Opinión

Un pacto con el diablo

La cúpula ha sido considerada en ese pacto con el diablo como “espacio no dedicado al culto”

  • Valle de los Caídos -

Desde que el Gobierno del PSOE filtró a los medios su acuerdo con el Vaticano para asaltar la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos ruge cada vez con menos silencio una incomodidad en los católicos abriendo una división fruto de la confusión, que era el objetivo del Gobierno con la filtración del acuerdo. Por un lado quienes sienten dolor, indignación y desconcierto sin entender cómo la cúpula eclesiástica ha aceptado lo inaceptable. Por otro lado, quienes creen que la defensa irracional y fanática negando la realidad de los hechos, con enredo en lo accesorio entre las personas de buena voluntad, es la forma de proteger a la Iglesia católica. Con esta actitud bienintencionada en el mejor de los casos conseguirán el efecto contrario, su desmantelamiento mediante su secularización estatal, que es el objetivo principal y último de quien odia a Dios, porque aspira a sustituirle.

Es preciso señalar brevemente los hechos que se conocen por las filtraciones del Gobierno y las escasas aclaraciones que ha ofrecido la Conferencia Episcopal. En primer lugar este acuerdo es producto de una negociación con el Vaticano bajo la denominación “resignificación” del Valle de los caídos, a causa de la ley llamada de “memoria democrática”, como si la verdad pudiese establecerse por mayorías parlamentarias, y menos si son distorsionadas por sistemas no representativos. 

El acuerdo se ha cerrado entre Bolaños un mindundi anticlerical y el Secretario de Estado Parolín ante la delicada salud del Papa. El PSOE, un partido de historia sanguinaria, con especial inquina a los católicos, exigió al Vaticano la expulsión de los monjes y el derribo de la Cruz más alta de la Cristiandad. En lugar de echarle a patadas como hay que hacer con el mal, le sirvieron café y se acordó una primera fase en la que la basílica seguirá siendo un espacio de “culto” donde sufrirán modificaciones el atrio, una nave, el vestíbulo y la majestuosa cúpula que se erige encima del sobrecogedor Cristo Crucificado de la Basílica. 

La cúpula ha sido considerada en ese pacto con el diablo como “espacio no dedicado al culto”. Todo indica que buscan que los fieles acaben rindiendo culto a lo estatal socialista y lo mundano. La intención es que la cúpula bajo la que nos arrodillamos al recibir la Eucaristía deje de ser un espacio exclusivamente religioso y se integre en el relato histórico que el Gobierno desea proyectar sobre el franquismo. La idea es que se celebre la santa misa presidida por simbología guerracivilista y estatal en un entorno secularizado de odio a Cristo. Lo llaman resignificación, pero es una profanación de manual a plena luz del día. El primer presupuesto es de 30 millones de euros para transformar parcialmente una Basílica pontificia en un museo de “memoria democrática”.  

El primer proceso es avanzar en la estatalización de la iglesia. Éste hecho característico del protestantismo con el que se inició la descristianización de Europa,

Lo importante es tener claro que la profanación de la Basílica del Valle de los caídos es una pieza clave en dos procesos de descristianización que avanzan a toda máquina en la verdadera guerra espiritual que se libra, y que pretenden encubrir bajo una excusa ideológica relativa al franquismo. 

El primer proceso es avanzar en la estatalización de la iglesia. Éste hecho característico del protestantismo con el que se inició la descristianización de Europa, en España muestra síntomas de comunión absoluta. No sólo porque la cruz en la declaración de la renta suponga una doma, una sumisión de la Iglesia al Estado laicista, cuando debiera haber una separación absoluta. La Conferencia Episcopal actúa ahora como un organismo del PSOE. Un ministerio esencial en el régimen socialista para que triunfe el proyecto de “memoria democrática”, y el más activo en difundir la ideología globalista proinmigración, especialmente si es islámica, que lleva a un desapego y una división de los católicos que desemboca en un abandono de la única misión que se nos encomendó, la evangelización, para actuar como una ONG cómplice de Open Arms, del tráfico de seres humanos. Una situación siniestra únicamente deseable para quien no quiere una base de población unida en unas virtudes cristianas que trascienden la tiranía terrenal del gobernante que se cree dios, pues no sería una masa sumisa y manejable en el proyecto antihumanista de la posmodernidad.

Lo peor de todo es que el problema fundamental no se reduce a una estatalización de la iglesia, que podría evitarse en gran parte al eliminar la cruz del IRPF, que propondrá el PSOE cuando ya no le quede nada que sacar de la cúpula eclesial. Lo peor es que este acuerdo con el Vaticano que sobrepasa nuestras fronteras descubre el verdadero proceso de descristianización para situarnos en plena guerra espiritual, donde se busca la eliminación de la verdad, la bondad y la belleza de nuestra civilización, la eliminación de la fe cristiana mediante la estatalización de lo sagrado para convertir en Dios a lo mundano. La victoria de una religión atea de hombres que se creen dioses, un proyecto de sumisión antihumanista, sobre el verdadero Dios que se hizo hombre por amor a nosotros.

Ante este innecesario acuerdo sólo cabe preguntarse ¿a cambio de qué? ¿Cuál es la contraprestación de un acuerdo por el que se accede a convertir una Basílica en un bazar de mercaderes de odio? La cúpula oficial ya es un portavoz de las políticas ideológicas del PSOE. El silencio en lugar de la humildad, la justicia y la verdad sólo llevarán a que la iglesia sufra otra crisis como la de los años ´70, donde una iglesia marxista alejó a tantos de la fe en Cristo. La única posibilidad de unión y victoria en la guerra espiritual es volver a levantar la Cruz, en ningún caso estatalizar lo sagrado.

Se insiste en la necesidad de que los católicos repudien a Franco para ser aceptados en la “democracia” 50 años después de su muerte y 6 desde que fuese profanada su tumba. No podrán borrar que quienes cometieron un genocidio contra los católicos en la guerra civil la perdieron contra quien erigió la Cruz más alta del mundo, que es todo lo que puede ofrecer un católico como algo más que un símbolo de unión en el sufrimiento.

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