porque tiene que ser eso, no tiene parangón en la política nacional. Si acaso ese impagable momento en el que Sánchez aseguró aquello de que "por supuesto, Begoña lo ha hecho todo bien". Pero esto ni es un desliz ni hay clásico que lo pueda explicar.
Hace unos días, cuando le preguntaron por nuestras cosas al escritor y politólogo norteamericano Ian Bremmer, se ahorró disquisiciones y argumentos con una sola frase: "Atención españoles, tenéis un oso en el jardín".
Quizá no se lo crean, pero, por si acaso, no se olviden de cerrar la puerta de la cocina.
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